inventándome la vida

viernes, junio 30, 2006

"Carpe diem"


Quizá con más insistencia que nunca ayer tuve muy presente la famosa expresión de Horacio, la estuve intercambiando toda una mañana con una profesora de latín que dejaba el latín. Huye el tiempo y es necesario cada vez más aprovechar el día. El pasado ya se nos ha quedado inevitablemente como pasado, hay que curarse de las heridas de él y eliminar el miedo al futuro que debe ser el “diem” de hoy. El pasado como decía Proust no se mueve de sitio, duele porque no sabemos bien como ha sido, porque el poso que dejó está ahí inevitablemente.

Pero mi alegría, mi prédica de hoy es ese “carpe diem” necesario para no morirme mucho antes de tiempo. Todo es modificable, todo es disfrutable, en nuestras manos está, a dónde llega nuestra mirada, cuál es la intensidad y la necesidad del beso que estamos dando esta misma mañana, en este ahora, que no me lo puede quitar nadie.

Cada noche siento unos labios como si me ocurriera aquello que decía Erri De Luca: “guaglió ti scorre la parpétola”. Se te ha abierto la válvula de los párpados. Esa válvula abierta porque cuando los cierro siempre tengo un beso sobre ellos que es la que me sirve, la que necesito para el “carpe diem “. La necesito para que haya quien valore si junto las palabras que nunca han ido juntas, con una estética zoom que las puede hacer singularmente más bellas; si me quedo quieto para que me dure más ese “diem” ya que ahí tengo mi esperanza y casi la parsimonia del futuro cuando no es lejanía, sino momento.

No tengo duda, no me puedo permitir el lujo de tener dudas, he de aprovechar cada día como si fuera a gozar con él la grandeza de una borrachera sin medida ni aviso alguno por parte del tiempo. “Carpe diem” como si fuera mi único turno de la vida ya, el diccionario de mis realidades donde existen todas las palabras verdaderas que me atreví a pronunciar; un punto fijo ajeno a cualquier fracaso, una manera de ser desde donde es posible alcanzarlo todo.

Necesito aprovechar este día para no buscar más la felicidad, para encontrarla, para seguir ofreciendo a quien sepa darles rigor y sentimiento lo mejor de mis rasgos genéticos, la manera que me tiemblan las cosas al cogerlas porque siempre lo supe, todavía me quedan temblores que no me los ha acariciado bastante nadie. Por eso tengo que coger tantas cosas del suelo, y cada vez, cada intervalo, cada segundo me duele no estar aprovechando el tiempo, este mismo momento, este “diem” que lo estoy escribiendo.

jueves, junio 29, 2006

La felicidad ajena


Siempre me ha costado de entender porque mucha gente admite mal la felicidad ajena. Leyendo unas estadísticas de un autor americano, Paul Auster, decía que cada cuarenta y un segundos se producían diez nacimientos y cada cincuenta y ocho, diez muertes. Regocijémonos de lo primero y aflijámonos de lo segundo ya que ésta es la única verdad de la vida. La pena debe estar en esos viejos que murieron con el cuerpo vencido y en los jóvenes que lo hicieron antes de tiempo.

Pero mientras, los que vivimos y entre los que vivimos, practiquemos el derecho a la felicidad a tal extremo, que la ajena nos haga al menos sonreír a nosotros también. Esa si que es una especie de cariño, que no necesita de palabras, si lo sentimos dentro. Es indudable que el enigma del ser humano está en el cerebro, es como si fuera una víscera que manda impulsos de comportamiento a todos los órganos y naturalmente a las ramificaciones de nuestro corazón.

Por eso cada vez valoro mas la satisfacción y la ayuda ajena. Ayer, derivado del apartado de comentarios de este blog tuve que hacer dos funciones bien distintas como titular del mismo: borrar una expresión digamos intencionadamente mal encaminada y durante la madrugada, aprovechando su mal dormir, pedirle a un viejo amigo, residente en el extranjero, ambos blogs los hemos compartido a veces -él escribiendo en el mío, yo en el suyo- que me tradujera dos comentarios que había recibido en idioma inglés. Ambos elogiosos, pero en uno de ellos, resaltaba la frase “sigue con éste buen trabajo”.

Ante todo es cierto que es un trabajo que realizo con placer, no sé hasta qué punto bueno o malo, pero que me produce felicidad. Eso es lo que reclamo: que me dejen en paz mi felicidad, que cada uno busque la suya y vaya por delante mi deseo de que la encuentren una tras otra aquellas personas que me leen o al menos me conocen. Quiero la felicidad propia y ajena, los momentos que nos deja la vida que los sepamos disfrutar, que alarguemos la mano y nos lleguen algunos. Yo los devolveré a los demás en la medida en que pueda, pero la parcela propia aunque se derive de palabras en medios públicos tiene un derecho de respeto, una dosis de posible brillantez que no me regaló nadie, la busqué, la trabajé desde que era niño, la estudié, me la hicieron estudiar mis padres.

De lo que hice mal que me perdone la gente porque como los nacimientos y las muertes ahí están e irán produciéndose de nuevo, pero mi vida tiene el derecho de respeto de que es mi vida, que nadie me agradezca nada, que me dejen vivir y entre la vida que cuento, tal como la veo en mis escritos, siempre admito un obsequio, gratuito y valioso, el mejor: la sonrisa por la felicidad ajena.

miércoles, junio 28, 2006

"Esto no puede acabar así"

Me gusta muchas veces, más allá de mi propia webside de literatura comentar algún libro o alguna idea que de él he sacado porque los libros dan muchas respuestas –incuso los de ficción- pero crean todavía más preguntas. Me viene al paso este conjunto de relatos de Manuel Arranz. El libro me ha gustado sobre manera por su desenfado, por su aparente improvisación como quien escribe lo primero que se le ocurre por disparatado que sea sobre todo su final de los muchos relatos que en él se contienen, Cuando un libro me causa un beneficioso impacto, siempre tomo la misma determinación, regalarlo. Así he hecho con la hija de una amiga que tras hablar tan solo unos minutos con ella y leer un escrito suyo en su “space” pensé que podía ser excelente lectora de las ideas en forma de los breves relatos que en éste libro a que hago referencia se contienen. La chica me causó la impresión que se trataba de una mujer muy joven pero ya muy madura.

No, esto no puede acabar así, Olga, le he escrito en la primera página del libro. Pero depende de nosotros como casi todo. Y hoy me sirve esta idea para insistir en algo que tenía hace tiempo descuidado. No puede ser que sea –precisamente el tiempo- quien mantenga lo que ya no tiene base, la perdió por esos avatares que nos trae la vida, fabricados y manejados, sobre todo, por nosotros mismos. Igual que Arranz dice que se sentía en la obligación moral, personal, de escribir ese libro, me digo a mi mismo, que hace tiempo lo que puede constituir un área de vida elegida por mí, con más o menos consistencia, ver si debe tener continuidad o ya no corresponde a mi propia evolución personal.

Igual que en nuestras vidas las cosas van cambiando, las cercanías de nuestras propias entretelas, del ocio, del roce en el sentimiento externo, de la afición, de la necesaria búsqueda de puntos de vista comunes, si es preciso cambiarlas hemos de tener la sinceridad de hacerlo. Tampoco quiere decir que olvidemos lo que constituyó un poso verdadero añadido a nuestra propia vida. Pero no voy a cambiar, en cambio, nunca, todo ese entramaje que ha constituido y constituye mi vida desde niño, con sus orígenes detrás, sólidos, valiosos, provenientes de mi propio nacimiento. Ni nadie debe intentar hacérmelas cambiar, salvo que haya una dura reacción mía por querer romperlos, cualquiera que se aproxime debe traer puesto el ropaje del respeto.

Por eso ayer cuando alguien me recordaba que es indebido intentar hacerlo, hasta provocar influencia alguna y que eso estaba previo a cualquier manifestación-no sólo me lo recordaba sino que lo practicaba- le daba unas espontáneas pero sinceras gracias. Sólo testimoniaba al decírmelo, su estilo, su calidad de miras, su cultura.

Lo que sí que hay otras cosas que pueden acabar así, las elegidas, las que deben tener un final espontáneo y sencillo, las que si un día les llega su término hay que saber asumirlo, quien lo provoca y quien lo espera con todo un desarrollo este tiempo de ejemplares comportamientos que han hecho como al autor del libro del que empecé a hacer referencia al principio, que ante estas situaciones saque su lado más humano junto a una envidiable, verisimilitud y credibilidad.

Este libro va a tener eco, creo yo, porque como muy bien se plantea, su autor, si uno no tiene eco para qué seguir escribiendo. Enseña en sus relatos a rebatirlo todo con el escepticismo o a creértelo como si no fuera literatura. Por citar un ejemplo que él pone, algo intencionadamente cómico, cuando Chet Baker, el virtuoso de la trompeta de jazz cuenta en sus memorias que una noche, hizo el amor diecisiete veces en un coche con una mujer, afirma muy seguro: “Qué quieren que les diga, a mí no me parecen tantas”.

A mí acabar con las cosas que no deben ser como eran, ya no me parece tan difícil.




martes, junio 27, 2006

Momentos de felicidad


A veces cuesta encontrar momentos de nuestra vida durante los cuales nos sentimos realmente felices. Voy a hacer referencia a unos particularmente propios: dos veces al año, antes de las Navidades y antes del verano, Lluis, editor y librero en la ciudad donde vivo –creo que el único librero que puede quedar en ella- me remite por correo postal dos listas de libros de cada uno de los dos semestres del año, de los que él ha leído, que considera de gran calidad literaria. Los géneros son diversos y siempre procura que el coste de las ediciones no sea muy elevado. Más o menos puedo ya estar bastante al corriente sobre muchos de ellos dada mi condición y casi diría mi profesión de lector.

Pero el placer está en irse con esa lista a su librería, ojear los 12 ó 15 títulos que él recomienda en un mostrador situado en el centro de su pequeña librería. Si Azorín decía que ojear libros era una profesión, yo añadiría que tener entre mis manos todos esos buenos libros y decidirme por unos pocos, es uno de los repetidos placeres que al cabo del año disfruto como una especie de orgasmo prolongado a mis capacidades, a mis apetencias. ¡Fijaros qué sencillo!

Me imagino que cada persona podrá cultivar una de esas pequeñas satisfacciones con más o menos frecuencia, de una u otra característica, pero lo que no hay que hacer jamás es dejarlas pasar porque cada vez van quedando menos. Yo no quiero que me las reste la vida, he decidido ir buscando las más baratas pero las mejores, a lo mejor no hace falta ni dinero, ni objeto concreto para luego tenerlo entre las manos. Tan sólo el deseo, el ánimo inquieto pero quieto, presuroso pero embriagado luego, únicamente la convicción de que algo bueno nos espera, tenemos al alcance, nos lo puede regalar alguien sin tener que agradecérselo, en una palabra, algo tan simple: la ilusión.

No quiero que se me muera ninguna ilusión ya más, quiero lo inmediato de lo que me estaba esperando, como la carta de Lluis el librero, el deseo de soportar cualquier dolor, duro y físico, sonriendo, mirar al mar sin temor a su oleaje ni a su longitud, escuchar la canción de Alex Ubago que me reste el capítulo del miedo al miedo, o como Francis Cabrel en “JeT’aime, je T’aime et je T’amare” sea el único proyecto.

Voy a seguir buscando más momentos de esos, en mi buzón de correos, donde sea y no morirme más, sino sonreírle a todo, como debió sonreír Rachmaninof cuando compuso su “Rapsodia sobre un tema de Paganini” que ahora estoy placenteramente escuchando. Sonreír como me están enseñando a sonreír, yo diría que exigiendo.

lunes, junio 26, 2006

Enamorarse


Enamorarse es un acto insolidario y audaz. Lo hacen, lo hacemos los románticos contaminados de romanticismo, ya que el romántico lo es porque siempre se enamora de quien no debe, dónde no debe y si es posible cuando no debe. Como una borrachera a solas con la resaca en la mejor de las madrugadas. Se trata de un claro indicio que todo puede ser posible, inminente y a la vez imposible y tardío.

Es una especie de doctrina de enseñanza laica que no entiende de virtud ni de rigor ni contención, viene de pronto, es una especie de derroche y de exceso a l que no se puede sobrevivir aunque seas un experto. Yo siempre he buscado la explicación en cuentos eróticos sin remedio, estanterías de entrepierna o miradas a la luna esas noches en que no se ve la luna.

Se asemeja un poco también a las madrugadas insomnes, postrado en la cama soñando con la vida y planteándose la manera de luchar contra los propios sueños. Una sonrisa que jamás la quitaremos de los labios. Al contrario del amor ni tiene límite ni nos mide.

Dije antes que entrañaba un comportamiento insolidario y una forma de audacia de nadie sabía de ella, ni nuestros más cercanos. Es insolidario porque lo aparta todo, escoge ese camino, ese rostro y todo un ritual que nos toca improvisar a nosotros porque no está escrito en ninguna parte. Y entraña una audacia que testimonia la manera de entregarse sin esperar a lo peor nada a cambio.

Lo que hay que tener muy claro es que es muy distinto que querer a alguien. El cariño se acomoda, le inventaron un sitio para la vida, tiene infinidad de razones, testimonios, agradecimientos, sonrisas de beneplácito pero todo sinuoso y quieto, sin mudar para nada nuestro rostro, nuestros rasgos. En cambio enamorarse es la talla de la soledad al descubierto, una falta de paciencia, un temblor de las manos a los pies que no se para nunca. Es reventarse por dentro, el puro perfume del deseo, la pasión comiéndose nuestra penumbra.

Es un pánico, una desgracia, una falta de razones y sobre todo, eso, carecer por completo de explicaciones. Por eso como estaría rellenando palabras sin sentido, para mi ya es solo saber esperar, saber esperar.

domingo, junio 25, 2006

Dos deseos


En la noche de San Juan, a las doce, en la playa de La Malvarrosa de Valencia hay la costumbre de bañarse en sus aguas y pedirle dos deseos al mar. Al salir del agua uno debe llevar encerrado en sus manos esos dos deseos para que se cumplan.

Yo no tengo deseos porque quiero ser el deseo, no quiero concretarlo, necesito ofrecerlo y que se lo quede alguien, notarlo quieto en mi piel, precisamente con forma de deseo. Es fácil, quiero, sobre todo, pactar lo más entrañable que me mueva a estar entre la gente como si fuera la primera vez, recordar lo mejor y ofrecer lo mejor otra vez a todas las personas que quise en esta vida como si fuera a tener que volverlas a querer, como si fuera a madrugar de nuevo, cada mañana de la vida que es cuando mejor soy, que se fijen y vean que sigo siendo aquel. No es que quiera volver a querer, es que no quiero dejar de querer.

Tengo otro buen deseo, ese sí que tiene forma y precisión, maneras de pedírselo al mar la noche de San Juan: que no me quede sin dolores de una vez, el dolor siempre existe y siempre vuelve, ni perdona ni inmuniza, pues déjarme el dolor que ya veré yo qué hacer con él. Ni nos hace mejores ni peores, ni nos salva de nada ni de nadie, nos identifica y al callarnos con él, somos quienes somos, más de lo que somos.

Dicen en San Juan que sólo hay que pedir dos deseos, pero ya puestos, mejor será pedir alguno más, dejarlo de suplente, por si falla cualquier cosa, el deseo en general. Aunque eso a mí no me puede fallar, me quedaría sin el misterio de acercarme a la gente.

Pues más que deseo también, que no me rinda nunca, que me importe la vida tanto como yo a ella, que haga siempre mejor las cosas haciéndolas entre dos, es una de las mejores cosas que tiene el amor, que se trata de dos.

Pero puede ocurrirme lo peor: que el mar no me conceda ningún deseo y termine tumbado sobre la arena sólo, sintiéndome únicamente rehén de una sonrisa que ya no puedo quitarme de los labios.

sábado, junio 24, 2006

Una hermosa ventana


Cualquiera de nosotros puede necesitar una ventana hermosa donde asomarse fuera de la propia vida como un mundo ajeno al que rozamos al paso cada vez: nuestras cosas, la propia ropa, los libros que tenemos abiertos o todavía cerrados, las voces que aún no hemos dicho. Si encontramos esa ventana y nos asomamos a ella y nos proporciona momentos gratos que no vivimos antes, hemos de aprender a costa de las entregas propias que hagan falta, a conservar ese hueco externo de más vida como una nueva compañía, un sol breve, la frecuencia de unos minutos, la calma de una vida en los balcones que no sabíamos que existían.

Pero el secreto está precisamente en darnos cuenta que eso debe exigir por parte nuestra maneras de conservación, respeto y entendimiento, gestos de cultura, sino un día ya no podernos asomarnos a esa hermosa ventana o tiene un tono distinto, una manera de entenderla que no coincide como cuando la descubrimos.

Asomados a esa ventana hemos de saber ser mejores de lo que somos, hacerle un hueco a los esfuerzos, ocultar los errores que ya tuvimos antes, antes de asomarnos a mirar, a que nos vieran, a que incluso nos llamaran. Como cualquier cosa de valor, lo que cuesta es mantenerlo, hacer memoria cada día de satisfacciones que nos proporciona, de todos los goces más o menos encubiertos. Cerrar las manos del todo para que no se nos escape porque huecos con la debida galanura que nunca a lo mejor tuvimos en la vida no se repiten cuando se pierden.

Flores en cualquier momento puede regalarnos cualquiera, sueños que no sucumben ya no es fácil tenerlos. Eso sí, en su sitio y respetando su entorno, más todavía, valorándolo porque forma parte de todo el contorno hermoso que puede cautivarnos. Hasta conviene preguntar al momento, qué tal por lo que tienes, donde estás, cómo vives, quién eres. Eso no te impide asomarte a esa belleza exterior y ajena y disfrutarla, disfrutarla cada vez, a medias con el tiempo, con alguien que te enseñe a encontrar esas flores.

Una hermosa ventana, por fuera de la propia vida, a todos nos hace falta a veces tenerla, pero todos también debemos saber comprenderla, ponerle hasta su nombre, su alcance, su distancia. Eso, situado en nuestro propio mundo habitual, es lo que puede tener un valor incalculable y duradero.

viernes, junio 23, 2006

Llegar pronto


Prefiero siempre llegar pronto a las citas ya que a lo mejor no tengo luego la ocasión de llegar tarde o porque se me han terminado las citas y me tengo que comer yo solo la soledad como una forma de quedarme, o porque ya se fueron cansado los demás de la espera.

No es que le tuve miedo nunca, es que me dio siempre cierto poder, la soledad, como una especie de pudor propio a donde dejaba entrar a quienes podían enriquecérmela. La soledad, elegida y voluntaria para algún rato tuyo y de tus gentes no ocupa ni necesita de razones. Ella sólo se basta para explicarse, tiene suficiente fuerza, voluntad propia.

Pero cuando supiste elegirla y los modos de cubrirla dieron lugar a esas citas para que midas tu tiempo y llegues a tiempo. Tú mismo te encargaste de su tallaje, de su dimensión propia, de su tiempo de espera, a lo mejor tuviste ocasión en su duración de leer con alguien una telenovela juntos, pero sobre todo fue una clara y manifiesta señal de tu paciencia y de la calma ajena.


Esas y muchas otras razones son las que me hacen llegar pronto, divisar a lo mejor a quien me espera y cambiar los términos, procurar llegar antes y que sea yo quien me adjudique el papel de esa espera. En el camino del encuentro, de esa soledad de la que vienes, darte cuenta que no hay parte de atrás, que tienes que llegar pronto a un acuerdo sin que medie la carne futura ni apenas el roce, ni una condición de búsqueda para convertirla luego en un encuentro.

Ya diste la mano, ya se terminaron esos tiempos medios, ya llegaste y se acercaron o te abrazaron, pero tuviste el mérito, la tranquilidad de llegar pronto, de saber esperar en lugar de que supieran esperarte. Es algo que me ha pasado siempre, quizá condiciona mi tiempo, lo comprime a veces porque con ese afán de anticipación recorto las duraciones previas, alargo las esperas de que hablaba antes. Pero me da lo mismo, llego pronto, administro por el camino del encuentro la soledad anterior a las citas, voy de joven en lugar de llegar ya viejo, me siento en algún banco, leo los mismo pedazos de mi libro abierto y siento que ya tengo entre las manos la satisfacción de haber llegado a tiempo.

No sé si algún día dejará de importarme, pero hoy todavía cuando llego tan pronto noto como un amanecer cayendo desde el cielo. Debe ser una especie de premio a los que llegamos pronto.

jueves, junio 22, 2006

El lado oscuro


Todos tenemos un lado oscuro, pero quizá haga falta una cultura que olvide los descréditos. Quienes lo tenemos peor somos los solitarios, necesitamos no solo de esa cultura aplicada y aplicable sino como un idilio detrás siempre que dilate los sentidos y conserve el alma quieta en esa especie de quimera para ser felices. Ni nos hace falta motivo, lo buscamos porque supimos antes darlo.

Quizá la mejor manera de remediar nuestro lado oscuro, luego de reconocerlo, es buscar el lado claro de alguien como si nos hubiera estado esperando desde siempre con un cúmulo de besos impacientes porque a todos los hombres solos nos llega un momento en que necesitamos vivir nuestro “momento” para recibir esos besos de quien no tenga ni que maquillarse luego, sino simplemente hacernos su cautivo, hasta confesos de nuestro lado más turbio.

Ya sé que es un lujo inmerecido pero puede haber quien quiera dárnoslo como un mojón en el camino para hacernos siempre amigos. En el canto y en el beso dicen que nadie tiene perfectas las mentiras. Allí se exige renunciar a todas las certezas, hasta correr el riesgo de saltar al precipicio sin saber si tiene fondo luego. Pero si existe alguien capaz de darte hasta ese abrazo en pleno lado oscuro, pasado ese momento –del que hablaba antes- al día siguiente se habrán olvidado los descréditos. En lugar de las voces y los reproches, la caricia y el silencio, el aborto legítimo del sentimiento.

Hay que llegar hasta ahí: reventar la barrera de la objetividad que no la conoce nadie, que no la tiene nadie y una vez traspasada ver de qué manera se puede ser felices. Porque necesito hace tiempo el paladar de nuevos besos para seguir sosteniendo el idilio de mi soledad, de una soledad que es preciso ya compartirla hasta el fondo para que deje de serlo.

Prefiero ya no tener miedo de hablar de mis errores, de olvidarme donde estuve sin deber acercarme, de encender al menos una luz suficiente para que en esa penumbra en que duermo siempre cuando sienta los párpados cerrados cada noche, duerma y pueda olvidarme de mis propias oscuridades y de todas las ajenas.

miércoles, junio 21, 2006

Necesario descanso


Es necesario dormir, dormir el cuerpo y los músculos para que todo descanse a la vez. Y a mi me cuesta todavía hacerlo por las noches y eso que me quitaron recientemente el miedo de cosas a los que no les debía tener miedo. Siempre para dormirme, como un niño antiguo y reciente he necesitado algo de luz y así detener el tiempo, recordar los instantes que me gustaron de hace un rato y sentirme como en una especie de nostálgica penumbra.

Pero aún así, con ese montaje de escenario duermo poco rato seguido, me voy despertando para ver si ya es hora de despertarme del todo, de seguido, y saludarle a la mañana como un estreno que sólo me va a aportar beneficios. Pero es que por la noche, en medio de la noche, parece como si me encontrara de golpe con toda la experiencia de la edad y de la vida y no supiera qué hacer con ella.

También me ocurre que en esta recuperación de las palabras que me viene ocurriendo afortunadamente ahora, es como si se me vinieran de golpe y no me dejaran conciliar el sueño. ¿Te acuerdas –viene a decirme cualquier instinto viejo y casi olvidado- cómo fuiste feliz con tres o cuatro cosas que sabían decirte? Y como ahora me las veo de nuevo escritas y abiertas son como una estética zoom para seguir viviendo o un atajo para llegar más pronto a los mejores sitios luego.

Necesito, no obstante, descansar cada noche de esta especie de triunfo anunciado, no trabajar en nuevos proyectos de personalidad y disfrute ajeno, sino dejar que me vengan ellos a mí mientras mis músculos, todo el cuerpo, logra dormirse por las noches. Ya no quedan edades inciertas, la mía la tengo más que cierta y para poder conseguir las pausas y el silencio, es preciso, dormirme mucho rato seguido de noche y que me tengan que despertar todavía con el libro que se me quedó abierto.

Ya que tengo edad y entendimiento, ya que gozo de respeto en una mezcla de admiración y cariño, he de quedarme en ese secreto goce de la espera, esperando, pero a ratos durmiendo para que todo descanse desde ese instante en que alguien cada noche pone un beso en los párpados para que me pueda dormir luego.

También estoy seguro que mi taza de café por las mañanas al levantarme tendrá a la vez el aroma de una rosa y una piel.

martes, junio 20, 2006

Oficina creativa

A medida han ido pasando los años uno necesita más de una creación propia que temple los ánimos. A la vez es la forma de cultivar el paladar de los solitarios. Por eso un día me construí con cuatro piedras y unos pocos ánimos una especie de oficina creativa donde no fuera imprescindible ni titulación, ni reconocimiento previo. Eso sí pasé, con nota superior al aprobado las ganas de defenderme de soledades que llevan a una autocontemplación física y mental que acaba siendo nociva.

Eché a andar, sin garantizarme para nada las respuestas, éstas vinieron luego, puedo decir honestamente que me las gané a mano, no porque mi creación fuera en extremo brillante pero siempre fue muy propia, hasta a veces elegante porque cargamentos de ternura nunca me faltaron.

Pero todo entra en crisis y de pronto con ese transcurso de los años se me fue apoderando el temor a la vida en su estado más puro y dejé de ir creando, se amontonaron los periódicos viejos en mi despacho, las veces que escribía sobre mi propio noticiario y no estaba seguro si es que no interesaban las noticias o mi forma de contarlas. Ya tenía por las noches hasta mal cerrada la oficina, puse cuatro papeles, me dije a mi mismo ahora vuelvo y tardaba en volver por miedo a que se mezclara el silencio con mi propio silencio de antes. De oficina creativa estaba pasando a ser cultivador de una oficina destructiva. Tenía desconocido y lejos el remedio.

Pero ahora puedo decir que he recuperado las sonrisas por las noches, el eco de nuevo como un amado espacio de revelaciones, entendí cómo se retienen las cosas que de verdad quieres, las historias de los sentimientos, la espera, la comprensión, lo que no necesita respuesta, el olvido de errores que todos cometemos, las luces por la noche, y sobre todo, levantarse cada vez, como ahora, como cada día más o menos en estos momentos y saber que te están leyendo, como algo casi doméstico, un repaso de buenos recuerdos, con una sabiduría tántrica, una generosidad que te hace recomponer los trastos viejos de tu propia oficina creativa como una copia trabajada y querida de la primera que construiste. Tengo de nuevo ese tono de respuestas, me suponen como unos besos para la piel del alma ,una compañía ingobernable, una media de seda femenina muchas veces exquisita e inolvidable.

Para las últimas preguntas nadie tiene respuesta, todo lo más conservar un pedazo del presente como una especie de segunda memoria, una reconstrucción de la mínima construcción que nos pusimos a hacer un día hasta que nos entró el miedo de quedarnos definitivamente en silencio.

Os dejo, tengo que abrir como cada mañana mi propia oficina creativa. Seguro que hay alguien esperándome.

lunes, junio 19, 2006

La soberanía del instante


Para mantener la vida viva, no hay más recurso que darle todo el valor a la soberanía del instante, hacerlo brillante y permanente. Como un paso a paso de atributos íntimos, con belleza escondida que de alguna manera compartiremos, pero prolongando los instantes y escondiéndonos con ellos y con su poderío.

Rompe todas nuestras asimetrías, nos transporta al viaje de las emociones permanentes, nos aficiona al poema, nos devuelve las metáforas que ya parecía que habíamos perdido porque no teníamos con quien compartirlas. Y lo mejor de las metáforas es precisamente eso, que se trata de un asunto de comparaciones.

A todos nos acosa en esos instantes la sed del romance, el ensueño, el murmullo, la manera de turnarse las estrellas por la noche, a todos nos sirve ese instante para construir vida, romance, propósito y sueño. Nos facilita la querencia ajena, nos proporciona auditorio, nos corrompe y en ese auditorio nos lo inventamos todo, hasta los párpados o las pupilas del amante.

Ya, ya sé que las palabras derivadas de ellos producen adicción como las caricias en el mismo sitio, son como una especie de insomnio para siempre, un precipicio de ilusiones, una forma de escribir que nos la hemos de creer nosotros antes. Me ha pasado –lo dije antes- que hacía tiempo que estaba sin metáforas y las he recuperado de golpe y deprisa.

Pero es una vieja fórmula que nunca me ha fallado, cuando todo capitula, rinden los huesos que hemos dejado en el contenedor de los que ya no sirven, se multiplican los naufragios y no oyes más que hablar a voces, frente a una ventana de desesperanza me tienta éste delirio del instante, devolverle su poderío y lo demás darlo por vivido.


Puestos a pensar como la mujer de la imagen, llegas luego a saber que tienes ese poderío y has de conservarlo para siempre.

domingo, junio 18, 2006

Sentirse cobijado


Sentirse cobijado ante el peligro de la noche, esa especie de garaje de doble fondo, tenerle miedo hasta a la luna, al purgatorio de nuestros errores, a los dolores de las partes duras cuando sabemos que el peligro siempre estuvo en las blandas. Por eso, a uno le hace falta de esa especie de cobijo como el niño que necesita el cuento con azoro infantil pero envergadura adulta.

No somos ser humano válido si alguien no nos cobija antes, asume nuestra necesidad de protección, sabe enseñarnos que la pregunta de cómo nos sentimos sólo tiene la respuesta, bien, sin más explicaciones. Lo otro es derrotarnos aprendiendo únicamente de las derrotas. Y el hombre siempre tiene victorias de dónde poder echar mano. O debes encontrarlas o que te las encuentre alguien.

Hace días que llevo viviendo la hermosura prestada para no tener necesidad de consuelo, para negar definitivamente el consuelo; hace tiempo que voy estableciendo una musculatura física y mental que es suficiente para modificar las cargas de la vida en regalos de la vida; hace ya bastante rato que cuando escucho que llueve prefiero salir a mojarme, que hasta convierto las pequeñas tempestades en buen tiempo, francamente en buen tiempo.

Pero para eso es necesario la constancia del mejor ser que tenemos dentro, ese cobijo ajeno o autopropio que decía antes y así luego de niño con miedo a la noche pasar bastante a hombre, salvarse de todo lo incierto que tengamos delante por algo mucho más cierto, sentirse definitivamente bien y no necesitar ese cuento por las noches. Prefiero tener que contarlo yo con la disciplina y el rigor de la ausencia ya de cualquier dolor.

He decidido quitarme confusiones antiguas vertidas hacia dentro, prefiero estar mejor, mucho mejor buscando simplemente la belleza de estar vivo en cada momento. Para eso he necesitado, como antiguo, como de niño, sentirme cobijado.

sábado, junio 17, 2006

Quitarse la ropa


Quitarse la ropa tiene un rito y una ceremonia que una vez hecho ya no sabemos dónde estuvo cuando contemplamos la desnudez propia y ajena, pero a la vez vestirse luego es trazarle un límite al otro, un trámite que le quita encanto al amor, un poco vergonzoso, carecer de compromiso propio. Hay que buscar y acatar en esa necesaria desnudez una antesala de un morbo con licencia para siempre sin prisa y con causa.

La búsqueda, el descubrimiento del derecho libre al placer, el borrado de las huellas antiguas para crear una nueva liturgia, supone de antemano que una vez desnudos, en esa impunidad, en ese desconsuelo consolado luego, hay que saber que quizá la mujer desnuda ya no tiene boleto de regreso. Y el hombre puede sumar todo el desprecio ajeno.

Por eso aquí, ella mira qué mandato o que disposición le despojó de su ropa, para quién eliminó cualquiera de los límites que quedan, cuándo llega esa claridad para descubrirlo todo de nuevo, qué destello, qué reflejo, dónde dejó puestos sus sueños, quién le dará de nuevo el aprendizaje a desnudarse como un disfraz de su deseo, una última forma de perder la dignidad en las más bellas manos ajenas.

Desnudarse es un dominio, una forma de sexo sin haber tenido sexo aún, un testimonio de las formas de los cuerpos desvergonzado y valeroso. Pero con la ropa puesta le niegas a ese cuerpo el espacio de las revelaciones, de la verdad que tiene cada piel, innegable, tenaz.

Quitarse la ropa es un signo poderoso y valiente que nada entorpece. Lo único que necesita es un arte, un estilo, a lo mejor una cadencia retro o la vanguardia de lo que no ha hecho nadie. Una forma de alargar el tiempo porque el que te faltaba lo dejaste en la ropa, en las ganas de quitártela.

viernes, junio 16, 2006

Tomándose las manos


A veces no es que dos manos se junten, es que una se mete dulcemente dentro de la otra como el hocico de un caballo que reconoce su brida, como una búsqueda que ya tiene destino de una manera ardiente y pulcra.

Todas las manos acaban haciéndose oscuras, viejas, más allá de su color, expresan el mandato de las manchas de esa vejez pero tendrá que saber perdonarla quien las tome porque se pueden así sin ocultar los signos de la madurez, manifestar una especie de obstinación, de resistencia a ella.

Pueden decir dos manos unidas de la calidez de una primavera regresada, del síntoma inequívoco del anticipo de futuras caricias, de la transparencia de una emoción, de la expresión de un continuismo de una persona en la otra.

Unidas manifiestan apoyo y entraña, una forma de envergadura, por eso necesito ese símbolo, esa búsqueda de una mano ajena, reclamando la propia. Suponen una ardiente necesidad de contacto, noble, distinto de cualquier otra parte del cuerpo. Son un símbolo de insistencia que me gusta practicar sin disimular esa insistencia.


Prefiero que se me escape el cariño de otro sitio para que llegue hasta las manos, a veces rozarlas apenas pero siempre darles su importancia, saber y testimoniar que es un reclamo, una manera de llamar y de quedarse, el aviso de lo que viene luego o que no haga falta nada luego.

Esta imagen de dos manos unidas más que unidas buscándose me ha hecho alargar la mano, me ha hecho alargar demasiado la mano esta tarde, quedarme al final con las manos tendidas como siempre, como siempre. De pronto las he sentido demasiado solitarias y vacías. Prefiero las de la imagen, son un sueño, indudablemente un sueño.

Pero al instante sentí como si me volviera de nuevo, la mano en mi mano, le noté hasta las hendiduras y los relieves que tiene el deseo. La sentí para poderme dormir luego ya sin miedo, ya sin miedo.

jueves, junio 15, 2006

Por qué suelo escribir


Todavía no sé bien qué es esto que escribo cada día. Ya dije de llamarle como una especie de desahogo, de confesión por las tardes, de manera de acercarme no sé a quién, no sé a dónde. Se convierte fácilmente en una especie de encubrimiento descubierto, un enganche, una pasión que siempre escribo como se hace en Internet , sin mayúsculas, con letra pequeña y todo seguido, omitiendo adrede las separaciones.

Yo le voy a llamar una forma de buscar la belleza de estar vivos, de escribir para que me vayan doliendo las cosas menos. Ayer me dijeron que quiero apurar el tiempo y que no es eso, me dijeron que ni huya ni me quede, pues escribir cada día en este sitio mío y de todas las personas que me quieran es a la vez mi huida y mi forma disimulada de quedarme.

También suelo escribir sobre un estilo que le aplico a la vida hasta para las cosas pequeñas, intrascendentes, que solo necesitaría tener un poco de paciencia y no suelo tenerla. Porque venzo mi natural falta de paciencia con un empuje y un empeño para que acaben de terminar de salirme medianamente bien las cosas, las propias y hasta algunas ajenas. Nunca me rindo, no abandono porque sé que siempre hay una ventana abierta y una percha para colgar alguna cosa que voy a necesitar luego.

Se puede alternar lo real con lo imposible como una forma que parece de hacer literatura pero en realidad se trata de huir o de quedarse, ambas cosas las suelo hacer, las necesito hacer. Huir hacia una luz que me parece imposible de alcanzar o quedarme con las cosas pendientes, con todas las cosas que tengo aún pendientes.

Estoy en una edad que no me va a dejar pensármelo despacio. Por eso suelo escribir para decir que estoy dudando como otras muchas veces. Estoy dudando porque en el fondo no sé bien cómo hacer las cosas que tengo que hacer. No, no voy a insistir en ello aunque a fin de cuentas es una especie de codicia sana, una forma de alargarlo todo para no perderlo del todo. No es peyorativo, es indicativo. Utilizaría una clara definición cercana a los poetas: saber que existe, que tengo un sitio en el mundo pero no poder alcanzarlo.

Cada vez que me doy más cuenta, suelo escribir sobre estas cosas que no acabo de entender bien cada día, sobre mi manera de reencontrarme de golpe con toda la experiencia de la edad, de la vida, del amor, una tardía revancha por no haberlo sabido antes.

Escribir para vivir, eso que sólo es una forma de sobrevivir.

miércoles, junio 14, 2006

Lo que me duran los días


Hace poco me enseñaron a perderle el miedo a la noche, pero no es suficiente, sino que también me hace falta saber acortar menos los días porque me ocurre que a medida noto que se me acerca el final de los mismos, es como si no supiera cómo terminarlos. Se me quedan cortos, quizá los demás no se dan cuenta que yo cara a la noche valgo menos, camino más despacio, los dolores son más insistentes y es curioso aún no se me ha terminado el día y estoy pensando ya en el día siguiente.

En esa mañana que hago comenzar tan pronto, apenas se hace de día, con mi amanecer solitario, mi café insistente y cargado, un perfume a hembra sin perfume, un “relaxing themes” de Bellini o Pachelbel y unos cuentos eróticos de Iwasalki, conmovedores por haber descubierto el lado oscuro del deseo, la degradación, el sexo a secas.

Pero no es solución empezar demasiado pronto la mañana o aparcar lo más rápido que pueda la noche y acortarla a ratos mirando adrede el reloj de los despidos, de los despertares sin tener que despertarse, una y otra vez. No, no es solución. Habrá que hacer algo para que el día dure lo que tenga que durar, ni prolongue la noche ni anticipe la mañana, que me vaya viniendo cada tiempo como una caricia de la vida que necesito sin pausa pero sin prisa.

Tengo que hablarlo con alguien porque casi todas las cosas hay que arreglarlas hablándolas con quien te escuche, que te diga un momento, dime, dime qué tienes que hoy no estás como estabas ayer. Eso, eso mismo me dijeron ayer.

A ver si consigo saber cómo hacer bien las cosas, la medición de mi tiempo sin medirlo, que me ponga cada vez como me tenga que poner, que no me llueva siempre a destiempo y yo siga huyendo. Necesito una forma de quedarme, una disposición en el carácter, un silencio tal vez para ver si no llueve tantas veces y tan insistentemente.

martes, junio 13, 2006

"Lector eterno"


Todos tenemos el derecho y el deber de la muerte, ni elegimos la forma ni el momento, pero todos morimos. Para ese instante, cuando me llegue, alguien escribió para mí, hace tiempo, los versos más hermosos que jamás me dedicó nadie. Tienen como título “lector eterno” porque eso es lo que quiero seguir siendo después, como una especie de acumulación, una constancia.

Lo que he sido hasta ahora, lo que me ha servido para ayudarme, a veces, a mirar el mundo desde lejos, abarcándolo todo, y que me hiciera menos daño. Leyendo me he ido enterando de las heridas de los demás, he ido dejando como a resguardo debajo de las letras de los libros el reguero de mi alma. He sido como una especie de traficante de los libros siempre abiertos, en definitiva soy los libros que he leído. Por eso quiero que al final cuando me llegue la muerte volver a acordarme de los libros, morir como he vivido, casi leyendo.

"Cuando yo me haya muerto
dejad un libro cerca....
Olvidad los llantos y las flores,
el luto en vuestros ojos
y en las manos.
Olvidad la lápida de mármol o granito,
el ataud, las velas.

Cuando me vaya a ese viaje
necesitaré dormirme
leyendo entre sus hojas,
mezclarme entre la tinta
aún viva de sus letras,
convertir su esencia
en mi sudario,
apoyar en él mi calavera.

Cuando yo me haya ido
y mi cuerpo
en polvo se convierta,
no apartéis el libro
de mi orilla
que, de mi mundo,
él siempre fue la puerta.

Cuando yo me haya muerto
no os olvidéis ¡por favor!
de dejar un libro cerca."

alba

lunes, junio 12, 2006

Vidrios rotos


A todos más de una vez se nos han roto los cristales, los cristales de la casa donde vivíamos, donde teníamos lo mejor, donde atesorábamos nuestro pasado y sobre el que estaba el momento, el mejor momento de cada día. Se rompieron los cristales de aquella ventana tan cerca, tan dentro de nosotros y supimos enseguida que no tenían arreglo, no los íbamos a cambiar porque ni podíamos ni queríamos.

Pero habrá que seguir viviendo, habrá que echar mano, más que nunca, de capacidades de resistencia ante cualquier tipo de rotura. Hacerlo entraña serias y dolorosas dificultades pero a la vez es un claro testimonio de lo que somos capaces de hacer.

No, que no arregle nadie esa ventana rota porque no tiene arreglo, si algún amigo se acerca, que sea solamente eso, un amigo de las mejores conversaciones, de calidez a raudales, para la cual son necesarias generosidades que no suele tener la gente. Pero más allá de esa compañía que podemos prestar, hay personas a las que aunque se les rompa la ventana entera son capaces de soportar el frío, las tempestades, las soledades que entren por los huecos de esos vidrios rotos. Hay personas que dejan el testimonio de ser personas siempre, permanentemente.

Y hoy una vez más me acerco en este caso a una de esas ventanas rotas aunque no sea la propia para asombrarme, para pasmarme, para intentar que me dejen imitar algo, aprender un poco, dar las gracias luego, quizá tener que pedir perdón antes y continuar un camino de la vida que entero nunca le podremos contar a nadie.

Además, antes de marcharme, me advierten, me digan lo que me digan de ti, te consideraré como eres, se sientan a mi lado y me cuentan, me cuentan despacio cómo es posible eso que se te rompan de pronto los cristales de tu vida propia y sigas viviendo para alegría y ejemplo de todos los que tienes cerca.


Intentaré aprenderlo. Ocasión así es difícil volverla a encontrar en alguien. Seguiré viviendo con mis vidrios rotos, aprendiendo a hacerlo, da lo mismo que haya sido el viento, los errores quienes me los hayan roto, de las capacidades propias me alimentaré más veces, aumentaré el empeño y seré hasta capaz de intentar enseñarlo luego.

domingo, junio 11, 2006

El tiempo


No nos damos demasiada cuenta o no queremos hacerlo pero el paso del tiempo duele casi siempre. Cada movimiento de las agujas del reloj altera a veces lo que sentíamos más seguro e inamovible, lo que va a venir no lo sabemos, ni podemos prepararnos. Por eso el único remedio es la aceptación, no la tolerancia, pero si la aceptación cuando no mandamos nosotros, manda la vida, manda el tiempo.

Los más jóvenes, los del porvenir más brillante, piensan y desmenuzan el futuro y hasta para ellos mismos el futuro no existe si no lo quiere el tiempo, si se lo interrumpe la vida. Los que estamos en esa edad anterior a que te llamen viejo, pero eres ya un poquito viejo, vivimos el tiempo que analiza cualquier cosa que nos trae, sobre todo cualquier cambio que no nos beneficie. Vivimos, nos toca ya vivir, el revés de la vida, el camino sin vuelta atrás, la ignorancia de lo vivido, el olvido.

Porque hacerse mayores es ir olvidándose de lo más reciente, lo que acaba de pasar, el título del libro que terminamos de leer, cómo se llama ese amiga que nos termina de parar por la calle y con la que hemos estado hablando unos instantes. Es curioso, si me está acabando la memoria por qué no me acuerdo de lo reciente y sin embargo lo antiguo lo tengo aquí presente.

Yo me excuso diciendo que tengo memoria selectiva y no es verdad, la que me selecciona es mi misma memoria. Me aparta de unas cosas para siempre, me deja cerca otras, quizá aquellas que supe notar mucho más fuertes. Con la gente tengo la técnica de sonreírle siempre, de decirle que sí a casi todas las cosas y al final cuando se marchan, ahora ya ni me esfuerzo en acordarme quién era.

No sé lo que ha pasado, o sí que sé lo que ha pasado, pero hoy, precisamente hoy me duele más el tiempo, me siento un poco más viejo y no tengo casi sitios donde poder decirlo. Hoy me parece que el tiempo ha venido erróneo, como por mal camino, me ha ensañado cosas que no debieran haber ocurrido y como me estoy haciendo viejo, ya no sé arreglar las cosas de la gente.

No tengo otro sistema que decir esto tengo, esto es lo que doy, tu mal tiempo que tienes no te lo puedo arreglar porque el mío, el mío ya me parece un privilegio tenerlo. No te muevas, le diría a todo aquel que tiene mal tiempo, si sufres es que recuerdas, es que el tiempo te trajo cosas hermosas de entonces. Ya lo ves cómo no sé ayudarte, es la hora de los últimos cuartetos, de aproximarse, de quererse, de saber que muchas veces el tiempo duele siempre. A mi me estuvo doliendo ayer tarde como un plazo al que ya llegaba tarde.


Lo supe el primer día que había llegado tarde, pasase lo que pasase. Era cuestión de tiempo.

sábado, junio 10, 2006

Carta de amor


Hace tiempo que no escribo ninguna carta de amor. Quizá me faltaba destino, demanda, o lo que es peor, casi ganas. Pero hoy he pasado junto a ésta posta de correos y he pensado enviar una carta de amor, seguro de que habría alguien, sin carecer de él pero que, sin embargo sabrá leerla, esperarla, entenderla, perdonarla luego si hiciera falta, darle tiempo, espacio y sobre todo eco.

Nadie sabemos bien lo que es el amor, no se puede explicar, no se debe entender, pero hay algo esencial: el amor es un límite y siempre nos mide. Puede ser como una esquina de la vida, una manera de intentarlo, una forma de probarlo. Por eso de una carta de amor bien nos vale conservar hasta las sílabas y los acentos y guardarlos para siempre en el rincón de esa vida sin espacios ni exigencias, llena de errores porque la vida del destinatario seguro que también los tiene.

Voy a probarlo, pues de nuevo, como si empezara a decir buenos días muy despacio, ¿qué tal se encuentra señora al recibo de ésta? Yo bien gracias, porque a lo mejor sólo me dijeron “gracias” anoche al acostarme y con eso tuve bastante. ¿Qué tal señora, cómo se encuentra, señora? Yo bien, ocupado en el espacio de mi madurez, pero con las manos tiernas en cualquier obstinada y tierna madrugada.

Ya me ha venido la mañana, transparente y fanática y al pasar junto a la posta de correos, me he repetido de nuevo, venga ponte, ¡venga ponte a escribirle a una dama una carta de amor, mágica y regresada! Dile sólo que te imponga el silencio con los dedos en sus labios cuando sea necesario, que te diga que no, que nada se termina si no quieres; dile que cada vez que la miras apartarse los cabellos y preguntarte ¿quieres verme?, tú le dices, cómo no, nadie va a reconocerte porque creo que nadie supo mirarte tan abiertamente.

No te llega a pedir nunca que le hagas el amor que os convoca, cuando la ves moverse por la puerta, no hace falta ni la virtualidad de una palabra parecida al sexo, sino la realidad como si te estuviera diciendo ¡párteme por la mitad! y quédate, quédate con esa mitad. te insiste. Siempre estamos hechos de los misterios que nos deja la vida, te transmite su serenidad y su cultura, te deja libre porque no puede obligarte a compromiso alguno, te hace amar lo propio, te distrae con lo tuyo, quiere que quieras lo tuyo.

Ella tiene ya un destino a donde no llegas, a donde no puedes llegar aunque quieras, un destino que te enseña que a su vez sí que tendría respuesta una carta de amor que te atrevieras a escribirle. Guardaría ese intento ya como de tiempo pasado, como de no haber llegado a tiempo pero podrá devolverte en cada gesto, una nueva enseñanza: yo no le puedo enseñar lo peor, porque ya ella me ha enseñado lo mejor. Quizá en ese destino haya un gran sedimento, cada palabra es cierta, la que escribo y la que me responden.

Hacía mucho tiempo que no escribía una carta de amor y hoy me he puesto a hacerlo como una forma de verter las palabras para que me devuelvan más vida, para que jamás vuelva a hundirme una tarde en mi desespero. Sé que me exigirán muchas veces, silencio, con los dedos en los labios.

viernes, junio 09, 2006

"Io resisto"


Los títulos de estas imágenes que intercalo estos días, me sugieren muchas cosas de la vida diaria. La de hoy se llama: "Io resisto". Pues sí, es suficiente porque cada uno de nosotros tenemos qué resistir y por qué resistir. Yo resisto porque me gusta resistir, que no me tumbe nada ni nadie, que me levante cada mañana y algo o alguien me de motivo, motivo para vivir, para comerme mi pedacito de mundo y casi como la imagen de esta silla frente al mar resistir cualquier oleada por fuerte que sea.

Yo resisto. Lo único que me hace falta son anclajes o motivos propios o prestados para que venga lo que venga sentirme superior. Estos últimos días he aprendido mucho, he acudido a una escuela dura y hermosa donde cualquier queja mía tenía enseguida frente a sí unos dedos sobre unos labios, hermosos y tiernos, tanto los dedos como los labios. Una escuela impensable pero que he hecho propia dadas las enseñanzas gratuitas que se derivan.

Resistirse es una vieja manera de seducción a la vida, es vencer los impensado, lo reprimido, que no quede ni un resto de indignación porque piensas que te la fabricaste tú mismo para sentirte como un futuro presidiario de crímenes que no había cometido, Resistirse es un gesto incumplido, es llegar al límite extremo de la acción, es una riqueza para pobres, una manera de comportamiento que parecía imposible pero ahí estaba esperándome.

Es palabra y rigor detrás de la palabra, es una retina en la mirada, un proyecto de vida sin fecha, un eximente de las cosas de antes mal hechas. No hacen falta ni argumentos ni razones sino quedarme donde estaba, ser el que era, recuperar el sueño que me abandonó por las noches, definitivamente hacerle caso a quien me ha enseñado a perderle miedo hasta a la misma noche porque vivo en el horario permanente de la resistencia.

Miro una y otra vez la imagen y releo su título: “Io resisto”. No hace falta más, ni menos. Tan solo ponerlo en práctica, seguir siendo alumno de esa escuela a la que me he apuntado.

jueves, junio 08, 2006

Luz de supervivencia


He vivido demasiados años de mi vida, necesariamente, en un duro mundo de oscuridad con un final en ese pasillo, necesariamente propio, insoportable todavía en el recuerdo para cualquier hombre, cualquier padre. Sus paredes era mi propia sangre, su alcance diariamente, inalcanzable. Por eso ahora ni la parte que resta de mi memoria, casi alimentada de nada, sino de la propia vida, del temor a llegar tarde, me hace levantar la vista y buscar la claridad allá donde esté. Viviré solo, el tiempo que me reste, oscuridades inevitables de nuevo pero ninguna elegida por mi, inexplicablemente.

Miro, pues, como en la imagen, una luz gratuita y generosa que diviso, una luz que viene hasta de no tener vida, de esperar en un coma profundo un final que no llegó porque había demasiado gente quizá esperando su vuelta. Llegó y por donde pasa, alumbra a cualquiera, es la generosidad en forma de asombro, el detalle increíble y permanente hasta con quienes no tiene por qué.

Pues bien, necesito esa luz para seguir viviendo, dar las gracias cada vez que la vea, ni una sola pregunta, ni un pregonar el precipicio por el que estuvo, demasiada humanidad, demasiada entereza para que la deje pasar.

Necesito esa luz, necesito ya luz lo que me reste porque no puedo ser capaz de autoperdonarme todos mis errores, ni hace falta apenas. Sigue encendida, cada mañana al empezar, cada noche al restarle el miedo a mis noches. Es una luz demasiado hermosa ni me pide palabras ni resta ninguna de las que diga. Jamás, jamás pensé que existiera tan cerca, que fuera capaz de suprimirme un gesto de dolor, explicándome que no existe el dolor; una lágrima que me viene de pronto, restándome para siempre todas las lágrimas, intercambiándolas con sonrisas; una amistad sin nada a cambio, un silencio con el gesto de unos dedos en los labios, una callada exigencia de la felicidad ajena.


Viendo esta oscura imagen de oscuridades sorprendidas sin defensa, me he de agarrar sin demora a esa luz del fondo que es cuando hace falta final y principio, manera de estar, carácter rodeado de hermosura, dócil y dúctil para todas mis necesidades.

Mi cupo de oscuridades estuvo demasiado cubierto. De ahora en adelante, en silencio, sin que nadie lo sepa, sin explicaciones, mis ojos van directos hacia esa luz de supervivencia.

miércoles, junio 07, 2006

Contar cosas propias


Siempre me ha gustado contar cosas mías a la gente, pero para poder hacer eso con un mínimo grado de satisfacción es necesario tener algo que yo simplemente he llamado eco. Que quien te lea traiga una mente limpia, puesta al chorro de la mañana contra más pronto mejor; que también tenga capacidades propias similares a las tuyas, lo cual no quiere decir coincidentes, que aporte respuestas que no haya que pedir.

Llevaba mucho tiempo –quizá demasiado- sin tener ese eco, esa escucha, ese silencio a devolver con gestos nobles y palabras tiernas. Porque la ternura en la palabra, la búsqueda entre ellas de la más dulce no entraña compromiso ni presupone que tu romance tenga tintes de elegía inútil. Puede ser una forma de agradecimiento –un día hablaré del buen uso y mejor práctica de esa palabra- un agradecimiento que a lo mejor es tan sólo una elemental manera de escuchar para que luego tenga que hacerlo uno y se convierta en escuchante porque fue antes escuchado.

Contar cosas propias, con el límite de la intimidad bien administrada me reconfortó siempre. Quizá soy buen lector, eterno lector, porque cada día, varias horas, escucho a gentes que hicieron de eso su oficio, contar sus propias cosas. Hasta en la más inverosímil historia, está la propia historia, el cuento de la propia piel y de la más entrañable entraña. Contar cosas propias es una autoconfesión pero que hay que pensar antes a quién se la diriges. Hasta en los elementales cimientos de la literatura hace falta que exista detrás un pudor propio, aunque luego esas andaduras por la vida de aparentes personajes vayan a manos de miles lectores que nunca te digan nada.

Mi área divulgadora ya no es un periódico como lo fue en años anteriores ni mucho menos, a veces no pasa de una simple carpeta del ordenador, pero otras, otras más valiosas y necesarias para mi tienen la ventana de la red, de memorias en voz alta, de gestos impúdicos pero llenos de pudor. Lo único necesario es contar con esa escucha que hablaba antes, con esa respuesta, pública o privada, con una tolerancia, con una especie de intercambio que siempre beneficia a todos.

Seguiré contando cosas propias, con más o menos interés o acierto, bonitas o mal contadas, pero con el área de apoyo que a la vida, cuando se te va cansando la vida, tienes derecho a exigirle. Agradéceme –pareces decirle a esa vida- con una pequeña parcela diaria cuando siempre me olvidé a la hora de dar de límites y hasta de posibilidades.

martes, junio 06, 2006

Seguir


Se trata de un mecanismo diario al que todos nos vemos abocados cada día. Nunca es fácil hacerlo: si es para continuar cosechando beneplácitos y triunfos, por temor a perderlos, si el tema está complicado porque se pueden acumular más complicaciones, o por la mera rutina que ya de por sí tienta poco. Por eso yo para seguir, recurro, echo mano del verbo inventar. Lo único que necesito no es que alguien me diga como un halago qué bonito lo último que has inventado sino que simplemente valore un esfuerzo, me llame, me haga volver el rostro y asegure que se ha dado cuenta del calibre de ese esfuerzo propio que aunque quizá a los demás no le sirva de nada, denota mi propia posibilidad, que mis capacidades siguen vivas.

Ayer a través de ese medio tan hermoso y directo e inmediato como es el correo electrónico, como es el grito en la red, una persona muy valorada por mi vino a decirme algo así como que sigue viva mi capacidad de ilustrarme, mis ganas de aprender, aunque aprender os lo advierto siempre duele, pero sobre todo me hablaba de mi capacidad de ilusionarme y nombraba un término castellano siempre envidiado e intentado por mí: la generosidad.

Sí, es que creo que es generoso, contar cosas a los demás, esforzarte en algo, equivocarte, autorrechazarte los silencios hasta donde lleguen; creo que es ser generoso solamente seguir. A alguien le beneficia, empezando por ti mismo y terminando por las personas que quieres.

No me pienso cansar y cuando hasta en algún momento se me vengan abajo ilusiones que me está aportando vida, nada nuevo hay porque la vida te hace saber –y más si te ha avisado- que no tienes más derecho que ilusionarte por lo aquello que tienes derecho. Entonces has de levantar tu rostro, tu mejor rostro y solamente seguir como una autodisciplina y con un despliegue de tu mejor sonrisa.

Relees el correo electrónico de que hablaba antes, te vuelves a enamorar de la posibilidad de tus posibilidades, te inventas algo más que no te habías inventado, en suma buscas alimento para seguir. Y puestos a ejercitarse en ese verbo, seguiré viniendo aquí cada día a ver si he aprendido a sentirme mejor pase lo que pase en mi vida.

lunes, junio 05, 2006

Tengo un hijo italiano


Tengo un hijo italiano que no nació de mi mujer, me lo trajo a casa mi hija, ya mayorcito. Al escaso tiempo de conocerlo suprimí ese típico “como un hijo” que a veces emplea la gente, porque en este caso para mí se trata de un hijo en el más entrañable sentido de la palabra. Serán buenas sus cualidades humanas cuando hago ésta afirmación, pero no es ésa mi intención, ni juzgo ni valoro a nadie, lo que hago es añadir libremente dosis de afecto. Lo que naturalmente las baso en comportamientos, más que generales, egoístamente vertidos hacia mi persona.

Particularmente a medida que la vida avanza le vas dando más importancia a que la gente que te rodea practique ese sano acompañamiento de que pensar en los demás es algo esencial para cobrar valor ante en la vida en general. Puede incluso carecer de relevancia el grado de proximidad, el posible parentesco. En un mundo regido por el egoísmo es difícil encontrar la figura humana que posibilite calificar a alguien en alta estima.

Ese hijo italiano que tengo, lo hace. A veces hay detalles en la vida cotidiana como son preguntar, sólo preguntar, por cómo te sientes, que después de una larga conversación con ribetes de intimidad pasan desapercibidos. Hay que saber cómo está uno; de salud, de compostura propia, de niveles de mantenimiento, de horizontes de futuro. Y para saberlo hay que preguntarlo. Quizá emplear más razones que en tu tiempo propio, más preguntas que en tus respuestas que llevas preparadas. Eso lo vivo cada vez con este hijo italiano con el que intercambio en muchas ocasiones pensamientos, ideas, actividades, modos de llevar la vida. Me pregunta siempre y me enseña siempre.

Yo lo quiero entrañablemente. Nadie tiene en la vida las perfecciones totalmente asimiladas, pero él anda muy sobrado para cuando tengo su roce, como digo, para aprender e inspirarme. Esto tenía que decirlo en unas páginas tan públicas como propias, en unas memorias de la memoria porque allí está él ocupando un lugar del que jamás se marchará. Yo poco le ofrezco, quizá por ser más mayor, más equivocaciones, pero siempre le buscaré, siempre lo necesitaré hasta el final de mis días.


Acompañan estas palabras una bella imagen campestre de una página web italiana: “una croce in montagna”

domingo, junio 04, 2006

El dolor


Más que el origen, que de todos aquellos que sufrimos conocemos, son curiosas las manifestaciones de los dolores que siente nuestro cuerpo cada día. He dicho muchas veces que hay una medición, un tallage propio para el dolor y una explicación de sus porqués. Pero de lo que nunca se ha escrito bastante, cuando éstos son prolongados y tienen su respetable antigüedad, ese ir y venir, quedarse más o menos, que lo notemos y lo compartamos con criterios en los que ahí nadie tiene una razón verdadera y precisa.

Lo cierto es que el dolor tiene un mandato propio, regulable. A veces una compañía, una distracción, unas palabras oportunas reducen su medida, su intensidad. Entonces bien pensado habría que aportarle cada día razones, propias y ajenas, para restarle importancia, Probablemente están a nuestro alcance o las podemos reclamar de aquellas personas que nos quieren. Todos necesitamos compartir con alguien cosas que nos angustian o por el contrario nos hacen felices, infiernos y cielos, días nublados y amaneceres con una luminosidad beneficiosa desde lejos.

Es indudable, no obstante, que el dolor nos concede muchas veces sabidurías que no teníamos, que inocentemente desconocíamos, que son recuerdos propios no muy lejanos o de ayer mismo, son una parte esencial en muchas ocasiones de nuestra propia carrera por la vida. Pero en esa carrera para poder recorrerla mejor hay una cosa sumamente valiosa: en ese mundo de nuestros dolores físicos o mentales, nada como una pregunta a tiempo, como un querer compartir algo íntimo pero que repartiríamos muy a gusto, un acercamiento a los motivos y a los rasgos que nos producen ese dolor en nuestro organismo, en nuestras vísceras.

Lo he vivido ya demasiadas veces y es tal el beneficio que no estoy dispuesto a renunciar a ello: la voz amiga, el gesto tierno y verdadero, la simple respuesta, sí, la simple respuesta a los silencios que se prolongan y se convierten en rutinas de nuestras vidas demasiado tiempo. Saldré a la calle, a las páginas donde ponga alguna palabra suelta, a la mirada de hasta un extraño y casi le preguntaré: ¿no tienes nada que decirme? Pues tengo derecho a que me lo digas, no te calles, no te canses cuando quizá uno mismo ha estado preguntando demasiado tiempo por dolores ajenos
.

sábado, junio 03, 2006

Vivir en el cielo


Quiero tener el cielo en vida. Alguien en un comentario a mi escrito sobre el último tren apostilló que deseaba que ese último tren me aportara todas las esperanzas puestas en él por mí. Añadía algo referente al merecimiento, que agradezco, pero eso es muy difícil de saber lo que meremos cada uno. Pues unas veces son unas cosas y en ocasiones otras bien diferentes.

Pero independientemente de mis méritos, quiero vivir en ese cielo, lo necesito. En esta especie de ocio inventado que comparándolo con el trabajo, señalaba en otro lugar que es más difícil de estar preparado para el mismo que para el trabajo por una razón de temporalidad, ya que se me va a terminar la vida antes, necesito dentro de este ocio creado, alcanzar el cielo, vivir en el cielo.

Muchas veces nos preocupa el futuro y no debiera ser así porque quizá no tengamos futuro, no lleguemos a él. No quiero notificaciones previas ni preparativos para el mismo, necesito el aquí y el ahora, el éste momento, un presente rodeado de cielo por todas partes. Cielo quiere decir las satisfacciones veniales pero válidas: de quien te escucha, de quien se acerca y se queda, de quien a cada palabra tuya tiene una respuesta, una inquietud detrás, una sonrisa y una voz siempre quieta.

Yo recuerdo en los últimos tiempos de vida de mi madre, que ella celebraba siempre mucho mis visitas porque la hacía reír, porque le llevaba al cielo ya que al que iba ir ya lo tenía asegurado. Mi hermano el médico, la curaba –como si hubiera hecho falta, con lo sana que estaba-, el abogado -mucho más abogado que yo- la aconsejaba, yo le pedía que me explicara el porqué de su salud y le escuchaba sus consejos, porque una madre te lo acaba enseñando casi todo.

Pues bien, yo necesito, ahora, que alguien me traiga un pedazo de cielo, una compañía entrañable y dulce, una caricia no inventada, que me llame con una cercanía difícil, difícil de pensar que todavía existe. Debe ser lo más parecido al cielo.

viernes, junio 02, 2006

El amor


Quizá por haber leído estos días una novela de amor, le vienen a uno más recuerdos de lo que es o debe ser el amor, cosa que creo nadie sabe bien. Vargas Llosa en las “travesuras de la niña mala” vive hasta la angustia, el abandono, y el repetido mal trato de su amada, esa necesidad que todos tenemos en la vida de compartir las cosas con alguien. Ama con los ojos cerrados, ama con la insistencia del amor, con pasión privada y personal, inútil pero para siempre.

Su personaje ama por una estricta y elemental necesidad, la que cualquier ser de anhelo, comprensión y palabras que vierte una y otra vez hacia fuera en la vida, Ama para ocupar ese capítulo desconocido del ser humano, ese territorio por habitar. Y a uno como lector le vienen las mismas necesidades otra vez de golpe, como cada ocasión, cada momento que lo hizo y lo hará de nuevo.

Repito: de nuevo, porque el amante pertinaz no se termina nunca en nosotros mismos, es una especie de profesión irrenunciable que seguimos buscando al empezar cada mañana de la vida. Nos decimos, voy a amar de nuevo y lo mejor que tiene la vida es que siempre hay alguien que está en esa misma andadura esperándote. No sé si amaré mejor o peor, si me amarán más o menos, distinto seguro, pero cubriré así un área irrenunciable, casi como en la imagen que aquí veis, con los trazos mal hechos pero la palabra y su signo inconfundible. No tiene más título, no puede tener mejor nombre que amor, mal escrito, mal vivido ayer y quizá mañana, pero amor al salir de la última palabra que supimos escribir y quizá se cansaron ya de escuchar.

Amor a la manera de cada de cada uno porque no tiene manera, está, siempre ofrecido y tierno como un hálito de vida, como una manera de seguir inventándose la vida.

jueves, junio 01, 2006

Los trenes de la vida


Por la estación de cada uno pasan los trenes que va empujando la vida, pero quizá nos mantiene más vivos, la ilusión que no hay un último tren, siempre puede venir aquel que nunca pensamos que terminaría por llegar. Puede que escribir en un blog, leía hace días en alguno de ellos, esconde una necesidad y como todas ellas quitan libertad. Yéndome al símil de los trenes, un blog, la manera de contar cosas propias en la red, es en cierta manera explicar cómo van pasando los trenes de la propia vida.

Lo dije el primer día, más de diez años escribiendo en la red me da un derecho a esperar de nuevo ese último tren, el más importante, el que hace crecer otra vez las ilusiones, sobre todo las que se hayan marchitado, Y subirte a él para no bajarte jamás, para acomodarte con las mejores sensaciones que uno ha estado obsequiando y necesita disfrutarlas en su carne de nuevo.

Siempre he escrito en este medio empleando la primera persona porque no me gusta la tercera. No sé escribir con él o con ella, sé escribir conmigo mismo, desde mis mejores rincones que a lo mejor no conozca nadie porque la soledad no olvidemos que es un derecho inalienable.

Un blog es soledad, sin ningún comentario o con una hoja llena de ellos. He vivido multiplicidad de respuestas en los foros de Internet y si saco la cuenta, conservo cosas muy bellas. Aquí no me hacen falta, me basta como empieza cada día y contármelo despacio a ver cómo me llega a esa especie de sala de espera de los trenes que faltan por venir y hasta si hace falta echaré mano del pasado porque debe ser verdad lo que dice Faulkner que “el pasado no está muerto. Ni siquiera es pasado.”

Entonces un blog debe ser todo presente, como ese presente que a todos nos escuece hasta donde llegue la vista, o donde alcance la vida.

Mi sobrina



Ayer intercambiamos en una comida familiar nuestras respectivas direcciones de los propios y personales diarios –me estoy empezando a resistirle a llamarle blogs- una sobrina y yo. Quedamos un poco, largo rato, al margen de la conversación familiar.

Yo a ella la llamo, “mi modelo” porque son muchas las ocasiones en que he tocado sus fotos con Photoshop, quizá con la imagen personal que más veces lo he hecho. Es una mujer fotogénica y su rostro muy expresivo. Luego en casa leí alguno de sus textos de su diario, cuyo alcance me imagino que los habrá limitado a su “entrono” y mucho me alegra pertenecer a él.

Hace días, viví precisamente con ella un rato muy instructivo para mí. Caminábamos con otros familiares hacia el campo de fútbol para presenciar invitados por su padre desde un palco de autoridades el correspondiente partido. Cuando en el corto recorrido desde el coche a la puerta de acceso empecé a preocuparme por el resto de personas que venían con nosotros, me dijo más o menos que ambos teníamos la entrada para acceder al campo, que no debía preocuparme por los demás en exceso porque es muy poco habitual que las personas practiquen ese fácil comportamiento del agradecimiento, no de palabra, sino de hechos. Ante su filosofía madura y real, no supe como manifestarme, no hablándole más al descubrir mi poca preparación para la vida a estas alturas de la mía, o besarla apasionadamente sin tener en cuenta el lazo de parentesco.

Ayer conversamos, ayer nos leímos, ayer nos aprendimos cosas del uno y del otro, hasta en ocasiones valoramos los silencios, las ausencias a la conversación general, ayer, desde luego me quedó claro que debo seguir utilizando su imagen en Photoshop y sus explicaciones en la vida.

Cambiar de maquillaje


A mi no me resulta nada fácil mirarme al espejo y optar por cambiarme el maquillaje. Mis rasgos están ahí, ahí seguirán, mal que me pese y más o menos a la deriva mis reacciones siempre son las mismas. Cuando a través de cualquier mirada a ese propio espejo me tengo que enfrentar a sucesos de la vida, manda siempre en mi vieja conducta, mejor o peor puesta en práctica, mis maneras. Como si mis formas de caminar –ya que sé desde hace años- fuera un poco a la vez propias pero tambaleantes, al estilo de un “house” de serie americana, pero idénticas, ni empeoran ni mejoran, ni le valen como digo intentos de cambiar, ni necesito las sombras ni el rimel.

Me pienso quedar con este rostro, con este deambular por la vida que vengo practicando ya hace demasiado tiempo con más o menos éxito propio y ajeno. Aunque creo que ayer sin ir más lejos leí algunas palabras de esas ayuditas que suelen aportar amigos de siempre que sombras, aparte de confundirlo todo, no aportan nada. Es que yo creo que hace tiempo más que sombras vengo dando alguna que otra claridad. Traigo para los demás luces propias que nunca suelo maquillar ni desfigurar, que sirven muchas veces y por idénticas razones necesito luces ajenas que se reflejen en mí.

No me cuesta encontrarlas, sin necesidad de buscarlas, me vienen a veces, hasta con importantes lesiones, a recabar esa luz que puedo yo aportar sin maquillaje alguno como antes decía. El mío, idéntico rostro, sin modificaciones, el ajeno, con una capacidad de escucha y de tolerancia que uno pensó que no la tuvo jamás hasta entonces.

Por eso esta mañana, a mi propio espejo, me dijo no cambies, los mismos colores, idénticos andares, cuesten lo que cuesten porque puede ser cierto que alguien le otorgue un valor incalculable, impensable. No se trata ni de novedad de tiempo recién estrenado, sino de conocimiento profundo, de recepción semejante quizá a cualquier tiempo posible para amarse en el sitio, en el lugar que cada uno tiene.