inventándome la vida

martes, octubre 31, 2006

Una foma de desahogo

Quisiera aprender de alguna manera a desahogarme en silencio pero sin callarme apenas. No será contradictorio. Cada vez estoy más convencido que cuando dejo las palabras con esmero es una forma de derrota y a la vez es un ansia de victoria a pesar de los flecos que siempre quedan que adquieren aspecto de residuos, de apasionamientos que no puedo evitar porque los siento pero debiera expresármelos como a mí mismo, más hacia dentro.

Voy a ver cómo me las arreglo para escribir en éste sitio o en cualquier rincón del planeta de mis ídolos sólo para mi propio eco. Seguiré construyendo las pasiones porque serán cortezas de mi propia piel deshidratada y seca, pero las dejaré quietas como en su lugar descanso que tendrán mucho más valor a la hora de cultivarlas.

Voy a emplear los años como si fueran recientes, como si tuvieran un empuje celular, un tiempo inaugural para cultivar solo la memoria más reciente. Y esa especie de segunda memoria no será una casualidad en los encuentros, sino una intención calificada como aristotélica que hay siempre en la vida con los demás.

Ya sé que tengo un inconveniente: me presiona la necesidad de comunicación, me precede a casi todo, pero es a la vez distinción y estilo, casi como si fuera a ser la seducción anterior a cualquier cauce que emprenda. Detrás de esos deseos de comunicarse, se filtran los libros que he leído y los que no he leído casi, son diálogos impacientes que llevo dentro, una falsa parsimonia que no me sabe dar el cuerpo, todo me reaparece, porque todo lo valioso me permaneció antes.

Pero aún así, voy a coger sitio, como en esa mesa de familia que cuando pregunté yo dónde me siento, me tuvieron qué decir, ¿pero eso todavía lo preguntas? Llevas el plagio de la cultura puesta –vinieron a contestarme-; una contabilidad de doble partida que en el trato humano siempre te dará saldo a favor; la nada despreciable edad de parecer muchas veces estar más vivo que nadie; un empuje, un empecinamiento, una lucha permanente contra la entropía, una antorcha de relevo para entregar a mucha gente.

“¿Todavía lo preguntas?” Juega fuerte, no pierdas el equilibro, ni una palabra a tu propio abismo ni una dirigida que te importe demasiado encontrarle hueco –me decían aquella noche frente a la mesa de la cena y me digo yo mismo-. Me quedaré con la verdad y la belleza de esos verbos que con cierto nivel de hondura y con determinada antigüedad son todos intransitivos.

Tengo ganado, el narcisismo de quererlo todo de nuevo cada día, cada vez pero me voy a imponer la comodidad de que mis desahogos tengan si hace falta o el hueco del silencio o la celebridad de mi propio poder. Me queda la sabiduría de la infancia, la sensualidad de cualquier cosa, su rendimiento en los sueños sin dormir y una clase propia que siempre me van a dejar las palabras, su celebridad, sus recursos. Es aunque no lo parezca, con esa convicción, una forma de desahogo en silencio.

domingo, octubre 29, 2006

Ya no hablamos de lo mismo

Llega siempre un momento en la vida en que te parece que dentro de tu mismo entorno piensas, con relación a los demás, ya no hablamos de lo mismo como diría Arranz. Hasta me aproximo hasta aquí a escribirlo porque me parece que tengo certezas casi nuevas como inauguradas cada vez pero que solamente me van a servir para mi propia andadura.

Sentimientos que aquí expreso los quiero por su privacidad y su inequívoco tinte propio como se quiere a una libreta nueva, tapas duras, tonos de color fuerte y que crujen dispuestas, no obstante, a hacérseme viejas.

Acabo siempre viniendo hasta aquí como pasos dispendiosos, escalones que me cuestan subir pero que son mi escalera. Se me va olvidando ya definitivamente escribir a mano, prefiero hacerlo en éste teclado confundiendo las teclas que corrige él mismo como un tratamiento de texto nada informático y mucho más humano de lo que parece. Termino llegando una y otra vez al inicio de ésta beta de Word, que es lo mismo que mis propias palabras, un ensayo, un intento para poder ser más o menos definitivo cualquier día.

Subo, decía, cada escalón con más dolor de huesos pero también con mayor imaginación. Me duelen esos huesos porque tienen como un afán de importancia que les va dando la intensidad y la antigüedad. Empiezo muy de mañana con el poso de aventura en la taza de café y un bucle de energía para poder luego ir subiendo otra vez, otro día.

De alguna manera al llegar hasta aquí intento hacerme entender como si las palabras fueran caricias todavía abiertas, cuestas pendientes, sueños sin terminar de cuando era joven como un proyecto existencial que contaba ya con la futilidad de las cosas que me iba a encontrar. Tengo paciencia pero como una especie de impaciencia por no saber conservarla cada escalón y cada tiempo.

Y mucho de ello es consecuencia en que me tomo las cosas muy a pecho, por supuesto las propias y muchas ajenas que no debiera, con una intensidad en muchas ocasiones intempestivo sin el higiénico relativismo que tienen todas las cosas para sufrir menos. Me miento como quiero y como puedo. Y no hay que buscar más mensaje, la persona propia con todos sus defectos es el único heroísmo válido para tu propia vida y tu esfuerzo, y tu cercanía a los demás, y tu olvido de los mejores gestos, tu manera de ponerte y andar por la vida.


A lo mejor, como decía, es eso cierto o ya no hablamos de lo mismo o el lenguaje que voy dejando a veces aquí escrito sólo vale para mi, para la andadura, la cuesta cada vez más empinada, esos escalones con menos sitios en donde apoyarse.

martes, octubre 24, 2006

El derecho a quejarme

Una buena amiga, común quizá con más derecho con quien comparto mi vida, me decía ayer en un admirable y querido correo, al apreciar por mis últimos escritos que mi ánimo no era el mejor, al notarme emocionalmente dolido, que tenía el derecho a quejarme “porque el lamento es en parte liberación.”

Gracias, por respetarme ese derecho, por darle hasta tono de racionalidad, por entender que ya no solo mis proyectos sino las meras intenciones se te rompen algo un día y cuesta recuperarlas. De acuerdo que siempre me apoyo en el goce impagable de la literatura, pero no es bastante, no es bastante, nada a veces es bastante cuando tienes ya encima la pesadez de cumplir años cada vez más pesadamente.

Es muy cierta, la cita de Luis Cernuda que me incluye:

“No es nada, es un suspiro
Pero nunca sació nadie esa nada
Ni nadie supo nunca de qué alta roca nace.”


Tampoco es un prestigio parecer ante los demás inmutable, duro y único. Estoy cogiendo tono de las cosas de la calle, porque traía de donde estuve vencimientos por vencer, de las personas que me quieren, de acercamientos que necesito. De los Hospitales no se sale y ya está. Tienes que ir a buscar tus agotadas reservas emocionales, a través de ese derecho a la queja, que ya vendrá luego lo que vale, ser puro sentimiento y recobrar la fortaleza.

De nuevo se me vuelve a hacer de día cuando quiero o cuando se hace realmente de día no en el momento en que alguien abre la puerta de tu cuarto y te obliga a que sigas siendo enfermo. Todo esto no es fácil porque hay que borrar hasta las huellas, suavizar los bordes endurecidos de la herida con el imperio de las cicatrices. Todo ello es la factura de salida que no paga la Seguridad Social.

Por eso me has servido, buena amiga, a sentirme más cómodo quejándome, menos héroe cuando nunca quise ser héroe, más humano, más cercano a la vida, con más derecho a quererla porque me quedan amigos y amigas que me entienden, y que saben y pueden estar seguros que el tono y el tinte que siempre puse a mis palabras corresponderá a mis intenciones y volverá ser punto y seguido.

jueves, octubre 19, 2006

Estar

En mis manos otra vez ese buzón vacío que debe encontrar la muerte cuando avisa como en el hai-ku de Juan Bonilla. Porque eso debe ser lo cierto, que a cualquier aviso encuentre vacío hasta el buzón de los e-mail o los blogs más íntimos que no compartimos ni con nosotros mismos.
Porque escribo para no morir, para que sea cierto el verso del poeta cuando se pregunta: “¿qué estoy haciendo aquí?/ No anheles la respuesta: Estar es suficiente.”

Estoy cada madrugada con el vaso de agua al fin vacío, con la inquieta manera de poner las piernas. Al revés adrede cada vez a como debiera tenerlas. Estoy con el sueño definitivamente roto riéndose del Orfidal como de un amigo heterosexual en el trato e insistente con los recuerdos, esos que ya no fueron vida; que me promete la salvación del sueño cada noche y me miente, me miente con su apatía por todas partes.

Estoy, cogido fuerte a la butaca de cuero de la sala, porque ese viejo cuero es parte de mi piel de mis horas sentadas, de mis libros mal abiertos, de mi insistencia de dejarlo todo ordenado cuando me marcho. Ya que no puedo ordenar los enseres de la vida, recojo los periódicos viejos con la vejez de un día, los ceniceros atestados midiendo hasta la victoria del tedio mal llevado, los sobres de propaganda de algún viaje que ya no haré nunca por muchas veces que me lo proyecte. Lo dejo todo tan ordenado que hasta he enseñado a hacerlo como una obligación de unos genes impuestos a una hija que tengo lejos.

Estoy con la memoria que cada vez es más mala memoria, ni el libro que estoy leyendo, ni las fotos antiguas que voy viendo para tocarlas con Photoshop: devolverle a mi cuñada el maquillaje que tanto cariño puso maquilándose, o casi disimulando detrás de una hermosa niña de 14 años a dos regias personas, sin bordes añadidos, sin quitarles el ruido ni utilizar el pincel seco ni el resplandor de neón. Cada vez peor memoria por eso le riño tanto y tengo siempre abiertas las puertas informáticas de cualquier base de datos para responderle a quien me pregunte, qué libro estás leyendo y contestarle deprisa y sin titubeos.

Estar es suficiente, es desgraciada y necesariamente para mi suficiente mientras afuera el mundo sigue diciéndome que sí, las mujeres que miro notan enseguida que las miro; mucho más que suficiente para volver a disfrutar con las cosas que te quedan, con las cosas que dejaste, eso sí, obedientes y ordenadas.

Estar es ya para mí como en las urgencias de cualquier hospital una manera de darme impulso para tener y sentir la vida mucho más cerca. Estar es una precisión, un rito religioso que no enseñan las religiones, una manera de saber que hoy es lo que cuenta, el propio esfuerzo de conservar el camino, un camino que se va haciendo viejo sin que yo jamás me haya apuntado a ser viejo.

domingo, octubre 15, 2006

Mi insistente pregunta

Me pregunto insistentemente estos días, qué es lo que he perdido, qué tengo que recuperar. Tengo claro que lo perdí de repente, a veces los avisos son un mal presagio, se toleran peor, pero cuando pierdes algo así de golpe, cuesta más recuperarlo.

En un sitio donde acudía como un hábito, una rutina, me dijeron una vez, que siempre olía muy bien. Y pienso que no era solamente cuestión de perfume, era un olor permanente, una forma de llegar, de definirme desde lejos como esa persona que esperaban que llegase. Ahora tengo que recuperar ese olor que a mí mismo me parece olvidado.

Voy repasando cada día lo que tengo que hacer, lo que tengo que volver a hacer, Cada mañana quiero tener otra vez la mañana que tenía, los olores, los colores, como un timming que le gustaba a mucha gente; los mismos movimientos, quedarme menos quieto, el lujo de acordarme como una memoria viva parecida a la vida.

Es preciso que al tiempo que ha pasado sea capaz de vencerlo, es terrible porque por allá donde pasa se lo lleva casi todo, nos va dando cosas y nos las va quitando. Valdría utilizar el símil de Cardoso cuando dice que el amor es jodido porque nunca sabemos si estamos dando o recibiendo.

Me resulta preciso volver al camino que hacía, a que mi boca sea un recado, mis palabras una insistencia, la mejor manera de no dejar hablar, que mis pasos se aseguren como si fueran a llevar noticias o a recoger algo. Es preciso insistir en la vida, quince años de mala vida encima pero muy querida porque esa es la mía y es imposible ver en ella maldad alguna.

Quiero otra vez esa insistencia para permitírmelo todo o casi todo, hacerme dueño de algo allá donde me acerque, la perspectiva alumbrante del día siguiente, ésa que noto al levantarme, le he ganado la batalla a otra noche, me digo, cogeré de nuevo el mismo libro, el mismo libro que estaba leyendo porque prefiero siempre terminarlo despacio a la vez que ha empezado el nuevo día.

Ésta es mi intimidad, mi agenda escrita pero apenas leída, inexplicable, poco interesante, pero la mía. Y quiero que me sirva, quiero cultivarla de nuevo como si tuviera que inventarla. Necesito ese pedazo de felicidad cultivada que tenía, eliminar ésta tristeza que no conozco bien aún y no me interesa conocer; estar otra vez mucho más tiempo como estaba, con esa especie de alegría por vivir que nos mantiene vivos. Seguir escribiendo cada vez, dejar el tiempo pasado al lado y pensar que la vida es fácil de perder pero me la quiero quedar porque aún me quedan muchas cosas por ver.

sábado, octubre 14, 2006

Desde hoy y hasta hoy



Hay momentos que no los crea el azar, nos empeñamos en fabricárnoslos nosotros mismos. Momentos que tajan nuestra vida en dos, en dos pedazos, como si el desde hoy decidiéramos como fuera convertirlo en hasta hoy. En volver a tener las mismas posibilidades, en seguir no conformándonos en el límite de alcance que ha tenido nuestra vida. Nos hace falta que nos digamos a nosotros mismos ese halago que es un arma segura que nunca falla. Si no nos conformábamos antes hasta donde llegamos, menos vamos a consentir ahora quedarnos más atrás.


Y ese es el miedo que tengo: quedarme más atrás, no por el mero transcurso del tiempo, por incidencias que vinieron sin aviso, sino por un cierto temblor al caminar ahora como si estuviera menos seguro de que mi forma de andar fuera la misma que antes. Deficiente para mis aspiraciones, pero marcaba una pauta de mejora, un desde. Lo que ya me suena a desconcierto es el ahora, es la comparación.


Quiero como disculparme ante todos y yo que soy tan amante de las palabras, las disculpas solo valen con actos. Me disculpo por no haberlo hecho mejor, por los retrasos que acumulo ahora, por esa especie de pereza mal llamada a veces depresión, por un intento de vejez cuando jamás quise apuntarme a ser viejo.


Y como dependo desesperadamente de los halagos propios y del obsequio de los ajenos voy a echar la vista atrás y quedarme con lo mejor que hice con riesgo y comisión de vencido, voy a repetirlo con la misma intensidad, voy a intentar cebarme en volver a ser dichoso de la forma que lo era, voy a practicar de nuevo la baja tolerancia a los defectos sobre todo si afectan, si le llegan a alguien.


Desde hoy y hasta hoy, cuenta conjunta: ser de nuevo un animal herido con formas de dios, al esfuerzo imparable e impagable, a la manía de la agenda propia que no lee nadie, de los escritos que se caen una vez corregidos en el pozo de los innecesarios. Al menos voy a seguir forzando la vida hasta donde pueda, a cumplir casi todas las cosas que se pueden cumplir, a levantarme cada día y formar un alboroto tierno con mi vida, como hacía antes, como he venido haciendo. Mejor no corregirlo, necesario seguirlo.


Como si la vida eterna fuera a durar cinco minutos me la voy a comer entera a poco que se deje, lo mismo que se debe hacer con la mujer que quieres.

viernes, octubre 13, 2006

Media vida fuera




Te dejan media vida fuera y aunque te lo avisan que de mitad para abajo no vas a sentir nada, no sentirlo es extraño, te dan ganas de presentar una reclamación de inmediato, no sea caso que se les olvide y no me devuelvan esa mitad. Dicen que a las embarazadas las anestesian de manera similar, pero a ellas a cambio les sacan de dentro una vida nueva y podría darles ya todo lo mismo.


Yo tenía la seguridad que me lo iba a hacer Rocío. Se trata de una mujer anestesista, pero mucha mujer. No pregunta demasiado si estás bien antes de hacerlo, sabe de sobra que no puedes estarlo, pero te permite la dignidad de engañarla, de mirarla todavía, a pesar de sus verdes ropas, como a una amiga tierna y bella. Luego no notas ni el pinchazo, notas las ausencias al llegarte el sueño discriminatorio de la parte de abajo, pero también otras ausencias que no entraron contigo en el quirófano y debieron entrar: las ilusiones todavía por cumplir. Menos mal que en la puerta esperándote estaba quien estuvo siempre.


Cuando todo parece haber terminado te viene ese inquieto proceso de la recuperación. Con tus voces, aunque el lugar no es muy adecuado vas llamando a tus piernas y a la menor posibilidad de mover algo con ellas, sientes alegría, miras hacia donde está Rocío y la llamas en lugar de por su nombre, con tu gesto, con tu tranquilo gesto de hombre recuperado.


El proceso es un poco lento para la rapidez que tu quisieras tener, puedes al volver a tu cuarto tomar de nuevo la mano de quién te estaba esperando. Sabe que le vas a ofrecer una noche distorsionada e irregular, que la has arrancado de una vida a la que tiene derecho, un derecho compartido, pero habrá que hacer una excepción por unas horas, hasta volverme a poner de pie, hasta querer irme a la calle porque en momentos de éste calibre la calle ofrece una rutina de ruidos y malos olores que ya no pueden infectarte, te infectó algo antes –no se sabe qué- pero me dejó unos días inservible.


No debe serme válido eso de acostumbrarme a todo cuando ya parece que nos podemos quedar sin casi nada; no hace falta dar explicaciones en ese momento de lo que quería hacer, quería hacerlo y basta; quiero las cosas necesarias porque me son necesarias, sentirme de nuevo todo entero, no hacer distinciones entre las dos mitades que uno tiene.


Por eso quiero ser nuevo ese hombre entero y que no vuelvan a dejarme con media vida fuera, que haya que diferenciar entre unas piedras y unos libros, todo debe ser los libros que tengo pendientes por leer.

domingo, octubre 08, 2006

Me defendí con las palabras


Porque bien escogidas, bien cultivadas son analgésicos para el dolor al igual que en otras ocasiones prolongan el placer como afrodisíacos. Mi vida estos días pasados me ha dejado un hueco como si ya no supiera vivir, como si mi corta sabiduría se hubiera diluido en ese hueco triste que deja las pasiones mal curadas de la vida.

Porque sí, me curaron con una fistulectromía, pero se me quedaron por solucionar las inactividades de allí dentro aunque supe enfrentarme a ellas leyendo como si fuera una especie de oración inalcanzable para los no creyentes en el poderío de la cultura y de los sueños interpuestos.

Dejé pasar así ése tiempo como quien deja consumirse un cigarrillo, intencionadamente mal apagado en un espacio donde no te está permitido ni encenderlo. Una vez terminado ese espacio de tiempo ando ocupado en la tarea de ir devolviéndome a mí mismo mi mejor vida privada: los libros que voy leyendo y que voy sugiriendo, cariños permanentes que nunca pierden sitio aunque alargues las ausencias, andanzas de filósofo y amante empeñado en descubrir mi lado más íntimo y a la vez más vulnerable, mis cartas tristes que hubiera pensado hace más de trescientos años al menos y que me gusta escribir hoy en forma de correos electrónicos que siguen sorprendiendo.

Voy a pedirle nuevamente a la vida, borradores de poemas, la revolución de volver a tener fuerza y juntarlo a la vez con mis ganas de ser vulnerable y frágil como una flor a punto de quebrarse. Me quedaré muchas tardes otra vez despacio esperando yo mismo ser capaz de construir la tarde. Soy como una mala hierba capaz de mitigar todos los dolores y como dije al principio, dejar paso con cada adjetivo suelto, cada pensamiento adhesivo a que llegue de nuevo el placer. O al menos la riqueza de inventármelo.

Me he defendido todos estos días esperando poder volver decir de nuevo mis palabras de poeta sin ningún libro escrito, de amante de la vida porque ya no me queda nada mejor y a ella he vuelto antes que se hiciera tarde.

miércoles, octubre 04, 2006

Querida vida

Querida vida, hacía ya varios días que tenía pendiente escribirte esta carta como una especie de reconciliación a nuestras últimas desavenencias. Me he quejado demasiado, ya lo sé, y tú estabas ahí, no te marchaste y eso que me amenazaste con caminos tortuosos y difíciles.

Estabas ahí, bajo un camisón de seda desteñido, con horarios que yo no establecía, con visitas de improviso y puertas que cerraban los demás. Yo que duermo siempre con las puertas abiertas, en invierno y en verano. y sin tener nunca en cuenta la existencia de persianas. Pero estabas ahí, me quedé las advertencias y cogí en cuanto pude la boleta de vuelta a la casa propia.

Aquí, ya lo dije, lo de siempre: ni me satisface al cien por cien ni yo tampoco a estas alturas de mi vida puedo ser ciento por ciento para nadie. Pero viviendo igual, -te lo advierto vida- tendré cada vez un poco más claro que las donaciones has de pensar que son a fondo perdido, que te proporcionan ratos inapagables y valiosos, pero se te quedan siempre cortos, como me pasó desde adolescente.

Viviendo igual en mis aproximaciones, cometiendo idénticos errores, admirando y admirándome, con el provenir de mi pasado a cuestas, aportando como siempre han sido mis entregas, buscando esa felicidad que dura poco, siendo lo que amo, la mejor definición del ser humano, y tropezando las mismas ocasiones en los mismos lugares.

Pensaré hasta que me estaban esperando, pero eso no es cierto, ni tampoco era cuestión de prioridades: quien te espera te tiene ya, y a quién tú esperabas hace mucho tiempo que te enseñó a estar a su lado. Entraba cada día, no le hacía falta hablarme mucho, pero me miraba y estaba, como hace más de 40 años.

Pero no he venido a quejarme de nada. Se quejan los viejos, los que no tienen la cultura del esfuerzo, los que son incapaces de darse cuenta que las propias mediciones las tiene cada uno de por sí y sin depender de nadie. He venido a escribirle a la vida un capítulo más de de esa novela epistolar que se queda muchas veces sin respuestas. He venido a escribirle a la vida que estoy aquí de nuevo en la intemperie de los sentidos, dispuesto a responder una vez más, pero incapaz de volver llamar.

Lo hice muchas veces, quizá demasiadas, vaciando en cada llamada, voces, sentimientos y generosidad. Las mediciones que di, no me las puede devolver nadie. Quizá las tuvo pero la vida no le dio tiempo de dármelas del todo, la muchacha más hermosa de la tierra. La otra tarde –por aquello de que tenía yo de nuevo que escribirle a la vida- leía entre sus papeles de bachillerato -que le dieron su nacionalidad francesa- que era lista, disciplinada y aguda. Su mirada, su demanda, lo decía.

Muchas veces me dicen que miro igual que ella. Lo único que ocurre es que yo le estoy escribiendo de nuevo a la vida, a todo lo que me gusta de la vida.





lunes, octubre 02, 2006

Dejé las cosas como estaban


Dejé las cosas como estaban, ni tiempo tuve de apagar el pc ni de terminar algo pendiente, me llamaron para arreglarme cosas de la vida, de las esquinas de la vida, y me tuvieron diez días sin ver las de siempre.

Me mantuvo en pie: los libros pendientes que me fueron trayendo para satisfacer mi gula de palabras impresas, y el cariño, la cercanía de los seres que nunca te preguntan cómo estás, porque lo tienen permanentemente presente.

Cogido a la vez a unas simples ganas de vivir, de cumplir compromisos que no son compromisos, yo les llamo ilusiones para alimentar los instantes. Me espera, pensaba, mi página de literatura de la red, que los libros que sugiero no me importa si alguien los lee, pero necesito sugerirlos, avisar que los he leído y que los tuve muchos ratos en mis manos.

Hay un hueco, recordaba, al que le puse por nombre “inventándome la vida”. No estuvo mal puesto, porque a veces como no te la inventes la pierdes para siempre.

No sé si efectivamente las cosas están igual que entonces, ni tampoco yo de golpe puedo pasar de la derrota al entusiasmo pero como necesito entusiasmarme por algo, aquí estoy otra vez entusiasmado. Sé que tengo que cubrir cada pauta: primero la de eliminar los miedos a las repeticiones mal llevadas, luego la de ir recobrando energías de las que siempre fui sobrado y que ahora tengo la cuenta muy mermada.

Hay sitios, que tienen por definición, cualquier palabra precisa pero con tonos de urgencia y aviso que ponen tus rutinas por los suelos. Yo he estado en uno de ellos, diez largos días, hasta con el coche bajo como si estuviera mal aparcado. Así podía volverme más deprisa, a mis cosas, a mi gente, a mi hueco de la vida, al cariño que me estaba esperando: un colgante entre las manos sin soltarlo.

Vendrá la placidez, me llegarán de nuevo las palabras para asomarme otra vez a mi sitio de siempre. Gracias por esperarme.