inventándome la vida

martes, abril 24, 2007

El significado del abrazo


El abrazo puede ser la búsqueda de una seducción o su culminación, una presencia que no se la convoca, como tampoco a una emoción, y viene, por el contrario, cuando uno menos se lo espera. O la respuesta que estamos siempre condenados a buscar, una iniciación, un término. Hasta cabe la imaginación de pedir ese abrazo y que la respuesta sea, hace ya tiempo que te tengo abrazado.

Tiene una elegancia y un rito del que carece el beso, una profundidad, una duración, un acoplamiento de los cuerpos necesario y exigente. Prefiero que me abracen a que me besen por la entrega que supone, por la comodidad, como quedarse sin vestidos, como si no lleváramos nada, solo el tacto, la postura, casi el hábito en forma de maestría.

Los besos tienen la forma inquieta de las palabras, los abrazos la serenidad y la seguridad de dejar siempre alguno pendiente. Su prestigio no depende ni de su duración ni del contacto. Tienen tanta hegemonía que permiten la única posibilidad de dormir desnudo, para hacerlo solo necesitas que alguien te abrace en un acomodo carnal de lo más confortable.

Si necesito el amor siempre como ser humano, me hace falta el abrazo, ancho, agradable con la presión precisa que necesita cada cuerpo. En mi petición de amor alguien me explicaba una manera de vencer el dolor: suspirando y abrazándose. De esa manera rompe uno el revés del dolor, le queda la desmemoria de la memoria, el territorio prestado de notarse en las miradas; el crecimiento de una madurez joven, la experiencia que se te escurre a veces sino te la soporta nadie, nadie con quien abrazarte.

Quiero cada día mi mejor y mi último amor, no he cambiado, ni cambiaré y me permiten la tozudez. Viviré de esas imágenes como las de los rostros que retoco cada tarde con los filtros gausianos que tienen la delicadeza de evitarme la noche. Vivo y vine para con ese invento que proporciona la vida del abrazo superar los años ya pasados y los que faltan; para abrazado apreciar el peso, el sudor y la edad de la persona abrazada. Me quedo en este andén de escritos míos para contar las cosas cómo las siento: o una aparición recién llegada o la plena historia de uno súbita y profunda.

Seré siempre así, a veces superándolo todo, otras fundido en un sollozo porque uno es mucho más hombre cuando llora cierto, seguro, inconsolable, sin que le puedan quitar ya el motivo. Luego tiene que venir el suspiro, el abrazo con un significado deslumbrante, abrumador. Ése es el término: o abrumas y deslumbras abrazando o deja los brazos sueltos porque no pueden servirle a nadie.

En cualquier novela de esa literatura inabarcable que quiero abarcar un día, en ese aprendizaje que jamás daré por concluido hay abrazos que arrebatan las caderas de una hembra; que traspasan el tabique de una lujuria bien ganada; hay una somnolencia de animales satisfechos; una forma de quemar todas las mentiras de la vida y convertirlas en deseo. En el abrazo hay un lenguaje de la piel cuando la piel se entrega, un intencionado cautiverio vulnerable, como una especie de llegada a la última parada.

-¿No me abrazas?
-Hace tiempo que te tengo abrazado.


domingo, abril 22, 2007

No quiero que me quieran

Necesito una mujer apoyada en la pared de mis sueños, con el más completo y absoluto ofrecimiento de su amor, que los cimientos no sean el cariño sino la rendición total y para eso no hace falta querer, sino decir cuatro o cinco palabras o callarlas y escaparse así acompañado hasta los sitios donde no ha llegado uno nunca. De esa forma se construye una nueva idea de la vida, firme como una certeza, como un libro sin terminar, desmoronado lo anterior, hasta los rizos del cariño que todos recogemos por la vida más o menos.

No quiero que me quieran, quiero que me amen, que ya no importe nada, alguien conmigo, acurrucados, manteniendo extendidos los brazos para recogerlos luego, los besos a conciencia que no tengan ni por qué ni origen, sean besos venidos sin llamarlos.

Necesito una mujer compatible con las urgencias de los enamorados, de los que amamos y no nos amaron y que y luego ya vestida, con la ceñidura sexual de los vaqueros, las cavidades de su cuerpo, sus salientes, sin importar el paso de los años, moldeada así para poder amarme, cultivando la imaginación porque de la mujer parte siempre la calentura de los mejores sueños.

Eso lo quiero, antes de que llegue el final del día, el final de la parte de mi vida que me explica cada vez qué zona de mi cuerpo va a dolerme. Pues así con los dolores puestos pero en primera fila. Me lo he ganado para estar en ese sitio, ese sitio entre unos brazos porque si había alguien antes debe ser que solo la querían.

Yo no quiero querer ni que me quieran, quiero amar y que me amen, desgastado de las cosas que vienen pero útil todavía para dar lo que no suele ser capaz de dar la gente. Hay mil modos de amar todavía, de ser amante o amado, establecer bien los turnos aunque sean poco exactos pero con el mismo lenguaje. Amar es descubrir el secreto que tiene el otro, ni tan siquiera te lo tendrá que contar, pero sobre todo contaremos el nuestro, el que no le dijimos a nadie, nos querían y eso no les otorgaba ninguna clase de derecho.

Quiero amar como si hubiera sido una cuestión de azar, el amor se te ocurre, te viene, no se acaba porque la vida no es suficiente, carece de sentido, solo tiene peso, es inabarcable.

Pues eso quiero ya antes de marcharme, que no me quieran más, ni le añadan adjetivos aumentativos. Porque se puede querer mucho, pero amar sólo se hace de una manera. Amar es una tregua antes de morirte, te hace joven para siempre, no tiene pausa, ni grado de moralidad, es un suceso con los besos pendientes, los abrazos más lentos, la forma de tener las manos no estudiada, ser distintos, ser iguales, da lo mismo.

Por favor que no me quiera nadie, sin amor prefiero las soledades elementales para mi soledad, convocar yo mismo mis emociones aunque escaseen, aunque no tengan respuesta.

miércoles, abril 18, 2007

Se me hace corta la mañana

Se me hace corta la mañana, me viene demasiado pronto la tarde con la noche a cuestas y eso ya no me interesa. La verdad no sé que voy a hacer, es limitar la vida, quitarle tiempo al tiempo pero necesito quedarme estacionado en el rato del día que disfruto. Lo demás es valor añadido, manera de vencer las soledades elementales, límites del día, inercias para sobrevivir con los saldos de mis propias posibilidades.

La mañana me eleva valores de autoestima, renazco de mis propias cenizas, busco el apoyo eterno de la seducción porque ahí hay un universo especial y único de diálogo que no todo el mundo puede alcanzar. Me explicaron hace poco que a veces se ama con los ojos, pero en otras ocasiones existe la alta voz de las palabras, inconfundible, propia, que puede suponer tan elevado valor que quien ya no las tenga o sepa emplearlas tiene cortas las satisfacciones de la vida, igual que se me hace corta a mí la mañana. En las palabras está, a no dudarlo, la llave del regreso a lo mejor.

Fuera de ese mundo encuentro demasiados obstáculos, las dudas que tengo son por no saber, de ahí mi permanente ansiedad por el estudio todavía, de mi afán que quien pueda enseñarme me enseñe, me lleve donde la sabiduría se me asemeje fácilmente al placer, a una cima de ebriedad que todavía no bebí, a algo adorable, hasta salvaje, inquietante.

Mi libro abierto de la mañana, mi manía de contar lo que estoy leyendo, de ver si me convierto en un ídolo de esos que cuentan que hay en los libros, con peso, riesgo y existencia, una idolatría que os puedo asegurar no es nada gratuita, le empleé la vida pero sobre todo las mañanas, la mejor parte de mi vida, como una invitación a todos mis amigos con un goce de sentidos, más que un año de caricias, bellas imágenes, bellos sueños, bellos recuerdos, sentimientos de libertad y una forma de cambiar la vida si es que alguna vez alguien puede cambiar su vida.

Pero todo eso, por favor, que me venga deprisa cada mañana por la mañana, ahí está mi identidad más auténtica, la mejor manera de ser hombre. Puede ser una obsesión, una debilidad que al final acaba por acercarse, por aproximarse, que me viste despacio como la figura de la imagen, cómodo, recién sentidos los efectos de todas las drogas más o menos benignas que necesito tomar. Me duran, también lo que dura la mañana, poco más, no serviría ni cambiarles el horario, van unidas al café de la mañana, al humo del tabaco, mi dedicación y mi melancolía.

Y sobre todo, hay algo que no he explicado creo todavía: para ciertas cosas es preciso estar solo. Para empezar el día, para ver como pintan las cosas, si se agrietan más las grietas, si se hacen más antiguos y difíciles mis pasos, necesito estar solo. Tengo doscientos dos metros para mí solo, unos adagios relajantes escuchando –si Bach no se oye solo, es mucho menos Bach- un café nexpreso, insistente e italiano de esos que suelen prohibir todos los médicos, una ternura que me sirve de autoayuda, un bien estar que dura poco pero es mucho bien estar en cada uno de esos momentos. Dura poco, dura lo que alargo la mañana, su regalo, su liturgia, su manual sin preguntas.

Porque luego ya no sé lo que viene y puedo seguir sintiéndome solo pero de otra manera.

jueves, abril 12, 2007

Un sueño cierto, suelto

Lo que voy a escribir es que yo tengo a veces los sueños sueltos como punto de partida natural de los cuerpos. Diría buenos días como ahora y tropezaría casi por falta de sitio, un cuerpo junto a mi cuerpo porque ya habíamos eliminado los límites.

Lo he pensado alguna vez. Eliminar toda clase de límites, leer los diccionarios que nos quedan como un libro sin horas, con las hojas partidas, rasgadas de tomar notas como hago siempre que me duelen las cosas; amarse luego por ser una mujer y un hombre tan distintos y tan iguales; buscar los meses que ya no queden dolores aunque al final del día siempre restan por estar mal colocados.

Entrar así de lleno en la línea vertical de la propia historia, buscar los cuerpos plenos que ya no dejen huecos, dejar que no se nos acerque nadie que no tenga las mismas intenciones, musitar en silencio las plegarias que teníamos de jóvenes, buscar la exactitud matinal de la mañana, la amenidad de mis libros viejos, decir que ya está bien, que las cosas se queden como están.

Porque las cosas no importa lo que duren, sino la huella que te dejan, cómo te marcan, desde ahí se crea la falta de temporalidad, la eternidad de la edad de uno, arrugada, pero todavía útil y hermosa. Eso conlleva una especie de melancolía de ojos oscuros, recuerdos intactos en la memoria, que esa no envejece, ésa se enriquece.

Hoy escribo sobre todo sin muecas y con sueños. Quizá sirvan mis palabras de respuesta para acercarse más a quien debe uno acercarse, para vivir, para intentar retener los momentos que se llaman felices, duran poco pero existen. Son intentos de hacer realidad la realidad que llevamos puesta con ropa cómoda para notarla más cerca o sin ropa ya junto a las sábanas, sintiendo la noche, la aventura de la noche que consiste en desnudarse y esperar a ver qué ocurre.

Todo esto de verdad, mejorando la vida propia y ajena, con una grandeza que así atrae, un afecto que no hace falta decírselo a nadie porque se adivinan los beneficios como besos vigorizantes con una loa de responsabilidad detrás, un punto de arranque que nunca pensé que fuera capaz de crear sitios donde no había casi sitio. Con una constancia parecida a un arrebato de genio sin tener yo genio, no lo necesito, me lo va facilitando el momento.

Pero por encima de todo, sin límites y con un destino que me hace sentir cada día como con un deseo cumplido sin miedo a tener que probarlo, como un sueño cierto, suelto.

sábado, abril 07, 2007

"La universidad desconocida"


Tengo en mis manos un libro prodigioso, único, de esos que salvan una vida, que cuentan una vida, al igual que el título de la imagen que prologa mis palabras: “Finchè c’è luce, c’e speranza”. No necesita traducción.

Bolaño, temeroso de su salud ya en 1993 y muerto en 2003, afirmó que “en la formación de todo escritor hay una universidad desconocida que guía sus pasos, la cual, evidentemente, no tiene sede fija, es una universidad móvil, pero común a todos.”

Yo la busco cada día en esa luz que mientras exista me proporciona la esperanza, me sujeta a la vida para cualquier asombro, para cualquier herida. Es una universidad que me faculta en cada momento la antigua forma de ser educado, la enseñanza de la resistencia, por eso la admiro muchas veces cuando la leo en alguien ajeno a mí, en alguna respuesta a mis escritos. “Solo espero -dice Bolaño que desparezca la angustia. Estoy poniéndolo todo de mi parte.”

Yo pongo de la mía pero necesito el reclamo de esa luz, la insistencia de que cada error se me entienda sino es hoy, que pueda ser mañana. Acabo los días largos, los dolores propios con las mañanas nuevas, una más, con nueva luz con más esperanza.

Y esa luz la busco en cualquier sitio. Estos días poco propicios por el clima a la cercanía del mar me han aportado, no obstante, como en una playa en invierno nuevas formas de asombro, alegrías esperadas como el abrazo infantil pero maduro de dos mujeres con entrañas propias, con sonrisas que alivian cualquier mal, cualquier tipo de dolencia. Y quizá también, esas palabras nada obligadas que saben de mi propio ánimo, se disgustan por lo que me falta y van cargadas de ternura como un obsequio prestado para siempre.

Mi universidad desconocida son las gentes que quiero y que saben hacer que las quiera. Mi enseñanza es mi tiempo de los libros, la posibilidad alargada de mi camino, eso es lo que valoro: los pasos que me queden por dar, los libros por leer. También tengo una universidad, ésa conocida, que es la de mi propia casa, mí apasionada permanencia en ella, el cuidado en cada mueble, las esquinas ya romas por tanta vida en ellas, y el sueño ya fácil por la necesidad de tener sueño. Es muy hermoso estar cómodo en casa. He dejado en los álbumes de fotos tantos viajes, ahora no necesito ni mirar las fotos, me quedo con los recuerdos que recuerdo en mis habitaciones de casa al atardecer.

Me hicieron también de universidad, de sala de lecturas sin leer, de dormitorios de tránsito, de camino, de instantes mejores, importantes, de felicidad transitoria, de cosas que contar, de regalos que dar o de motivos de dar las gracias a los demás por las cosas que me enseñaban, por esa cultura desconocida, por la instancia definitiva de la mirada ajena.

Tengo luz, tengo esperanza, tengo el corazón curtido así de enseñanzas en todas esas universidades desconocidas, las que cuenta Bolaño en sus poemas, 459 páginas antes de irse, leídas en dos tardes. Y esas enseñanzas, ese entendimiento, habrá que hacerle caso a Gracián, “de nada vale que el entendimiento vaya delante si el corazón se queda atrás.”

No se me queda atrás lo he dado muchas veces y lo sigo dando.

martes, abril 03, 2007

Vivo haciendo pausas

Aunque salir de cada una de ellas cada vez me cuesta más, me hace más daño, me deja más tocado. Las pausas son intervalos que me pone la vida, como treguas cuando me excedo de mis límites, decepciones de mí mismo, silencios casi forzados.

Me copio del poeta:

“Estamos preparados
Para sobreponernos.
Es un arte. Se aprende.
Esta en nuestra memoria desde niños.
[…]
Todo va al corazón y, transcurridas
las décadas, se vuelve
serenidad”…

Juan Antonio González-Iglesias

Pero yo ando buscando la serenidad y no siempre la encuentro. Quisiera estar más seguro de las cosas y de las personas, encontrarme mejor. Ya conozco parte del difícil camino del cuerpo, la que me duele y va a dolerme, el inevitable desgaste de las cosas, te van gustando menos aquellas que más te gustaban, te van dejando indiferente algunas que te apasionaban.

Busco la serenidad de haber intentado ser poeta, esas décadas que explican los poemas y que a mí se me enredan, me pesan al hacerme mayor –mayor de qué, me pregunto- pues de las ilusiones nuevas, de que quizá alguien no se atreva a quererme, ni amarme apasionadamente, rompiendo los esquemas, hasta de las cosas bien hechas.

Porque si me atrevo como siempre a ser yo quien de los pasos, o son cortos y no llego –mediciones de mis incapacidades- o demasiado largos, casi a destiempo. No tengo demasiado remedio, aún aspiro al momento perfecto del abrazo sin prisa apenas, a los besos anhelados y tiernos que todos tenemos, a una mañana que me trae la pausa y que no tiene límites. Con ella se hace largo el día, con ella no sientes malestares, vas ocupando el sitio, el mismo que tenías.

Yo pensaba en las pausas sacar cuentas y que las cosas quedaran bien hechas. Y cada vez me salen peor las cuentas. Lo que sí que tengo saldo positivo es un bagaje propio que he contado muchas veces, a muchas gentes para que jamás se sintieran engañadas: mi propio entorno y el que se deriva de él. Ya como hijos que deben ser personas antes que nada y tienen niveles y estamentos altamente valorados. Personas ya individualizadas, encaminadas a unas vidas sin errores, sino con triunfos, con merecimientos desde la pista de lanzamiento desde donde empezaron. Y de ahí se han derivado los hijos de los hijos. Hace nueve años recogía dos niñas al salir de un avión con la autonomía de su nombre y los idiomas que hablaban en la etiqueta de su cuerpo, y esos nueve años después lo hacía otra vez, lo hacía otra vez con la sonrisa de su cuidadora aérea y el reconocimiento de una exquisita educación.

Eso lo hice bien, eso es auto estima difícilmente superable. Eso lo hice bien hasta cuando una hija se me quedó a mitad del camino. Eso es mi orgullo, esa es la pausa para seguir otra vez aunque sea de otra manera, al final de mi propio camino con los pocos pasos ya que me queden por dar. Los que di en ese esquema a su debido tiempo, estuvieron muy bien dados y no son frecuentes, ni mucho menos tanto tiempo, todo tuvo sentido y algún día tendré el derecho de nombrarlo definitivamente. También en distintas áreas, en muy distintas áreas sin tener siempre el debido reconocimiento. Ése me ha hecho muchas veces falta en las pausas.

Salir de esta donde estoy ahora me va a costar, ya lo sé, porque todo va al corazón y a la memoria como si fueran discípulo y maestro. No necesito que me escriban en la antigüedad que siempre tienen los héroes, la antigüedad se termina y los héroes se quedan en la Historia, con mayúscula. A mí me basta la propia, la pequeña.


jueves, marzo 29, 2007

No, no hace falta morirse

No hace falta morirse para saber quiénes te quieren. “Me tuve que morir para saber si me querían” dice Pamies en un primoroso micro relato sobre la otra vida. No hace falta, puedes en vida saber los tres o cuatro que te quieren de veras, te basta a lo mejor con hacerte un poco viejo, que te apremien las necesidades de supervivencia, de eso que se llama madurez, experiencia.

Hace días quien lleva ya media vida enseñando, en el cada vez más difícil mundo de la docencia, consolaba mis decrecientes capacidades confesadas, hablándome de capacidades que vamos perdiendo todos poco a poco, “al tiempo que acumulamos experiencia, algunos la transforman en sabiduría, y una tranquilidad que permite distanciarse de los sucesos y reaccionar con calma o juzgar con mayor equidad, disfrutar de pequeños acontecimientos”…

Pues a lo mejor nos sirve esa experiencia para ese cerrado mundo de los sentimientos. Ya a estas alturas pocas modificaciones debemos hacer y sin morirse, más allá de nuestra popularidad, ya sabemos, ya sabemos de verdad quienes nos quieren. No hacen falta las circunstancias, si creamos cimientos, si lo que íbamos a dar lo dimos, tuvimos las respuestas, las archivamos en el disco duro de la vida, no pienso borrarlas.

Nuestra vida continúa, cada vez más vivos y con más energía a pesar de que fallan las capacidades. Me pasma el misterio de los afectos, la tranquilidad sin hacer muecas, la falta de brillanteces que no tuve a cambio de fijarme en un vestido, en la forma de quedarse los demás por la vida, si me cuentan donde están las estrellas, si nada más salir me para alguien por la calle y no quiere dejarme.

Por eso ni hace falta ni quiero morirme. Con capacidades, con experiencia o sin ella, ya no sé si es sabiduría, pero araño las tranquilidades y me las voy quedando, me presento ya de veras como si fuera a vestirme de infinito ante las personas que me quieren, sigo alargándoles la mano y tomándola quizá cuando ya me viene la noche. ¿Eso me lo da la experiencia?. ¿Que me hace repetir los mismos ademanes? No es una madurez literaria, es vital: la indulgencia con las vidas ajenas me da una placidez que debe ser parecido al festín de la sabiduría, a la equidad, a fijarme, a querer los pequeños acontecimientos.

Tengo edad para que me los proporcione de nuevo una niña pequeña, para que me arranque la risa en lugar de la riña, la palabra bien dicha, todavía la enseñanza ajena. Tengo edad para no pensar en la edad, para no querer morirme, para querer sin tener que decirlo, para expresar o callarme el dolor, para casi ya no hacerle caso al cuerpo, para no empeñarme en las respuestas pero seguir haciendo las mismas preguntas.

Por eso, porque sin tener que morirme y saber quienes me quieren lo voy a tener que escribir todos los días, aunque alguien pueda pensar por qué, no lo necesite, o le sirva, le sirva enormemente en los propios niveles de la resistencia. Por eso tengo cosas que hacer todavía, pongo el tono donde tengo que ponerlo, sin retos, exigencias ni vergüenzas. Sobre todo, como dice Delacroix sin corregir demasiado.