inventándome la vida

viernes, julio 28, 2006

Mi rincón


Sin saber por qué rodeado del mar, de un sitio apacible y propio durante muchos años, con gente a la que quiero porque la quiero y porque es mi gente, de pronto uno necesita volverse unas horas a su hueco habitual de siempre: donde mejor oye la música porque se queda muy pegada a las paredes: donde los libros pendientes son casi corteza de la piel y ojearlos es más oficio y tentación; donde instrumentos del mayor número de horas propias los compruebas en su sitio esperándote; dónde está ese sitio al que es preciso volver.

Y eso he hecho ésta mañana, casi en silencio, cuando todos duermen y yo entonces me apodero de los silencios que tienen, he arrancado mi coche, he dejado a la gente de “vacaciones” renunciando a las mías, que ya no me hacen falta. Prefiero un ocio prolongado e inventado cada día, la insistencia de las cosas pendientes que condicionan a veces más que un trabajo, que una obligación rutinaria e insistente.

Ya estoy en mi rincón y casi escribo más propio, como si fuera sin seudónimo, más desnudo de horarios no elegidos, más libre por fin, menos condicionado. Ayer me explicaban que no hay que dejarse condicionar. Hoy me lo aclaraban más: porque eso no es una forma de amar; estar dispuestos a escuchar, a renunciar a nuestras preferencias, a no ponernos en el centro de la atención, esto es todo correcto, pero incluso si al final hacemos lo que se nos pide, tiene que ser por un acto nuestro de voluntad. Bonita lección de quién siempre sus palabras las dejo cuidadas y recogidas para cada ocasión.

Pues mi pequeña voluntad de esta mañana es estar donde estoy y escribir desde allí. Receptivo me siento a renunciar a preferencias del momento, a prioridades de siempre, pero necesito esta mañana permitirme este pequeño derecho de mi hueco. Desconozco su amplitud y su distancia ajena, pero al ser mío y estar dispuesto a compartirlo me lo noto muy propio, me reconforta, me da el descanso para renunciar de nuevo a otro descanso.

Para volver de nuevo a posturas que convivo estos días con agrado y paciencia, con sonrisas que no disfruto a lo largo del año en demasía ni mucho menos, con maneras de ser que tengo que encajar entre las propias porque de esa forma –ignoro lo que lo ponen los manuales- se hace familia, se crea convivencia, te haces especial y acaban todos siendo especiales contigo. Especiales en la forma de quererles y quererte.

Ahora vuelvo, dejarme terminar el día en éste hueco mío que también es de quienes me quieren.

jueves, julio 27, 2006

La longitud de la mirada


La imagen que encabeza este texto se titula “te estoy mirando”. Creo que es lo más bello que podemos hacer inmediatamente con un ser humano: mirarlo. Mirándolo sabremos enseguida lo que tiene detrás, de lo que anda sobrado o escaso, mirándolo crearemos pausas para luego, cuando ya no esté delante, dejaremos en él recuerdos y nos los llevaremos nosotros también.

Pero hasta dónde debe llegar esa mirada, qué longitud debe tener. Eso es cosa de cada uno, de las ganas de hacerlo, del deseo de saber y de querer acercarse. Mirando se puede decirle al otro ser casi todo y esperar que él sepa decírnoslo. Hay que insistir en la longitud, al menos a mí me gusta, ir haciendo camino para mezclando luego símbolos, maneras y palabras, encontrar coincidencias, satisfacciones.

“Te estoy mirando” como un aviso obsceno, pulcramente obsceno, un principio anticipo de un término, no te vayas, quédate para luego o apártate definitivamente porque no supiste dejar resquicios de mirarte y para mirarte. Sí, una forma de advertencia, unas conversaciones sueltas que terminan en miradas más pendientes, unas intimidades para darle longitud a esas miradas. Me cuesta pensar que sea una advertencia o un rechazo, casi no me paro ni a mirarle ni a mirarla cuando no va a valer la pena, cuando el recorrido vaya ser inservible y corto.

Dará lo mismo el lugar, la postura, la pintura de los ojos de una mujer si es que la lleva o la imaginamos, los párpados quietos porque no caben longitudes, expectativas, parpadeando. Es el comienzo de un largo camino, tendremos que ir tomando notas en el pensamiento para cuando volvamos a emplear semejante mirada o nos miren de nuevo y sepamos ya la longitud y el por qué de esa mirada.
Habrá que buscar defintivamente la belleza de cada mirada y como poco decía, su historia al hacerla nuestra, sus gestos testimonio de sus afectos.

lunes, julio 24, 2006

Los afectos


Prefiero las historias que forman nuestras vidas a base de afectos. Hay acontecimientos que las van marcando, metas a las que vamos llegando, triunfos personales, gestos que valoran los demás. Yo en cambio prefiero de cada persona a la que llego al menos en alguna medida a un ápice de su intimidad, valorarla, calibrarla por los niveles de sus afectos, los que dio, los que recibió.

Son una corteza de piel y esfuerzo, de entrega y recepción, una identificación que nos valdrá cada vez más a medida que vayan pasando los años. Afectos propios inherentes a genes, a uniones, pero otros no menos valiosos que casi no tienen motivo, son consecuencia de un gesto, de detalles al acercarnos a alguien que quizá el tiempo y la propia vida no nos va a mantener muy cercanos, ni mucho menos insistentes, pero que dan valor, forman tinte personal, rango de nuestra historia, sí, nada menos que de nuestra historia.

A veces utilizamos términos afectivos un poco a la ligera. No debe de hacerse, pero si en cambio no debemos escatimar las palabras testimoniales de esos afectos hacia quienes se los hayan ganado, hacia quienes sean acreedores y entonces, no los escatimemos. Hay maneras de demostrarlos que no son palabras, sino hechos, de más o menos relevancia, gestos, indicios de acercamiento. Pero también no lo olvidemos, la riqueza del término empleado a su debido tiempo y con la necesaria fuerza y veracidad hace mella en quien lo aporta y a quién lo recibe.

Hace historia, crea vida, es biografía. Parece que utilizar como instrumento el corazón da a entender a veces cierta coincidencia en muchos acontecimientos que vemos y que puede restar valor. Pero dándole vueltas, no hay otra solución, es una dádiva del corazón, del receptáculo de los sentimientos, de la humedad de nuestros llantos cuando nos los han provocado, de la sonrisa desconocida cada vez y hermosa siempre.

Quiero, pues, saber de cada uno de los seres que más quiero, lo que más quiero: la historia de sus afectos.

domingo, julio 23, 2006

Corredor de fondo


He sido y soy corredor de fondo. En el estricto sentido deportivo del término y en el vital. Fui corredor de fondo, de correr kilómetros al final de cada jornada de trabajo porque así le podía, con ese esfuerzo, con ese cansancio, al estrés de cada jornada, a las dificultades que todos tenemos en la vida. Por los márgenes del río, al volver a mi casa, tenía fuerzas y tiempo para correr ineludiblemente mis 6 u 8 kilómetros. Por el cauce del Turia me encontraba con gente con quienes sin cruzar casi palabras por el esfuerzo que hacíamos nos acompañábamos, éramos corredores de la vida.

Luego Valencia y San Sebastián fueron ciudades por las que corrí sus respectivos maratones, sus 42,195 Km, como atestiguan los diplomas que cuelgan de las paredes de mi casa. Para un simple aficionado, para un hombre ya maduro era un enorme esfuerzo cruzar esa barrera psicológica del kilómetro 32 –que los maratonianos bien sabemos está llena de abandonos- y llegar a la meta donde en mi ciudad tuve un niño, mi hijo, a pie firme esperándome. Nunca pude bajar de ese sub3 que los corredores aficionados sabemos que es muy difícil superar, pero destrozado y glorioso supe lo que era cruzar la meta.

Sé de sobra que mis caderas pasaron factura luego, pero lo volvería a hacer porque así conseguí demostrar que era un corredor de fondo que no le pone límites al esfuerzo y eso me sirvió para asumir idéntico papel luego en la vida. Hay que llegar, hay que llegar hasta la meta por lejana y difícil que la veas, suprimir los límites, agrandar tus propios esfuerzos, tus posibilidades humanas. Eso lo llevaba bastante aprendido ya, pero en las maratones me lo supe ya del todo, me concedí a mi mismo el certificado y la validez.

Recuerdo que en ambas competiciones deportivas corrí junto a un amigo médico. Él hacía mucho mejor tiempo por su juventud, mayor preparación y condiciones físicas. También en etapas de verano recorrimos caminos vecinales, carreteras de segundo orden por los alrededores del Mareny, era nuestro entrenamiento, con una pausa en una fuente junto a una gasolinera, entre aquellos arrozales.

Ayer le vi. de nuevo y de lejos, pues estaba con unos amigos, levantó su pulgar al verme simplemente caminar. Sabía de mis problemas y dificultades posteriores a aquellas carreras, pero sólo me dijo, desde lejos y casi a voces, ¡sabía que lo lograrías! Caminar sin apoyo alguno, con mis fuerzas, con mi esfuerzo.

Gracias, doctor, por tu dedo levantado, sabes de sobra lo que me ha costado, sabes también en aquella mañana que me acompañaste despidiendo a mi hija, que seguía siendo un corredor de fondo. Por eso ante la dureza de la vida ayer pude decirle a alguien junto a esa dureza que a veces se nos presenta, gratuita y feroz, detrás está nuestra propia calidad.

Aún me atreví bromeando a decirle, avísame, doctor, cuando vayas a correr de nuevo, no he dejado de ser un corredor de fondo, sin límite hasta llegar a la meta.

sábado, julio 22, 2006

Mi amigo Jose


Hay un senegalés, que cada año viene un par de meses por la playa del Mareny. Vende pareos, camisetas, relojes, gafas de sol, esas cosas que les compramos, nos las ponemos un par de veces y hasta el año que viene. Tengo amistad con él, tiene una piel muy oscura y brillante, un lenguaje a medias para entendernos pero una mirada honda y verdadera de buen hombre. Le pregunto siempre por sus hijas, por su mujer, por su vida en invierno, y un año le regalé algo que ansiaba desde siempre, un frasco de perfume de caballero que oliera muy bien. Le compré esencia de Loewe.

Cada año cuando viene, pregunta por mi, no por el obsequio material ni por las compras que le haga, porque le acompaño algún día en las horas de sol, junto a su coche, donde guarda las mercancías, hasta que cargado con dos enormes bolsas se recorre más tarde la playa. Hoy no tuve ganas de bajar hasta la arena y alguien le advirtió de dónde estaba, en el chiringuito antes de llegar al mar. Nos tomamos, él una coca-cola Light y yo un par de cervezas.

No hablamos demasiado, quedé en acercarme mañana hasta su coche, estuvimos a ratos como conduciendo silencios y mirándonos, yo le explico a veces dónde quedan a veces los pliegues de nuestrtos silencio, su protección y sus epopeyas, las palabras entre las palabras cuando se tienen pocas ganas de palabras o apenas se entienden, junto con él, ese rato, me ha pesado la ternura, sólo me ha servido para conseguir un poco más de tiempo para el amigo y para la vida.

Jose forma parte de las esencias de éste sitio de descanso, Jose ésta mañana me hizo un hueco preguntando por mi, viniendo a buscarme, quedando con él para mañana, tomando una iniciativa que he sentido que me hacía falta porque a mi no me quedaba.

Os lo he querido contar, fuera de horas, fuera de momento, su mano entrechocando con la mía la he sentido muy fuerte y muy tierna. A Jose todos le queremos y yo hoy necesitaba quizá más su saludo y su afecto.

La ayuda de lo sueños


Muchas veces a lo largo de nuestra vida echamos mano de los sueños, de deseos incumplidos que no podían ser satisfechos y que de ser así hubieran puesto un tinte a nuestras vidas mucho más satisfactorio. Cuando hablamos de alguno de estos sueños con alguien, hasta a veces somos tachados de ilusos, no se nos valora demasiado ni al cargamento de los mismos tampoco, o por su irrealidad o porque nosotros mismos damos una imagen como poco estable. Se utiliza con frecuencia esa manida frase “como soñar no cuesta dinero…” y se nos deja con los mismos necesariamente incumplidos.

Pues hasta sin dinero o costando muchísimo dinero no renuncio al menos a cultivarlos en mi interior, a darles cancha, a pensar cómo hubiera vivido con alguno de ellos satisfecho e indudablemente me permite un bagaje suficiente para mejorar mi entorno y mi propia persona. Quizá porque siempre fui un soñador, un empeñado soñador que cubrí con el autorelato de esos sueños noches de insomnio, inquietudes que siempre tuve, enfrentamientos a las perores condiciones de la vida.

Habrá que gritárselo uno mismo, sentirse soñador, un serio soñador e ir repasando a medida que van viniendo cómo hubiéramos ido cumpliéndolos a modo de testimonio e identificación. Tienen tal calibre mis sueños que no quiero que aunque no los haya cumplido les quite nadie valor, que se cimenten en una realidad de cumplimiento si la vida me hubiera permito, al menos, cumplir unos cuantos de ellos.

Además es curioso, van viniendo nuevos con el tiempo, no hay que tomarlos como una rectificación a lo que hayamos hecho, sino como otra manera a la que habríamos llegado, y con nosotros, algún ser querido, una forma de entendernos, un esfuerzo que hubieran valorado los demás, que habría dejado testimonio de nuestra fortaleza.

No me gustan esos sueños imposibles casi ficticios que hubieran sido, me gustan sobre todo los sueños de convivencia, de manera de ser compartida y brillante, de ayuda y de defensa, casi de rozaduras por la vida, de formas de enfrentarse con rutinas mal llevadas, con modos poco brillantes. Tampoco me gustan ni me tientan sueños materiales, prefiero los que aportan un gesto, una querencia permanente, sueños con la ropa de calle pero para poder acercarse a espacios más vitales.

Al menos quiero todo este tiempo que ya tengo, este presente que no se me va a permitir modificarlo, quererlo como está porque lo construí con esfuerzo y es mío y de los demás para siempre, pero como una valiosa ayuda, como una riqueza añadida que los sueños me dejen soñarlos, se me permita contar de cerca alguno de ellos para poder entonces darme cuenta que efectivamente a estas alturas de la vida se trata de sueños pero que hubiera cumplido muy buen papel con ellos

Que no por ser sueños, se me tilde, ¡claro como se trata de un sueño! Pues lo habría hecho bien, siendo entera y tangible realidad.

viernes, julio 21, 2006

Lo último

Cuando llegas a una determinada fase de tu vida hay cosas materiales, vivencias que puedes tener el temeroso derecho de calificarlo como lo último. Si lo consideras te encoges un poco. Éste será mi último coche, puede que mi último largo viaje, me ha nacido mi último nieto, o será quizá el último verano de este mundo propio donde vine a parar hace ya muchos años, y vivo cada verano otra vez con ausencias –como contaba el otro día- que se fueron sin aviso. Pues me puede tocar a mi irme sin avisar, sin decir hasta el próximo año y como era el último no llegar al próximo.

Éste duro concepto de ultimicidad lo da simplemente los años. No se trata que uno se sienta mejor o peor –aunque puede influir- sino una fecha en el calendario, una celebración que se ha venido repitiendo y puede un día interrumpirse para siempre. Como ahora tengo una cerca me tenéis que perdonar que escriba esto que suena con timbales de tristeza, pero tiene su carga de realidad detrás, aquello que se termina tiene el aviso de que es lo último unos días previos, una horas antes al menos.

A lo mejor estoy escribiendo todo esto adrede para que alguien me lo rebata con un poderoso concepto de vida detrás del que he aprendido muchas cosas al acercarme, al darme yo mismo permiso que podía servirme, que era capaz de entenderlo y utilizarlo. A lo mejor me hace falta porque hay días que son necesarias las cosas más difíciles cuando acabas de terminar una jornada de alegrías. Hay días que amanecen más despacio, alargan la amanecida y juntan los avisos que pueden ser ciertos. Y eso que puedo contar con ayudas importantes, genes propios que hasta emplean bromas que hacen reír a cualquiera, caricias de una niña con mi pelo que no me había hecho nadie todavía; la ayuda también, como decía, de filosofías de la vida que te la alargan adrede, que hacen que ese pésimo concepto de lo último lo puedas quizá borrar al menos temporalmente de tus propios pensamientos.

E incluso en éste diario libre de intenciones de cada día y cada vez que me viene al pensamiento un nuevo sentimiento lo voy enriqueciendo a costa de los demás. Hasta comentarios en inglés favorables y un momento en que alguien viendo como desarrollo estos apuntes míos y sus comentarios, tuvo la elegancia de la retirada de ellos y el deseo del disfrute ajeno. Apreciar la unión de ideas y respuestas y ofrecer y admitir también la felicidad en palabras y seres ajenos.

Este diario tiene que me acerco tanto a lo propio que lo mismo que me da miedo ese concepto de lo último, me defiendo, me asusto menos con el cariño y con la ilusión de las respuestas, que me enseñen la tranquilidad cuando no la tengo y las pausas, las pausas hasta en el diálogo. La vida necesita de pausas, de razones. Quisiera tener tiempo para llegar a alcanzarlas.

jueves, julio 20, 2006

Contar los recuerdos

Los recuerdos sino se cuentan parece que valen menos, que su huella ni induce a enriquecerse con ellos. Por eso estos días voy sacando más recuerdos fuera, voy contándolos a medida que me van viniendo. Junto los recuerdos y los olvidos, lo que no me conviene porque la vida, el tiempo, no es sino una sucesión imparable de ellos. Ni me hacen más viejo, ni son alegrías ni tristezas vanas, son mi vida aunque de ellos no pienso seguir viviendo. Voy simplemente a ir contándolos, entristeciéndome o sonriéndome pero de cada sitio y de cada persona me voy a quedar con lo bueno y sobre todo voy a mirar a lo lejos.

Son hechos sucedidos, un pulso incesante para ver qué queda de ellos y como vengo diciendo contándoselos a alguien me libera y me enriquezco. Constato carencias que tuve en su momento y que luego las he ido supliendo, si son del cuerpo seguramente son rescatados de otro cuerpo, no quiero que presenten la imagen de nadie, prefiero a ese alguien que tengo delante porque siempre mis querencias son de cada momento. Por eso cuento, por eso voy contando recuerdos y construyendo presentes a la vez, al mismo tiempo.

La realidad nunca se repite, si perdemos algo la vida no nos lo devuelve igual. Mejor, vamos como redescubriendo de lo que somos capaces con sosiego, inventándolo de nuevo. La memoria siempre duele, es el recodo último y la única manera de hacer que no nos duela es que no sea memoria, que sea presente. El ejercicio de contar me vale, me es necesario, me lo trae el mar desde la orilla, unas niñas que han dejado de jugar, una población en mi sitio de descanso de edad muy adulta, un relevo para conseguir así ir dejando, que alguien se vaya luego quedando.

Por eso me respeta la gente con la que cruzo estos días mis sentimientos profundos y cultivados tantos años, tantos veranos. Me supe ganar ese respeto y ese cariño. De contarlo siempre hice uso y abuso de palabras quietas que se van quedando ya como un libro usado que no lee nadie. Ésa es la principal razón por la que cuento tantos recuerdos: para que me vaya leyendo alguien todavía, para que contando recuerdos con las palabras que me vienen cada día yo me vaya acercando a ésa posibilidad de quedarme hasta la próxima vez, hasta el verano que viene al menos para contaros lo que ya os he contado.

No me engaño, repetir esos recuerdos es una manera insistente de hacerse viejo, pero he descubierto que contárselos a alguien que no se los sabe y quiere leerlos, al contrario me hace sentirme sino más joven con la impresión de haber llegado a tiempo todavía para contar esos recuerdos y que entonces sí que tengan elegancia primero y vayan dejando huella luego.

Ese es mi principal menester, mi tentación de estos días.

miércoles, julio 19, 2006

Marta y Sofía

Son dos niñas que desde que tenían seis años y las compañías aéreas lo permitían volaban solas hacia su destino de verano como un anticipo del resto de la familia. Yo las esperaba al pie del avión y la azafata las acompañaba con su cartel colgando “on parlais francais” que luego producía la sorpresa de la misma al oírlas en perfecto castellano acogerse a nosotros y hablar a continuación desde el móvil en italiano con su padre. Con tantos idiomas a cuestas su llegada siempre las envolvía en unas horas de silencio, sus respuestas eran breves y su diálogo nulo. Hoy ocurre lo mismo con ocho años más, sin necesidad de acompañamiento, claro está, y con preferencia como idioma habitual el de su colegio de enseñanza, el italiano. Confirman lo que decía Max Aub que la lengua de cada uno es con la que ha estudiado su bachillerato.

Por haberse anticipado a otros niños de mis genes en edad, Marta y Sofía son dos seres absolutamente sugestivos. Trasmiten una cultura y una alegría proveniente de sus padres como es lógico, pero tienen un atractivo que me hace disfrutar con ellas. Sus juegos de hace años los han substituido con una coquetería y una madurez anticipada como siempre tiene la mujer. Marta sonríe, te elude hasta que te permite llegar hasta ella, Sofía es la bondad hecha persona, la aceptación de que la quieras, el abrazo prolongado cuando llega y cuando se vuelve a ir y soporta inalterable que le digas te quiero y te responde yo también despacio para que te des suficiente cuenta.

Ahora quieren saber que me escriben en un mensaje de móvil o que escribo yo en mi pc en la terraza, cuales son mis imágenes que voy a elegir, me enseñan a no contestar al móvil y que sea suficiente ver un nombre en la pantalla, ya se acuerdan de uno, ya saben de uno. Ahora son mujeres pero siguen siendo niñas, me acuerdo cuando hace pocos años pedían permiso en la mesa para ponerse agua o coger pan, ahora ponen y quitan la mesa, ahora ya forman parte de una casa, ahora siguen siendo mi sugestión y mi alegría, ahora hacen que yo las nombre en una especie de escrito diario que no sé cómo llamarle pero que es parte de mi ser, es mi vida en la red, son las palabras que tengo sueltas que sé exactamente dónde ponerlas.

Marta y Sofía hacen que el Mareny que muchos años les fui dando a mis hijos y aún lo sigo haciendo, cada vez y cada año, sea más de éstas dos niñas porque vinieron primero, porque nacieron antes. Otros nietos cubren mi vida con el mismo derecho y los mismo genes, pero las debilidades hay que dejarlas llegar, hay que quedarse con ellas como ya dije una vez para que la vida se alargue un poco más con tu propia riqueza.

Otro año, ora vez, gracias por venir, Marta y Sofía.

martes, julio 18, 2006

Falta gente


Cada año cuando vengo a mi sitio junto al mar, “Barcarola”, “Cruz del sur”, “Pez espada” las casas que fui viendo crecer junto aquel embarcadero del cual ya no quedan ni los restos que se llevó aquella noche de temporal la lluvia y el viento, cada año, digo, falta gente. Me doy cuenta nada más llegar, debe ser que se fueron demasiado deprisa sin avisar a los amigos que vivíamos cerca.

Somos menos, cada año somos menos y duele sobre todo la forma de saberlo. Preguntas por alguien y su ser más querido baja los ojos simplemente, sigue su camino, otro verano en el Mareny pero con una soledad invencible a cuestas.. Esto es demasiada vida propia y yo tampoco tengo ya una niña que llegó hasta hacerse mujer aquí. Tampoco tuvo tiempo de decirles adiós a sus amigos.

Por eso ayer, como cada año, el mar o la mar, estaba tibio y largo, me ofreció el reposo para mi reposo, los viales, sus palmeras, la bonita y cuidada vegetación, cada finca, cada gesto de la gente al saludarme porque es raro que alguien no sepa que yo estaba por aquí empezando, empezando los veranos ya hace tiempo.

Pero me duelen mucho las señales de los amigos que no están, las cervezas que ya no me puedo tomar con ellos. Este sitio era de unos cuantos y es preciso que sigamos estando los mismos de siempre, que las ausencias de la vida hagan una pausa cuando lleguen los veranos y así podamos juntarnos para que luego sigamos. No resisto, no tolero las ausencias cuando nunca deben ser ausencias, eso hace que me pesen más mis propios años.

Tenía que decirlo la primera mañana en ésta terraza especialmente cerca del mar. Tengo un viejo pc portátil que sólo me sirve para abrir los programas que ya no quiero abrir y ni me deja ver las imágenes que necesito ver, un pc que se apoya demasiado en los recuerdos que le quedan, los que estaban escritos y los que escribo cada vez que levanto la vista y veo el paisaje de todos los veranos.

Pero no está completo, falta gente, y eso es lo que más me duele. Falta gente y aquí todos eran mi gente. Mi recuerdo, mi entrañable recuerdo. Yo miraré el mar por ellos.

lunes, julio 17, 2006

Me voy junto al mar

Me voy junto al mar, a dormir junto a él, a escasos metros, en un hueco propio que hace años tengo donde crecieron mis hijos. Jugaron, hicieron sus amigos, se hicieron ellos. Me voy junto al mar como cada año y siempre le pido lo mismo, que aunque de lejos nos parece de tan infinito vacío, sea un vientre de estrellas y me devuelva todo lo que le vaya dando, que me lo haga todo posible para cuando luego me aleje, siempre me lo deje cerca.

Allí junto al mar noto más mis debilidades y mis errores. mi forma de ser, que quizá no debiera ser la forma de ser. No hay ninguna totalmente ortodoxa, ningún canon válido para todos, pero junto a él se nota más allá donde no llegas o allá donde fuiste demasiado profundo, quizá en exceso generoso para necesitar ser exigente luego.

Desde la misma orilla del mar lo noto todo más, resaltan mis debilidades, mi propia fragilidad. A veces me pregunto por qué soy frágil o en qué soy frágil: pues en que mis esperas se hacen demasiado largas y no les va quedando tiempo, en no saber alargar mi brazo justo en su medida, en no darme cuenta que hay siempre entre los hombres, o entre un hombre y una mujer, una especie de juego de donaciones a los que jugando debemos saber cuál es nuestro turno y qué medida tiene, donde queda el margen del disfrute, dónde el silencio, la noche siempre tierna, la reparación que tiene el sueño.

Estos días voy a ir dejando sobre la arena partes de mi ser entre los míos; capacidades de las que ya hablé en otra ocasión alas que llega poca gente; posibilidades de lejanía que una mirada ya casi vieja que parece mentira pero todavía llega; ratos largos de descanso para que descanse todo luego, lo propio y lo ajeno; manos vacías para llenarlas luego aunque pueda parecer insólito y lejano; llamadas del deseo que nunca sabremos callarlas ni deberemos hacerlo. Voy a ir dejando lo mejor mío y tengo mucho todavía por dejar porque quienes me conocen saben que no escatimo en la generosidad ni tampoco luego pidiendo.

Me voy junto al mar y puede que nada me cambie porque tampoco quiero que me cambie, me voy simplemente a estarme más quieto, a que sepan entenderme y yo me esfuerce más en entender a la gente, a la gente que me conoce, que me quiere. Allí estaré, buscaré sobre todo los ratos en que la orilla esté más vacía y más quieta, así mis soledades ignorarán los códigos para acercarse y para alejarse. Es una buena profesión sentirse solo junto al mar, secreta, única, una especia de sexto sentido que debe arreglarlo todo.

Hasta hacer posible aquello que uno presume de saber, de sí mismo y de los demás y a lo mejor no lo sabe, era un sueño, un imposible que ni el mar puede hacerlo posible. He de quedarme donde estoy y allí, allí hay hueco estos días, junto al mar, junto al mar de mi esperanza y de mi tierra. Siempre hubo hueco pequeño y con el debo tener bastante. No sepas de más hueco –le diré hoy a mis ojos mirando al mar- porque eso si que sabes que no lo hay.

domingo, julio 16, 2006

Quedarse

Pasas por sitios, momentos, situaciones en la vida que luego te das cuenta del alto valor que tenían. Pues lo que es difícil, pero lo más importante, es saber quedarse donde tienes que quedarte. Tomar sitio y que te admitan ya para un futuro que ni lo debes de considerar, te debe contar solo el presente, pero en ese instante debes de dar la sensación inconfundible que eso es lo que querías, lo que necesitabas en la vida.

Vendrán avatares, circunstancias que te harán mover de aquí para allá, pero uno ha de quedarse, tener ya la plaza fija porque te proporciona una entereza para cada circunstancia no fácil de asimilar sin esos anclajes. Me quedo, no paso, estoy aquí bien y no es inmovilismo, no es antigüedad, no es simple calendario parado en una fecha, qué estas vayan pasando, que me vayan haciendo más viejo desde fuera, porque por dentro tengo la belleza y la juventud de haber elegido lo mejor y de haber sido elegido.

Parece todo fácil y no lo es. Nos cansamos muchas veces, fabricamos nosotros mismos esos cansancios aparentemente ineludibles, pero si sabemos tener la fortaleza de los fuertes nos quedaremos con los mejores sitios, no nos los quitará nadie. Quien pierde las mejores cosas, los mejores momentos, las más tiernas sensaciones que alargan hasta la vida, somos nosotros. Los que las hacen durar, los que les dan tono de eternidad es uno cada vez, sin que sirva echarle la culpa a la vida, eso tan socorrido. La vida somos nosotros, la fabricamos nosotros, la torcemos o la enderezamos nosotros. Y hasta en los peores momentos quedan recursos, no se muere uno nunca sino quiere. Me refiero claro a la muerte de nuestros momentos más felices, mejor hechos.

Pues voy a quedarme, voy aquedarme cada día, con un gesto de un amigo que he llegado a la conclusión que es un verdadero amigo; con la risa de un niño que se ríe mejor que todo el resto de los niños; con el hueco propio hecho ya hace tiempo para que no me falte como a otros, como a otros que no supieron hacerlo primero y quedarse luego; con el cariño ajeno cuando lo haya encontrado y las lágrimas que produce a veces pero que fortalece, que da querencia para quedarse ya siempre; con cada mañana, cada noche sin miedo, cada salud que me falle y si me fijo bien no es que me falla, es que la que debo tener y conservar, quedarme simplemente con ella.

Habrá que hacer, pues, he decidido, lo mismo que hago con los libros, cuando los he leído –da lo mismo físicamente siempre tenerlos- de mi ilusión, de mi aprendizaje no me los quita ya nadie, me quedo con ellos. Eso me ha servido y no me he dado demasiada cuenta, me he ido quedando con ellos y por eso digo cada vez que me dan cuando los leo lo mejor que tengo.

Pues con todo lo bueno, junto a mí, a mi alrededor, al alcance de una mano, de un grito de “ven” que sirve cada vez para ir, me quedaré con ello. Esa es la hermosa y difícil filosofía de quedarse, como una barca anclada que adornará ya siempre la ventana de mi vida.

sábado, julio 15, 2006

Mis cosas

Ya las tengo otra vez alargando la mano, como cada noche para escoger los sueños. Cosas de diario, necesarias a los tres o cuatro días que no son de diario: un café bien hecho, una música que es como un regalo que me hacen para hacerme un regalo, un pc propio que parece que está cargado de tinta propia, un silencio lejano pero cercano, un horario para levantarme, una manera de hacerlo que no es capaz de hacerlo nadie, sólo la hago yo porque la hago para mí mismo.

¿Es eso una rutinaria forma de felicidad, una costumbre sin novedad, un hábito demasiado pegado? Ni lo sé ni nadie lo puede saber por mí, pero esas cosas que cuento que tengo otra vez al alcance de mi mano me hacen feliz. Hasta me cambian de tal modo la cara que una médica de asistencia primaria a la que acudo para que me extienda mis recetas de siempre, al decirle después de acumularlas, oye perdona que sean tantas a la vez, pero es que tengo mala salud, me dice sonriendo, te equivocas, tienes muy buena salud. Debe ser que esta médica no se sabe bien las indicaciones de los medicamentos, o al contrario que soy yo el que me equivoco y en cuanto soy un rato feliz, tengo una salud de hierro.

Lo aseguro, me ha sabido mucho mejor el café, y era sólo eso, que sabía a café sin que nadie me lo hiciera; el “Desvarío amoroso” de Genazino, o “Todas las muñecas son carnívoras” de Ángela Vallvey me parecieron más que ayer dos novelas bellas y cómodas, eran puro placer, eran literatura propia como una blusa abierta, intimidad para mí, recuperar algo que parecía igual y no lo era: para leer bien, tiene uno que estar bien y termina estando así mejor.

Pido perdón por mi insistencia, por quedarme con ella, mis cosas no pueden ser de nadie porque son mi cimiento para poder contarlo luego, mis cosas son mis sueños, y si antes dije algo parecido, que me sirven para escoger mis sueños, es que por ahí anda casi todo: mi forma de ponerme, de mirar a la gente, de entrar en cualquier tienda pequeña para que se acuerden, de ser otra vez el que era, de escribir muy parecido para quien le guste, de sonreír sólo de pensar en sonreír, de alargar mi impaciencia por buscar la paciencia, la que me hace falta, simplemente, para con todas estas cosas saber una vez más que era esto, que debe ser esto lo más parecido a ser un rato feliz y buscar luego otro rato y hasta que la propia médica que tanto sabe de uno, rectifique tus índices de salud y te los devuelva sonriendo diciéndome, tienes buena salud, muy buena salud.

Y con ese fácil cargamento ya estoy preparándome para intentar ser feliz de nuevo otra vez lejos de aquí. Habrá que pedirle al mar entonces, ves trayéndome mis cosas que me las he vuelto a dejar donde estaban, como en un zulo propio, individual y placentero. Seguro, seguro que el mar sabrá traérmelas porque esa es mi única andadura por la vida.

viernes, julio 14, 2006

Mi mayor tesoro



Hay una frase muy convencional que la gente utiliza con frecuencia:”el tiempo es oro”. No sé el calibre verdadero que cada uno que la pronuncia y cuando la pronuncia le da, para mí se trata de algo más simple pero aún más importante: mi tiempo es lo mejor que me resta en la vida. Con él puedo hacer cosas importantes como desplegar mi mayor ternura y cariño; ayudar donde mi aportación de algo sirva para alguien; enseñar y aprender; darle a mis ojos el alcance hasta donde todavía incomprensiblemente aún no habían llegado. Por todas estas y muchas más razones o motivos no quiero perder ni un solo minuto mío de vida. Únicamente se lo permitiré quitármelo del todo a la vida.

Ayer mi recorrido de un punto de ocupación temporal gratísimo hasta mi vuelta “a mi espacio” como me calificaron muy acertadamente al llegar a ése punto propio, me costó invertir un tiempo innecesario por esas circunstancias de la vida diaria como puede ser cualquier tipo de prolongación o de retraso. Eso primero cansa indebidamente, luego resta, resta tiempo para mirar donde aún he llegado con la mirada, para leer las páginas que están esperándome, o simplemente tomar posesión de un punto de asentamiento físico habitual. Entonces además te das cuenta que el término “habitual” es más importante y valioso de lo que pensamos lejos de él.

Ya estoy, ya saboreo mi tiempo, ya lo empleo como lo siento y como lo necesito, elegido libremente y sin desmerecer para nada lo que dejé atrás con todo su valor de sangre propia, este hueco desde donde ahora estoy escribiendo no puede ser de nadie nada más que mío, mío precisamente el tiempo que me quede.

Su recorrido hasta aquí si lo ha alargado más de lo debido circunstancias ajenas –una carretera en obras, horarios ajenos- me produce, ya lo dije, cansancio y necesidad de llegar, y en el momento de tomar asiento, el puesto propio lo sientes como mucho más personal e intransferible, pocos minutos en él, lo gozas, como un alba que parece recién inventada, como un paisaje de utensilios personales que están en su sitio donde yo los dejé pero que han aumentado su esencia y su valor, que son todavía más andamiaje de mi vida que no puede permitirse a estas alturas titubeos, esperas ni sobre manera tiempos perdidos.

Por eso cuando observo a personas en similares circunstancias que dejan pasar ese valor incalculable del tiempo como elemento de paso, como simple tiempo que transcurre me quedaría gustoso con ese que parece que les sobra, que no les hace falta. Tengo prisa, sí, tengo prisa, por recuperar cualquier momento perdido. No sé si se trata de “oro” como el dicho popular afirma, pero para mí es tesoro muy valioso. Me gustaría frenarlo si pasa antes de tiempo o más deprisa, pero al menos no dejarlo perder

jueves, julio 13, 2006

Lo que saben de mi


Lo que saben quienes me quieren, de mí mismo, me enriquece y me hace sentirme algo mejor de cómo soy. Hace días alguien refiriéndose a alguna de mis reacciones muy palpables, al saberlo otra persona muy cercana a mi vida, largamente cercana, afirmaba, señal de que te quiere.

No se trata de bondades o de errores de comportamiento, son simples señales, testimonios que vamos repitiendo una y otra vez en cada ocasión que se presenta su motivo, su causa, el punto de pie que da motivo para desarrollarlas. Puede ser cualquier cosa, hasta un simple hábito, incluso un rictus de egoísmo, una monotonía, un conformismo conforme con nosotros mismos. Si alguien te lo descubre, o se lo sabe desde hace tiempo, antes que te manifiestes debe ser eso cierto: es que te quiere.

Cuantas personas se cruzaron despacio por mi vida, se llevaron esas mis maneras, las entendieron en cierta medida solamente, casi muchas veces le pusieron como pie una sonrisa. Cosas de…Sí, precisamente mis cosas.

Pues cada vez necesito más de mis “cosas”, me alimentan más, hasta me cimentan, son mi poderío, no sé vivir sin ellas, me empeño, casi empeño la vida a un prestamista propio que no me la va a devolver. Cada vez estoy más contento –y estoy aprendiendo a la sumisión de la alegría- de cada uno de esos comportamientos tan propios como las arrugas de la piel. Son, me lo imagino, para quién no me los vea pero los sienta, la mirada más audaz, la forma más intempestiva de vivir. Cuando no dispongo de ello, los lloro desde lejos porque estoy practicando también ese aprendizaje de llorar los sentimientos con los ojos hacia dentro.

Pero mi mayoría de edad ya me va permitiendo ir renunciando cada vez menos a estos comportamientos, a los que me van servir, a dar pie a que sepan de mi para que luego sean síntomas indelebles de cariño, sabérselos, conocerlos. Noto como si me quisiera mucha más gente dándoles más pie para conocer de mí, para saber de mí, de mis más tiernas y necesarias reacciones.

He ahí la palabra: necesarias. Las busco, las voy repitiendo, pedazos de modos de vivir que son mucho más bellos cuando alguien se los aprende y los entiende.

miércoles, julio 12, 2006

Nuestra capacidad



No quiero hablar de una capacidad en concreto ni de algunas al mismo tiempo. Me interesa el concepto, saber que el hombre en ese desarrollo de sus capacidades está su rendimiento, está su andamiaje y su vida.

Capacidad para sentir de cerca, sabiendo que está uno muy cerca, que reacciones erróneas son daños ajenos y admisiones indebidas, propios. Al mismo tiempo capacidad para alejarse de donde no debe uno estar, cómo no debe uno vivir, sin principios morales ni de ningún tipo que lo prediquen, sino exigencias del yo, reeducaciones del mismo.

Recuperaciones que nunca pensamos existirían ni se producirían pero que suponen una tolerancia en la vida, un estilo propio al que nunca debemos renunciar porque así se nos conoce en muchas partes, en muchos sitios. Un día, un momento puede parecer asombro lo que quedaba pendiente.

Riesgos con el atractivo que tiene todo riesgo, caiga la suerte del lado que sea, fortunas y carencias de fortuna pero detrás un pronto propio, un rigor y una exigencia que nos mueve muchas veces hacia caminos donde no suele ya caminar la gente. Lo contrario a la comodidad, que la vida me cueste, que casi yo calibre los esfuerzos, pero son tirones de una energía que no tiene precio.

Capacidad de gustarme –quizá la más difícil-, un canon de autoestima que a veces desvirtuamos en exceso. Pero al menos, ese rasgo primitivo del espejo para indicar que aquí estamos de sitio y no de paso, dure el tema lo que dure. Y hasta si fuera posible en esa mirada hacia el espejo, profundidad, calidades poco habituales que en los malos momentos nos ayuden a salir a flote.

Yo escribiría sobre un montón de capacidades que están todavía sin mercado ni precio, pero prefiero que cada uno piense en su cúmulo de posibilidades cómo las cumple, lo que le cubre. Que establezcamos un reglamento inequívoco y hermoso para decirnos nosotros mismos al final que nuestra capacidad tiene plurales muy hermosos.

¿Hasta dónde llega nuestra capacidad? ¿Para el dolor, para el amor, para la tolerancia, para la exigencia propia y ajena? ¿Para la renuncia, la adjudicación indebida? No hay límite preestablecido. Lo ponemos nosotros, lo debemos poner nosotros, somos los dueños.

Pero no lo dudemos puede ser mucho mayor de lo que pensamos en cada caso, en cada momento. Me gusta la capacidad que no tiene límite, que produce el asombro, que arranca la palabra increible.

martes, julio 11, 2006

No me gusta el verano


Cada año en algún sitio lo escribo: no me gusta el verano. No ya solo como estación del año porque soporte peor el calor, sino por el tono del momento que precisamente lo que hace es eso, trastocar mis momentos. Yo entiendo que es una egoísta postura porque ahora puedo compartir lo que no hago el resto del año más que ocasionalmente: mi tiempo y mi ocio con mi gente.

Pero son elecciones que hacen por mi, duraciones que me marcan, que no las delimito y costumbres muy cambiadas a peor en comodidad, en manera de estar y sobre todo en individualidad. Soy un individuo muy personal y a la vez es curioso, necesito alargar la voz y la mano y notar a la gente. Lo parece pero no estoy siendo contradictorio.

Lo que quiero es a estas alturas de la vida, montármelo yo, desmontármelo yo, permanecer como en una repisa de descanso y ocio muy bien estructurada, sin demasiada planificación, al albur de un gesto, de una respuesta que quiera dar mejor. Ése es el término quedarme con lo que para mi es lo mejor que puede ser incluso un verano parecido incluso al que vivo cada año.

Coincide que cumplo años, que dejo uno menos y tendré uno más, porque eso quiero pregonarlo precisamente aquí –y ya llegará su momento- voy a tener uno más, disfrutarlo nada más empiece contando cómo disfrute lo qué disfruté del que termina con este nuevo, cada vez. Ni me asusta juntar los dos números, aunque el cero de atrás empuje mucho y le de más relevancia al guarismo de delante. Lo saben quienes me quieren: me refiero a cumplir setenta años. Ese siete de delante es una seria advertencia, para eso que me enseñan a veces, vivir el presente.

Pero no vine a hablar de esto, vine a decir lo del verano, a ver si me hago más consciente de que entre todos juntos me darán mejor verano y yo aprenderé a darlo también para que el año que viene no tenga que escribir que no me gusta el verano.

Me aferraré fuertemente a las nuevas costumbres, como si me cambiaran los horarios de los trenes, las haré buenas esas costumbres. Cambiaré lo que hago más o menos mejor por hacerlo aún mejor, aprovecharé lo que hacen conmigo bien y procuraré devolverlo con creces, para a lo mejor luego poder decir, sí, si que me gusta el verano.
Soy incapaz de no devolver bien por bien, fui siempre incapaz, incluso puestos devolverlo lo mejor posible me venga como me venga. Y muchas veces la vida me lo trajo difícil, muy difícil.

Nada menos necestio la ayuda de todos para que me guste el verano.

lunes, julio 10, 2006

La dialéctica del delirio


Con la dialéctica del delirio que cada uno nos vamos necesariamente montando en la vida, con su recompensa luego, nadie gana y todo parece que sigue igual, pero no es así, detrás hay un cierto misterio, una poderosa ilusión que nos mantiene en pie y hasta nos da alas de un poderío desconocido hasta entonces.

Puede servir para que siguiendo los dictados de la naturaleza, un hombre y una mujer tranquilizan su pasión haciendo que sus orgasmos no coincidan, se contemplen cuando ocurre en el área más poderosa del placer hasta sin miedo a no tener placer a la vez en el momento para poder obtener en cambio como primer e inalcanzable paso, aprender a conocerse, a entenderse.

Ella le puede aportar a él, tarimas de entendimiento, entonces superiores al mero placer, él, besar antes sus pechos que sus labios, admirarse de cómo gira sus cabellos porque la llaman, viene la espera inmediata y breve pero luego la vuelve a ver ya enredados esos cabellos de nuevo para seguir la senda del entendimiento. Conocimiento antes que puro placer.

Vendrán luego bienvenidas para volverse a la vida de golpe, para preguntar qué tienes, sabiéndolo ya antes de preguntarlo ofreciendo una mano de acercamiento que más que acercar, une. Será todo caminos con una dialéctica propia y de asombro que lleven a ese delirio, a ese placer después.

Hasta dicen que en los bancos donde se pone el dinero, los del nombre y un DNI después, ya lo admiten: los primores del mimo que hace días que uno debe; las ilusiones más fértiles que son pensamiento para que sean luego presente; poderles poner en las cuenta un especial nombre: “estoy con ella”, “ya lo sé pero no puedo evitarlo”, “quiero hacerlo”. Titulares de cuentas implacables al deterioro o la baja, asombrosos y sonrientes para los interventores de esos bancos sin casi clientes.

No, nada allí tiene aires de engaño, cualquier inversión está pagada en intereses con creces, tiene esa exuberancia mínima pero asombrosamente máxima, restos del delirio, de la propia dialéctica del delirio, tiene a diario, lo que pensamos: misterio y recompensa.

domingo, julio 09, 2006

Lo que quiero


Parece extraño y curioso, hasta un poco podría servir para bajar el listón de la autoestima, que uno a estas alturas de la vida no sepa bien lo quiere, aunque en realidad no es un problema de desconocimiento, sino de falta de audacia para cumplir esos deseos.

Quiero como tan recientemente ayer decía, una compañía propia cimentada. Necesito, como vivo en los actuales momentos, el anecdotario de niñas pequeñas con mi sangre que me llamen por mi nombre y no por mi lazo de consanguinidad, que me den al pasar junto la puerta del baño, luego de comer, el cepillo de dientes y la autoritaria orden de ¡límpiate los dientes! ¡Ya promete esta mujer con cinco años! Necesito esas cenas de seis personas cuya unidad he forjado antes, hace ya muchos años, con mi esfuerzo y mi trabajo, con la práctica en mi propia casa para que lo crearan luego quienes llevaran mis genes.

¡Claro que quiero todo eso! Pero hay un rincón aparte, sólo de éste quien ahora escribe, el que se deriva de estar hace un rato –valga el ejemplo- con su café, su acogedora temperatura de las siete de la mañana y un hermoso jardín por delante. He bajado despacito, nadie me ha escuchado, a nadie le he perjudicado su sueño, pero el mío era estar aquí y ahora, por si alguien me esperaba.

Ese aquí y ese ahora tiene un solo dueño que es mi más tierna y enamoradiza soledad de hombre tierno, de niño hambriento, de brazos sueltos para que se los alcance otra persona con los suyos, de palabras que no sé si servirán pero yo las iré dejando porque dentro no serían ya palabras, serían casi lamentos.

No es un desvarío, hace años, hace ya definitivamente todos los años de mi vida que voy por ahí dejandome a pedazos, porque yo necesito esos otros pedazos, porque solo valgo poco y mi propia y bien cimentada compañía, mi anecdotario de que hablaba antes, no es bastante, no es bastante.

Creo que la primera vez que escribí una palabra en la red lo dejé bien claro. No hubo engaño, ni lo puede haber de quien quiere conservar todavía sus mejores esencias de niño. Ésta es mi soledad, ésta es mi compañía, más o menos lo que ya dije ayer pero que estos días me persigue, me persigue y me pregunta, lo que quiero. Puede dar la imagen de que no sé bien qué es eso que quiero. Pues por dentro es lo mismo: el mejor ser que llevo allí dentro ir dándolo a pedazos y a ratos. Los momentos que pueda, los que le robe a la vida propia.

sábado, julio 08, 2006

Soledad y compañía


Hablé ya alguna vez del derecho inalienable de la soledad que todos tenemos, una vida con construcciones propias, con ocio elegido y mantenido por nuestro propio goce, sin que en el ejercicio del mismo que nadie nos juzgue con valoraciones negativas de culpabilidad por disfrutar esa soledad, por esa alegría que produce muchas veces. Eso no aleja, no debe alejar nunca, de compromisos elegidos voluntariamente y que nos resultan también altamente satisfactorios.

He escrito intencionadamente la palabra culpabilidad. Sé que en ocasiones resulta difícil sobrevivir a ella, pero hay que ir eliminando de este mundo que queremos sea más cordial el concepto de la culpa. Los hechos los causan circunstancias, motivos personales, pero no los tintemos con el color oscuro de la culpa. Siempre digo que hay causas, culpas ninguna.

El tiempo que me reste quiero ver lo más posible que pueda ver; conocer cuantas más cosas no conozca aún. Para eso hace falta la fuerza de la fuerza, la salud de la fortaleza, los dolores de la ropa de diario totalmente aparte, a cambio, demostrarse uno mismo cada vez quién es, qué quiere. Si en esa demostración, en ese esfuerzo, hay soledades elegidas, aprender a vivir con ellas, pero no nos engañemos si queremos ser a la vez fuertes y disfrutar nuestras elecciones para convivir con esa soledad, no hay que estar solo.

No digo contradicciones porque es una verdad también innegable que el hombre absolutamente solo se soporta tan mal a sí mismo que no se soporta.

Todo va camino de lo mismo: de la sonrisa y la alegría, es un resto genético de la humanidad, casi una manera de ponerse para bien definitivamente, y quiero estar bien me quede lo que me quede pero con ese capital, gratuito y con rentabilidad permanente. No se puede volver a emplear, a hacerlo un propio fondo de inversión, o lo inviertes ya para siempre o no hay agente que te lo medie.

Que nadie me contradiga, la vida es corta, muy corta siempre y muy pocas veces se nos repite. No se puede uno volver a bañar en las mismas aguas donde pudo bañarse siempre. Pues quiero hacerlo: solitario y acompañado. Con goces muy solitarios y con el respeto y el apoyo de una compañía que supe fabricármela, darle luego cimiento para mi vejez de ahora y enorgullecerme de esa base sólida y presente.

Aquí en este momento, en esta elección, al mismo tiempo, tengo el goce de mi soledad también con las mismas palabras: sólida y presente.

viernes, julio 07, 2006

El mejor medio de convivir


Recordando ayer la vieja fórmula de Saint-Beuve, “envejecer es aún el único medio que hemos encontrado para vivir más tiempo” se me va haciendo pesada la mochila, la hermosa mochila para llevar dentro todo el cúmulo de culpabilidades de una vida, que no tiene ya edad, para llevarla cómodamente de arriba a abajo. Me pesa la mochila, aunque no tengo ya edad, los años por internet o por e-mail de uno mismo pueden ser cualquiera, en todo caso en ese mundo me debe valer la que se deriva de lo que escribí, y todo lo que allí puse, era cierto y va a ser definitivamente cierto el resto de mi tempo.

Estos días conviviré de “invitado” en caja ajena porque aunque haya un montón de genes propios cuando vienen esos genes a mi casa es la suya y en la de ellos, siempre seré un invitado. Hasta los armarios con las cosas olvidadas siguen siendo sus armarios en mi casa, aquí abro cualquiera de ellos y no sé lo que hay dentro ni tan siquiera la forma de cerrarlos luego. No me extraña demasiado, ni me enoja, es una ley de soledad individual que se produce con los años: nacemos solos y solos morimos porque todo el cerco que construimos alrededor, nadie, nadie podrá disfrutarlo como si fuera desde nuestra propia piel.

Estos días me iré dando cuenta del candor y la ternura que llevo poniendo mucho tiempo, del intento de hacerlo bien entre gentes mías y las que he decidido que sean casi mías. De verdad que lo hago lo mejor que puedo que no tengo desdenes ni misterios, que mis equivocaciones son únicamente errores, ni tan siquiera con la envoltura de la táctica estudiada, sino venidos de pronto, sentidos cerca, padecidos al lado.

Y en definitiva, solo ocupa una disciplina y una ciencia: encontrar el mejor medio de convivir que me aporte un mínimo de felicidad propia y repercuta beneficios ajenos. Ni altruismo ni victimismo, camino por la vida, dejo restos mejores y peores, los buenos que se los vaya quedando la gente por ahí y que me devuelvan siempre la sonrisa de ese gesto; los peores que sepan las veces que hagan falta disculpármelos. Todos tenemos de todos, todos queremos que nos quiera la gente.

Me siento bien, y el cerco inhabitual pero propio me alivia de muchas cosas. A mi lado la sabiduría del infantilismo porque al haber perdido ya casi la niñez hay maneras de ser que no recordamos. Pero cuando mejor me he sentido desde que ayer puse mi sitio unos días aquí, es porque pude comprobar precisamente con los niños que me quitaban la edad, que no les importaba que fuera un poco como ellos. Y si alguien más adulto, más adulto en sabiduría que yo, me sigue tratando como un niño y ni una palabra extraña leo en los peores momentos, ya lo tengo, ya puedo ser más veces con ellos, como ayer tarde, mucho más niño.

jueves, julio 06, 2006

Los huecos propios


No es que sea ni lo haya sido nunca una persona inmovilista y dada al mantenimiento de costumbres, de modos de vida. Me gusta la novedad de la mejora como si hubiera una noche fuera de mis noches de siempre que se me apareciera de pronto sugestiva y tentadora. Pero hay modos de vida que son casi pliegos de la piel, un último perfume que ya no se puede cambiar, forman casi sino ética, estética.

Es lo que yo llamo los huecos propios, las maneras de acercarse, de estar entre la gente, de que sepan reconocerte, de que cuando uno escribe si empleas tus metáforas, no se sabe bien si son las metáforas las que te emplean a ti, si es tu estilo o el estilo contigo. En esos huecos propios hay costumbres, horarios con las manecillas del reloj a voluntad, formas de alimentar el ocio, la actividad, tu personalidad.

Viene a cuento de que estos días lo voy a cambiar un poco, no los voy a elegir del todo al vivir en casa ajena por muy cercana que sea. Allí hay genes, pedazos de piel y sufrimiento de hace años, sufrimientos aceptados y fructíferos. Pero no va a ser mi hueco propio, mi charco de calor y de placer, mi dependencia, mi duración y mi prolongación.

Si escribo en esta página diferente, será porque veo que ciertas cosas me las habrán cambiado, la costumbre del café al levantarme que sea eso una costumbre alimenticia en lugar de los que es para mí cada mañana en mi propio entorno: una necesidad, un placer al que le consigo aumentar sus capacidades de placer. Puede que lea más, o menos, no lo sé. Cuando no lo esté haciendo será una mágica vigilia para terminar haciéndolo. Quizá de todo descanse un poco , pero es que mi tipo de actividad es no descansar y mejor ni sentir la necesidad de descanso.


Todo, ya lo sé, por unos días fuera de casa, casi en casa. Todo junto a seres que no tienen que esforzarse nada para testimoniar su cariño, su necesidad de tenerme alguna vez cuando median distancias que pueden ser más largas de lo que debieran ser porque no debieran ser nada. Conviene quienes se quieren que se quieran de cerca, que tropiecen las miradas muchas veces y nunca te tengan que preguntar cómo estás porque saben cómo estás.

Pero voy a volver enseguida a casa con billetes de vuelta de esos que siempre quedan vueltas, a mi ordenador, desordenado pero propio, a estar más veces solo. Voy a volver porque siempre se vuelve cuando no se ha ido del todo, cuando casi con tus sitios, tus huecos, tus costumbres casi te lo has dejado todo porque es propio, porque lo elijo cada vez, porque no es mi familia sino mi propia persona.

Ya lo sé que hay poderosas razones dentro de cualquier familia calificada sinceramente de buena. Pero el estrecho pedazo personal de mi forma de vivir mi vida, ese me lo hago yo solo y lo saboreo cada día con errores, pero muchas satisfacciones.

miércoles, julio 05, 2006

El regalo de la vida


A veces la vida nos regala la vida, sin petición de esfuerzo, dejándonos seguir. Una tragedia tan dura como la del metro de Valencia avisa de todo sin previa advertencia. Es como dejar patente su existencia, casi como una especie de aliento que se puede interrumpir inmediatamente. Es naturaleza e historia, está abierta pero incompleta, siempre provisional como si fuera a ser engañosamente interminable.

Nadie puede imaginarse, nadie puede comprender a quienes se acercan al lugar del accidente, que no saben quizá primero si vive su ser querido, su familiar que tenían junto a ellos hace un rato y ya no está, ni en un hospital, ni herido, ya no está porque la vida sin motivo especial le acaba de negar la vida, ese familiar qué es lo que siente, su forma de desespero. O verán un cuerpo mutilado o ni lo verán, porque la vida se puede terminar tan cruelmente en el silencio de una oscuridad que no permite ver esos ojos vivos por última vez. No hay aviso en estos, ninguna clase de aviso. Eso es lo más duro, lo más difícil de asimilar.

Amargamente sé lo que es llegar definitivamente tarde, lo que es ni llegar, contra natura, a que una hija se te pierda sin haber ninguna razón para que se perdiera.

Por eso estos acontecimientos, independientemente de sus cifras, sus causas, de toda clase de investigaciones que hay que llevarlas hasta el final para que el familiar al menos sepa algo, sepa algo de lo que no debiera haber ocurrido, no se trata especialmente de buscar culpables de ningún suceso, nadie quiere serlo, nadie va a serlo, nadie puede formalmente serlo, pero al menos esas causas sí que sirven quizá para que otros no mueran, no se queden sin la vida.

Sin embargo yo he tenido un pensamiento frívolo y real: ¿por qué empleamos esfuerzo para en el tiempo en que entre unos cuantos que convivimos con la vida, que tenemos la vida todavía entre las manos, por qué ese esfuerzo por tantas esforzadas inutilidades? Si alguien ha perdido a un familiar, sabremos lamentarlo con él, intentar ayudarle con una mano cerca, con la mirada más tierna, con las intenciones de nuestra convivencia y eso no está nada más lejos que en puntos de enfrentamiento.


Enfrentémonos a los enfrentamientos propios y hasta un poco ajenos, convirtámoslos en meros motivos de convivencia, llenos de errores a veces nuestros o ajenos, pero una sonrisa a tiempo puede venir a ser lo mismo pero al revés que no coger a tiempo ese metro que llevaba a muchas personas al vagón de la muerte.
Necesitamos todos de todos la caricia ajena aunque no tengan ganas de dárnosla, entregar la sonrisa propia aunque estemos pensando qué gesto será más autoritario, más duro, más propio de nuestra falsa envergadura que queremos poner.


Quiero hacerme blando, cada vez más blando lo que me dure la vida, aquí y ahora en un mundo de sensaciones calientes y difíciles, propias y de nuestro alrededor más cercano. Quiero decir lo siento antes de tiempo, que no tenga que hacerlo junto a alguien que le ha tocado vivir, que está viviendo el drama de haberle quitado el regalo de la vida de un ser cercano, tan próximo, que antes estaba vivo.

martes, julio 04, 2006

Saber cómo te sientes


Que alguien sepa cómo te sientes te ayuda, te protege, te hace menos débil. Te acerca a tu propia manera de ser sin dejar de ser y por aquellos resquicios por donde puedes sentir más acentuadas tus debilidades, notas que te las cubren sin una palabra dura, sin una duda. Es como un estímulo para la ley del propio esfuerzo, te hace más fuerte, sigues adelante que es bastante, muchas veces suficiente.

Hace días conocí a una médica de asistencia primaria después de muchos años con una entrañable doctora que te hacía muy fácil sentirte menos enfermo. Me gustó también mucho quien ocupa su puesto, empezó a introducir informáticamente mi historial a medida se lo iba explicando muy brevemente y siguió su labor prescribiendo la medicación más apropiada.

Pero me llamó la atención al final de la consulta, ya de pie y tras una conversación sencilla y cordial, su último consejo: no dejes de moverte, haz todo lo que puedas, vive, camina aunque te duelan las caderas, es una manera de prolongarlo todo, de hacerlo durar todo mucho más y mejor. Fue una ayuda, fue una importante ayuda mental que le dio más fuerza a mi propia movilidad, que me hizo volver a casa, a pesar de una buena distancia a pie, mirando a la gente, sonriéndole casi a las calles. Aquella doctora supo bien cómo me sentía, ni la engañé ni me engañó, me ayudó, taponó las grietas, me empujó cariñosamente hacia la puerta y me vino a decir, vete, vete a la vida.

Pues igual necesito, igual que con la médica, lo que a veces me ocurre cuando alguien sabe cómo estoy, cómo me siento apenas luego de decir, hola, buenas noches, voy a leer un rato o cualquier otra cosa que cubre nuestros días, que alimenta la vida. Necesito que lo sepa alguien sin decirlo, que me lo note en el aliento, como si fuera ese beso que deja siempre huella sin llegar a besarse, a veces sólo con pensarse. Una imagen entrañable y fotográfica.

Necesito que me avisen sin explicar yo nada, que tengo que seguir viviendo como vivo, eligiendo ya nada pero sin que deje yo pasar nada que valga lo que vale la pena vivirlo. Ese aviso, esa rara intuición sin necesidad de explicación, luego cuentas o ni eso hace falta, después te escuchan o te avisan, si ya está, ya está todo mejor, no lo ves. Y sales de esa consulta íntima con las ganas intactas, recuperas las faltas, aprendes aquello que aún no sabes.

Si estuviera de cara haría falta un gesto, una mirada o un roce, en este caso no hace falta nada porque ya saben cómo me siento, pero si ya tengo la cara delante, la cámara enfocándome, basta con mi silencio.

lunes, julio 03, 2006

Dame lo que puedas


Cada año cuando llegan las fechas de vivir junto al mar unas cuantas semanas, siempre cuando llego y escribo las primeras veces desde esa terraza a escasos cien metros de la orilla o recorro un camino hasta el mar, por la arena, junto a unas casetas de baño que he sabido inventarme en la imagen. Cuando le miro al mar desde cerca pero procurando llegar lejos, siempre le digo lo mismo: dame lo que puedas.

Aunque me dieras toda la belleza de la tierra, las miradas más dulces, la ternura más quieta, yo lo disfrutaré, yo lo disfrutaré mientras lo tenga. Cada verano se van quedado despojos míos en la arena: la manera de bañarme sin bañarme, de tomar el sol en la playa pero procurando darle un gran respeto a la playa y que sea en momento en que no haya casi gente. Cada verano, pierdo cosas, me gustan menos los veranos, estoy más horas leyendo porque pienso que no hay nada mejor que estar leyendo.

Dame lo que puedas de las aguas de ese “estanque azul” donde mis hijos de niños se fueron haciendo hijos, donde la gente siempre supo acercarse aunque fuera sólo a verme, jardineros que no los saluda nadie, vigilantes del mar para que siga siempre estando allí el mar, niños hechos jóvenes de los demás que nunca supe quienes eran y ellos sí, ellos se acordaban y se acuerdan.

Pero me gustaría que este verano el mar me hiciera menos heridas. Da lo mismo que cada vez se acuerde menos gente que tengo año más, que tengo un año menos; que haya amigos que de hacerse tan viejos de repente ya no los encuentre, el último verano ya no los encuentre. Me gustaría tomar más el aire, que el sol no solo me hiciera más moreno, que el sol me cultivara, que entendiera mejor las cosas que no entiendo, que nunca me queme, que me espere, pero no me queme.

Yo acudiré, y tendré niños viviendo junto a mí de la siguiente generación de mi generación que han dejado definitivamente de ser niños para ser ya mujeres y un hombre, seres que tengo lejos durante todo el año. Casi sólo estoy con ellos aquí cuando vengo donde me dejo el mar cada verano y ellos acuden a buscarme también todos los los veranos mientras me queden veranos.

Pero lo más importante para mi, quizá este año que puede hacerme más daño, es que el mar, es que la gente que me quiere me de un poco más si puede. Yo repartiré hasta allá a donde me alcance, pero si pueden darme un poco más es que me hace mucha falta, es que cada vez me hace más falta.

Dame lo que puedas le diré al mar desde muy cerca, dame lo que puedas, “no lo olvides”.

domingo, julio 02, 2006

Limpieza general


Nunca he sido persona dada a conservar objetos, pertenencias que a lo largo del tiempo van perdiendo utilidad. Una casa a poco de nos demos cuenta se va llenando, nuestra propia persona y bien que lo apreciamos también, se va colmando en su interior de motivos que hicieron daño, de experiencias que mejor hubiera sido no vivirlas, de gentes que debimos dejarlas de paso.

Pero para eso existe como una llamada propia que surge de repente para que nuestro habitáculo más íntimo habitual, lo vayamos vaciando, dejemos solamente entre nuestras sensaciones, motivos personales de buen calibre, elecciones a las que ya nos inducen los errores de otras veces. Vamos así dejando la casa limpia siendo nosotros los que hagamos esa limpieza general.

General y particular, porque muchas veces lo pensamos, pero lo fuimos alargando excluyendo todo lo que fueran urgencias del alma. Pero es que un día nos damos cuenta que se trata de verdaderos imperativos a poco que hubiéramos empleado frialdad y dosis de buen entendimiento.

Pero cualquier momento es bueno, siempre llegamos a tiempo de poder hacer bien las cosas que no supimos hacer bien, con la corteza que siempre hay de culpa propia pero intenciones ajenas que jamás pudimos imaginar que fueran ciertas. Ese momento, es siempre un buen momento para mirarse en todos los espejos, para lo mismo que estanos haciendo con aquellos objetos que ocupan sitio pero no tendrán destino, y sabemos eliminarlos, hagamos en nuestro interior similares menesteres. Cuesta, duele, dejó señales e intereses ajenos deteriorados, pero peor nos sentimos nosotros cuando hicimos la mínima cuenta de lo que dimos y lo que recibimos.

Pero precisamente terminada esa limpieza que solo podíamos hacer por nuestros propios medios, nos sentimos alegres, casi sueltos, libres de todo lo que nos hizo daño y con las puertas abiertas para todo lo que nos ha aportado desde el primer instante valores que siguen siendo para mi primordiales: la bondad de espíritu e intención.

Llevo ya precisamente muchos días de fiesta, de esa fiesta de intenciones que no necesitas más que volver la mirada par sentirla dulce y buena, para obtener de la noche a la mañana, de cada tiempo de espera, suficiente espera, de cada necesario respeto, profundo respeto, de cada gesto, belleza y silencio, de cada necesidad, cumplimiento generoso y gratuito. Muchos días, muchos curándome del cansancio que siempre supone las limpiezas generales.

sábado, julio 01, 2006

Mañana también


No hace falta ni una llamada de teléfono, ni a veces hasta las palabras, cuando se tienen las seguridades siempre quietas porque no se han convertido en obligaciones, porque además no suele fallar ningún gesto y si falla, da lo mismo, se le deja pasar.

Para pensar en alguien sólo hace falta el pensamiento, sólo necesitamos el sentimiento. Dejar que a cada persona nos vayan las cosas como nos tengan que ir, que nuestro marco, nuestro entorno sea siempre lo primero, detrás hay afectos que fueron siempre pilares para la convivencia, afectos que se hicieron costumbre, puede parecer un término peyorativo, pero necesitamos de las costumbres en la vida como el ropaje más íntimo, tenerlas para siempre, porque las construimos para siempre. Y quien las pierde o no las tuvo nunca o no las supo conservar. Deriva en soledades mal llevadas.

Mañana también, rodeado de todos los que me quieren, de gentes de bien a las que sí que les importa el bien. Mañana también, con la protección que necesite, la ayuda gratuita y desinteresada de quien a lo mejor sabe leer el sentimiento, el estado de ánimo, sin tener que explicárselo. Porque esa ayuda supone una dosis de coherencia y respeto, de entendimiento valiosa e infrecuente.

Y en esos casos en que me siento tan ayudado, es hermoso recordar –lo hice no hace mucho- esos momentos vestido de niño a fondo, esperas que te traigan el sueño, dejar las asperezas del día para luego, para cuando ya no van a ser asperezas porque ni te vas a acordar de ellas. Niño a fondo, entrañable y protegido hasta de trampas y engaños para recabar atenciones que murieron. Una vez las cuentas, te hacen dar cuenta que a cada uno nos pasan unas cosas pero que no deben ser motivo para dejarse engañar más veces.

Es curioso y sorprendente que hasta me averigüen las cosas sin saberlas, ni preguntarlas, sin necesidad de leerlas, sin llamarme sino dando por supuesto que tienes al alcance los mejores modos de liberarte: mis calidades propias, orgullosamente propias, llenas de todas las tentaciones y todos lo errores.

Para acabar de explicarlo si que habrá que utilizar el símil de una llamada de teléfono que puede ilustrar cualquier cúmulo de palabras, una llamada, por ejemplo, que te dijera: lo tuyo es más tuyo, lo que ganaste y trabajaste puedes sentirlo como más orgullosamente propio, los hábitos del día siguen siendo hermosos y envidiables hábitos. Y al final como si se te fuera a notar una sonrisa elegida y permanente, pues eso, la licencia más necesaria, honesta y hermosa para seguir viviendo.

Mañana, también.