inventándome la vida

jueves, marzo 29, 2007

No, no hace falta morirse

No hace falta morirse para saber quiénes te quieren. “Me tuve que morir para saber si me querían” dice Pamies en un primoroso micro relato sobre la otra vida. No hace falta, puedes en vida saber los tres o cuatro que te quieren de veras, te basta a lo mejor con hacerte un poco viejo, que te apremien las necesidades de supervivencia, de eso que se llama madurez, experiencia.

Hace días quien lleva ya media vida enseñando, en el cada vez más difícil mundo de la docencia, consolaba mis decrecientes capacidades confesadas, hablándome de capacidades que vamos perdiendo todos poco a poco, “al tiempo que acumulamos experiencia, algunos la transforman en sabiduría, y una tranquilidad que permite distanciarse de los sucesos y reaccionar con calma o juzgar con mayor equidad, disfrutar de pequeños acontecimientos”…

Pues a lo mejor nos sirve esa experiencia para ese cerrado mundo de los sentimientos. Ya a estas alturas pocas modificaciones debemos hacer y sin morirse, más allá de nuestra popularidad, ya sabemos, ya sabemos de verdad quienes nos quieren. No hacen falta las circunstancias, si creamos cimientos, si lo que íbamos a dar lo dimos, tuvimos las respuestas, las archivamos en el disco duro de la vida, no pienso borrarlas.

Nuestra vida continúa, cada vez más vivos y con más energía a pesar de que fallan las capacidades. Me pasma el misterio de los afectos, la tranquilidad sin hacer muecas, la falta de brillanteces que no tuve a cambio de fijarme en un vestido, en la forma de quedarse los demás por la vida, si me cuentan donde están las estrellas, si nada más salir me para alguien por la calle y no quiere dejarme.

Por eso ni hace falta ni quiero morirme. Con capacidades, con experiencia o sin ella, ya no sé si es sabiduría, pero araño las tranquilidades y me las voy quedando, me presento ya de veras como si fuera a vestirme de infinito ante las personas que me quieren, sigo alargándoles la mano y tomándola quizá cuando ya me viene la noche. ¿Eso me lo da la experiencia?. ¿Que me hace repetir los mismos ademanes? No es una madurez literaria, es vital: la indulgencia con las vidas ajenas me da una placidez que debe ser parecido al festín de la sabiduría, a la equidad, a fijarme, a querer los pequeños acontecimientos.

Tengo edad para que me los proporcione de nuevo una niña pequeña, para que me arranque la risa en lugar de la riña, la palabra bien dicha, todavía la enseñanza ajena. Tengo edad para no pensar en la edad, para no querer morirme, para querer sin tener que decirlo, para expresar o callarme el dolor, para casi ya no hacerle caso al cuerpo, para no empeñarme en las respuestas pero seguir haciendo las mismas preguntas.

Por eso, porque sin tener que morirme y saber quienes me quieren lo voy a tener que escribir todos los días, aunque alguien pueda pensar por qué, no lo necesite, o le sirva, le sirva enormemente en los propios niveles de la resistencia. Por eso tengo cosas que hacer todavía, pongo el tono donde tengo que ponerlo, sin retos, exigencias ni vergüenzas. Sobre todo, como dice Delacroix sin corregir demasiado.

5 Comments:

At 9:03 a. m., Anonymous Anónimo said...

Que foto! Parece una tentación. Desde el Tibidabo la ciudad a mis piés. Puedo ver viviendas donde habitan gente que me quiere...

 
At 9:05 a. m., Anonymous Anónimo said...

Parece una de las tentaciones. Barcelona desde el Tibidabo a mis piés.
Puedo dividar viviendas donde habita gente que me quiere...

 
At 1:02 p. m., Blogger Fran said...

Pues me alegro, Antonio, haberte ofrecido esa tentación y estoy seguro que entre las casas de ves habrá gente que bien te quiere.

Un abrazo

 
At 10:17 p. m., Anonymous Anónimo said...

El vértigo de las alturas, es parecido al vértigo de vivir. Al menos así lo siento yo..

 
At 9:03 a. m., Blogger Fran said...

Soy una persona con miedo a los vértigos, los siento, los padezco. El de la vida de que tú hablas es muy insistente.

 

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