inventándome la vida

jueves, agosto 31, 2006

La magia de lo cotidiano

Dejé demasiado ropa colgada cuando me fui, ropa necesaria, que estoy acostumbrado a llevarla, acomodada a mis maneras, a mi forma de vivir. Me dejé atrás la magia de lo cotidiano y estoy de nuevo aquí para quedarme de nuevo entre ella.

Por extraño que parezca he venido a cambiar el mar en si con su capacidad para callar, el paisaje que nunca termina, por las casas de enfrente, tejados ajenos, mundos vistos muchas veces. Pero aún no he terminado de mirarlos, aún seré capaz de escribir de su misterio, de su rutina cotidiana que me alimenta cada vez, cada mañana.

Voy a volverme a poner la ropa que llevaba, adecuaré la estación, pero me resulta cómoda, me sienta bien, hasta puede devolverme tonos deteriorados, energía en la voz, insistencia en la mirada, capacidades para enterarme de lo ajeno explicando nuevamente lo propio como un placer de los sentidos repartido. Explicaré cada vez mi parte más temeraria y al mismo tiempo más liberadora, la que duele y hace bien, la que es desguace y rejuvenece.

Entiendo que puede parecer extraño a quienes me llevan tiempo a su lado, que mis antiguas escapadas para que el mar me diera la vida que me faltaba, ahora sepan que prefiero esta vuelta, esa ropa colgada y con ella las cosas en su sitio, a mi alcance; que desee la calle y la gente de siempre, y esa esquina con obras, y el ruido y verme de nuevo donde estuve, donde estuve siempre.

Yo lo explico: porque la rutina diaria alimenta y la pausa me asusta, me aburre hasta con un libro abierto, me hace pensar demasiado cuando a uno le quedan pocos pensamientos que no sea repetir los mismos pensamientos. Dame marcha le digo a mi cuerpo aunque ya sé que anda para pocas marchas, cánsame lo suficiente, en la justa medida. Hay un quehacer diario al que no quiero darle vacaciones, unas cosas para hacerlas muchas veces porque me gusta hacerlas, porque no sé si las elegí o me eligieron ellas a mí pero que andan por ahí colgadas como prendas usadas para ponérselas de nuevo.

Esta siendo muy buena ésta vuelta de vuelta. Le he encontrado sabor, eco, distancia, la añoranza que sentía y que ya no me cabía ni en el rostro ni en el gesto. Sin buscar éste momento me ha venido a buscar él adrede y enojado. Me ha venido a decir como si yo fuera el responsable de la ropa tendida que me había dejado, no lo vuelvas a hacer porque no te conviene, porque tienes la propia necesidad de que tu “carpe diem” sea lo mejor, que te acerque del todo y nunca te aleje de ese goce diario que solo lo sostiene esperar el que viene luego, mágico, cotidiano pero sin pensar que es futuro ni descanso.








domingo, agosto 27, 2006

Quemar del verano


Dije al principio del verano que no me gusta el verano, me cambian mis biorritmos, me alteran o hasta me restan hábitos que necesito, son defensas para la vida y herramientas a la vez. El verano para mi es una especie de pausa no elegida, yo no estoy para pausas sino para seguir y seguir viviendo con un cúmulo de medidas ya elegidas.

El verano lo sitúo, he de decirlo, en un marco muy bello, personal y propio con una historia fabricada con mi gente con mi gente de más cerca, hasta con prolongaciones en días que no eran verano. Su marco es la mar y la playa, la mar que todo lo puede, todo nos lo puede traer aunque nunca alcancemos su horizonte, su falta de final porque su belleza es tan infinita y tan nueva cada vez que enriquece nuestros ojos siempre. Su playa tiene para mí el atractivo de una soledad individual, rotunda y elegida porque son muchas más veces que la busco vacía. Nada que objetar, pues, ni al entorno ni a los seres queridos que tuve cerca. Todo esto me trae cada verano un cúmulo de recuerdos favorables, esos que forman parte luego de la propia cultura.

Pero dije y repito que lo que no me gusta del verano son esos cambios de la vida que suponen una resta de útiles entodo el año necesarios, imprescindibles para seguir viviendo a mi modo, a mi manera. Tengo entre las manos ya de la vida una temporalidad que hace a veces pensar en los finales y yo siempre fui un hombre de comienzos, de destapar ilusiones, de inventármelas aunque no existieran. Pero ahora ya no me puedo permitir el lujo de las pausas y poseo el inexcusable derecho de vivir y vivir como sea mi manera. Si alguien lo tilda de egoísmo, pues le admito el calificativo cuando alrededor mío es fácil también encontrarlo, como cerca de cualquier ser humano.

Resumo: las cosas, los sitios, las costumbres, las sonrisas, las caras que dejé antes de empezar el verano las he echado tanto de menos que no pienso volver a hacerlo. Sujeciones, sensaciones, sentimientos, apoyos, hasta miradas, son alimento de mañanas, mantenimiento de tardes y defensa para las noches. Pues tener eso siempre hasta donde llegue mi atractivo y mi poder, mi seducción y mí entrega, va a ser siempre mi vida, mi salud, mi resistencia.

Quemaré, pues del verano, los impedimentos que evitaron mis disfrutes merecidos y altamente necesarios. Me quedaré con cada gesto favorable que tuve durante este verano: la sonrisa, el beso, la anécdota de un niño que sólo es capaz de aportar un niño, su compañía y su cariño. Pero quemaré repito los huecos de tiempo, dependencia y distancia que me alejaron de un sitio donde tengo que vivir, donde he de esperar a morir.

Quemaré, sobre todo, de este verano deficiencias de físico y de ánimo, flecos que no se ajustaban a mi modo de ser, eliminaré de ésta manera el más remoto índice de desánimo que yo no tuve jamás, para el que no estoy fabricado. Puestos a esperar, voy a ver cómo es eso de vivir lleno de ilusión y de aspiraciones nuevas o viejas, pero intactas en mi ánimo.

martes, agosto 22, 2006

Cuatro libros

Ayer me tuve que acercar necesariamente a alguno de mis hábitos que a pesar de su repetición constituyen alimento de la vida que nos vamos construyendo y a la cual no podemos renunciar demasiado tiempo. Nos reclama con un ritmo de exigencia como si fuera un dietario de días caídos, de días que al terminarlos nos sirven para emprenderlos de nuevo muy poco después con esa vitalidad propia a la que no debemos renunciar nunca.

Ayer me tuve que comprar cuatro libros, cuatro libros que tenía encargados y que estaban esperándome. No importaba el rédito que me queda por leer porque ese capital no seré capaz de terminarlo nunca. Ya casi ni me acordaba de ellos pero justificaron mi presencia:


“Soy la versión de XP” son las confesiones de una heterosexual felizmente divorciada de un primer marido, primero, de un segundo marido, luego.

Los versos de Luís Muñoz en “Querido silencio” tienen una preferencia por los finales abiertos, una fuerza emocional que no hace falta nombrarla, hasta está en el silencio, ese “papel secante” de los ojos dormidos.

“Ojos de agua” es una ópera prima policíaca y radiofónica en una Galicia irónica y ambigua hasta descubrirnos los secretos entre el aroma del mar y los pinos gallegos.

De la novela “Paradoja del interventor” de Hidalgo Bayal uno puede encontrarse con que para un prestigioso crítico se trate quizá de la novela más importante en lengua castellana de los últimos veinte o treinta años, la de un hombre mayor “casi en la edad de los desguaces” para volver a saber de la perdida imagen de sí mismo.

Pero no pretendo aquí y ahora hacer referencia a libros que he encargado antes del verano, que sé de sobra la proximidad hacia mis gustos insistente y terminal, sino al hecho liberador de irme a buscarlos, de saber que estaban allí esperándome, que eso iba a ser un hábito y un anhelo que me cautivó al inventarlo, que me seduce practicarlo.

Ya me queda poco para tener de diario, mi diario, mis cosas, mis maneras, mi forma de acercarme a aquello que me llena, me sirve, me alimenta, a aquello que va a devolverme el rictus, el gesto, la manera propia que tenía de ser como era.

viernes, agosto 18, 2006

Mi médica


Mi médica tiene que ser una mujer que me guste. Buena médica, por supuesto, como una necesaria profesional que nos arregla cada día insistentemente los males del cuerpo y a los que tenemos más, con más derecho. Pero yo pienso que además necesito una mujer con la que comunicarme como si no se tratara de médica alguna. Que mis ojos se posen en ella, busquen la calidad, hasta roce sus dedos, nos hablemos, me deje un poco imponer su autoridad, excusado en sus conocimientos, su prestigio.

A mi médica le he de poder contar cosas en poco tiempo porque otros esperan con su posibilidad de enfermedad a cuestas, pero bien contadas, honestamente contadas, llamando su atención y su interés. Mi médica tiene que averiguar el por qué de cualquier dolor, pues los dolores se llevan a cuestas por motivos no solo en su calidad de fallos de nuestro organismo, sino casi como un gesto, una manera de ser que nos ha impuesto la vida más o menos pronto, un desgaste.

Yo tolero bien mis dolores de hoy, pero me impacientan los de mañana y por eso me gusta que me advierta mi médica lo que vamos a hacer si es que vienen a verme, casi ni hablarles o darles la solución disfrazándolos de comportamientos con los que ella me tiene que enseñar a comportarme. Mis dolores ya hace tiempo que son parte de mi vida, que son alba y ocaso, insistencia, ni mayores ni menores que los ajenos, son los míos con los que yo he hecho senda y algún día haré despedida.

Por eso me hace falta en éste prolongado periodo entregar su tratamiento a una mujer que me guste, que me llame, que me atraiga, que me venga a decir cada vez lo que tengo que hacer convenciéndome, que me riña y casi me amenace, que me sonría dos o tres segundos mientras hace una receta, que sea una mujer y yo un hombre que la volverá a ver, que es seguro que la buscará de nuevo cuando la necesite.


Ayer antes de irme le hablé de la necesidad de volver a mis biorritmos habituales, a mis soledades adrede, a mis tiempos de espera, a escribir de nuevo, a mis ratos de ahora mirando el Mediterráneo, como un cacho de pan para quien tiene hambre cuando tenga hambre. Ayer le dije al irme, lo vamos a poner casi todo otra vez bien porque hay cuatro o cinco cosas necesarias que tengo que tener bien, pero ese volver a poner orden como ella me dijo luego, tienes que hacerlo tú solo, nadie será capaz de quererte tanto como te tienes que querer a ti mismo.

Ayer mi médica al menos supo ponerle acento más o menos a estas palabras que necesito decirlas cada día por su mirada al despedirme, al decirme adiós una mujer.

sábado, agosto 12, 2006

Vantanas de la vida


A la vida es conveniente ir asomándonos cada día por diferentes ventanas, buscar la mejor puede ser la que más luz tenga, o su horizonte más extenso, o su inmediatez más sugestiva. Pero diferentes, porque en esa variedad, en esa novedad que podemos ir fabricándonos nosotros mismos hay fuentes de enriquecimientos, de satisfacción compartida, de aprendizaje, de defensa.

La ventana no es un lugar, no es el punto geográfico, no son los muebles del mobiliario interno, la ventana es desde siempre un estado de ánimo que lo deterioran muchas veces muchas cosas. No me voy a quejar pues de tener el mar tan cerca ya hace tantos días, porque eso en todo caso podría tratarse de un intercambio obligado de besos dada mi condición de amante del mar y sobre todo de la mar.

La ventana es cómo nos sentimos, qué manera de ponernos, de escuchar lo que nos dicen, de adivinar intenciones, de aguzar el oído, de mirar más lejos, de quedarse con las cosas mejores, con los momentos más óptimos. Y cuando elegimos mal la ventana quizá lo más preciso es tener quien nos diga, mira para otro lado, tuerce tus propios ojos, cambia de sitio. Tú sigues siendo el mismo y los que tienes al lado y los que te siguen esperando.

Pero eso tan sencillo a veces es preciso oírlo, a lo mejor que te lo diga quien haya roto muchas veces ya cristales oscuros y siempre entre sus ojos tenga reciente los vidrios más claros. Ven acércate, cambia la dirección de la mirada, es mejor y puede ser los mejores horizontres igualmente tuyos. No se trata solo de una ayuda estas palabras, son un apoyo, una convicción ajena que uno debe saber hacerla propia.

Por eso ésta mañana, por eso en éste momento tengo otra vez la prisa cerca de decir cuatro palabras al menos que llevo dentro, insistir que ando sobrado todavía de recursos, que hasta puedo darle la vuelta a los años sin tener que hacer que tenga menos; que las apetencias que siempre tuve están todavía intactas; que las risas las sacaré de dentro; que tengo aún muchas cosas que hacer, muchas pendientes y que nada me puede evitar pensar que a lo mejor son las mejores.

Por eso esta mañana estoy muy seguro que había que decir gracias y escribir de nuevo.

martes, agosto 08, 2006

Armonías rotas



El cuerpo tiene una armonía, sus articulaciones, todo su engranaje, y si algo lo rompe manda mensajes inconfundibles de esa ruptura en forma de queja, a veces desgarrada pero como poco insistente. Tiene un sitio donde estar, donde ponerse, unos puntos de inflexión, unas satisfacciones y un hueco de descanso. Su alteración nos lleva a desequilibrios, a tambalearnos sobre distintos bordes dibujados y ajenos que tiene el horizonte. Hace días, ya hace varios días, que se me han roto las armonías y como volviendo a recordar senderos propios, las reclamo, me las reclama mi cuerpo.

A veces es una simple brisa, la forma de poner el brazo al dormirse pensando en las estrellas vacías y tiernas o en la caricia ajena insistente y justa. Se me han borrado hasta los espacios neutrales, aquellos sitios que no eran de nadie de tan propios que lo eran, no me entiendo casi en las conversaciones que surgen como si fueran en un idioma ajeno. Siempre necesito el diálogo tierno de quien conozco y a mi me conoce y en estas circunstancias no sé si me va a dar tiempo de crear nuevos contactos. Quiero un vínculo, cada día, a cada momento, un vínculo que me conteste.

Hasta me noto divorciado de la propia escritura como quien ha puesto fin a una jornada diaria y completa a la que estaba habituado. Es una especie de condena, de divorcio de un emparejamiento muy sólido que se me tambalea cada mañana ante la página en blanco como una inestabilidad doméstica que exige su presencia. Escribir es siempre un consuelo, hacerlo con exigencia propia una forma de belleza asequible, cotidiana, un recuerdo de que la bondad todavía existe.

Todo esto pienso de la ruptura de mis armonías, las que fui estableciendo a base de mis propios esfuerzos, tenían ímpetu, necesidad, hasta excitación, un profundo deseo que lo noto roto, cual si hubiera ido a parar a manos ajenas. Esa armonía la quiero y la necesito, puede ser incluso como una forma de tener lo que jamás he tenido, una manera de cubrir ignorancias de mucho tiempo, un secreto a voces para mi conciencia, lo contrario quizá a estar muerto, lo suficiente, para mí, lo suficiente.

Tengo que emprender pues urgentemente la tarea del retorno a las armonías quietas, cada una en su sitio, disciplinadas y tiernas; tengo que proseguir de nuevo la búsqueda de ese algo que parece habérseme caído, como volver a oír las risas de la vida por teléfono, dar los besos que siempre tengo dispuestos, satisfacerme hasta con los resortes erógenos de la piel. Ya no me espero más, necesito tener aquello que tiene la etiqueta de que lo necesito, estar a la altura de mí mismo para que todos y todo me parezca que tiene esa misma medida, esa armonía recompuesta, poderosa, una forma de vida urgente y propia.

jueves, agosto 03, 2006

La edad



Se suele tener la edad de las ilusiones ya perdidas, la que prende en las reticencias del alma, colgada, colgada del tiempo, implacable e injusta. Se pertenece amontonando las decenas de los años a la propia infancia como podemos, como nos deja la vida, como la empuja el cuerpo desde las mismas palmas de las manos. Se suele tener esa edad, pero yo me resisto cada vez, en cada ocasión que se habla de ella como un pariente impertinente y locuaz.

Yo no quiero tener la edad que me corresponde, al contrario, echarla para atrás, llenarla de curiosidades por descubrir que es la única manera válida de no entrar de lleno un día en la mal llamada madurez, ese es un término que debieron inventar unos cuantos que se estaban haciendo viejos. Necesito aprender de cada uno de los jóvenes que sienta cerca, curiosear hasta con la más impoluta cara de ignorancia para ver qué se me queda, cómo suprimo las arrugas que me sobran, cómo hago que me llamen de nuevo a explicar lo que sé de cualquier cosa de la vida. Quien pregunte, quizá no se ha dado cuenta, todo lo lo más más sabes de tu propia ignorancia y el resto es parte de la vida, poco hizo uno porque le fue viniendo dado casi todo.

Pero tengo derecho a en este recorrido insistente y locuaz hasta la edad, de cuidar precisamente cada detenimiento. El viaje, lo ideal es que se te haga largo y no hay nada de malo en ir enriqueciéndose antes de llegar a la última parada. Si uno se pregunta ¿qué estoy haciendo aquí?, pues "estar" es suficiente, no anheles más respuesta, forma parte de la edad, de ese término rocoso de la edad. Las cosas que dejaste cuando vuelves, cuando giras en cualquier momento la cabeza no son las mismas cosas. Da lo mismo, se trata se trata que te hagas con las nuevas, que no te notes insuficiente, sino capaz, capaz en el viaje del camino, de la ruta, de la edad.

Cada día que la forma, cada momento que hace edad, he pensado que lo ideal sería volver a ser un niño capaz de darse empuje sin ayuda en el columpio de la vida; sentir que lo logrado es algo muy precioso, proponerme vivir más despacio el presente, olvidarme del futuro y quedarme en ese presente, ese mismo que a veces uno no comprende o porque lo nota más difícil que contar lo que ha ocurrido, eso parece que puede ser historia, pero yo nunca quise ser nada histórico sino real, palpable, del momento.

Esa es la edad que quiero, ésa es la edad que tengo, me pondré si es preciso ropa nueva cada día, pero no quiero que nada por venir se me deteriore en el camino, que venga, que llegue hasta mí porque todavía estoy dispuesto a estrenar las cosas que no he conseguido.