inventándome la vida

martes, octubre 31, 2006

Una foma de desahogo

Quisiera aprender de alguna manera a desahogarme en silencio pero sin callarme apenas. No será contradictorio. Cada vez estoy más convencido que cuando dejo las palabras con esmero es una forma de derrota y a la vez es un ansia de victoria a pesar de los flecos que siempre quedan que adquieren aspecto de residuos, de apasionamientos que no puedo evitar porque los siento pero debiera expresármelos como a mí mismo, más hacia dentro.

Voy a ver cómo me las arreglo para escribir en éste sitio o en cualquier rincón del planeta de mis ídolos sólo para mi propio eco. Seguiré construyendo las pasiones porque serán cortezas de mi propia piel deshidratada y seca, pero las dejaré quietas como en su lugar descanso que tendrán mucho más valor a la hora de cultivarlas.

Voy a emplear los años como si fueran recientes, como si tuvieran un empuje celular, un tiempo inaugural para cultivar solo la memoria más reciente. Y esa especie de segunda memoria no será una casualidad en los encuentros, sino una intención calificada como aristotélica que hay siempre en la vida con los demás.

Ya sé que tengo un inconveniente: me presiona la necesidad de comunicación, me precede a casi todo, pero es a la vez distinción y estilo, casi como si fuera a ser la seducción anterior a cualquier cauce que emprenda. Detrás de esos deseos de comunicarse, se filtran los libros que he leído y los que no he leído casi, son diálogos impacientes que llevo dentro, una falsa parsimonia que no me sabe dar el cuerpo, todo me reaparece, porque todo lo valioso me permaneció antes.

Pero aún así, voy a coger sitio, como en esa mesa de familia que cuando pregunté yo dónde me siento, me tuvieron qué decir, ¿pero eso todavía lo preguntas? Llevas el plagio de la cultura puesta –vinieron a contestarme-; una contabilidad de doble partida que en el trato humano siempre te dará saldo a favor; la nada despreciable edad de parecer muchas veces estar más vivo que nadie; un empuje, un empecinamiento, una lucha permanente contra la entropía, una antorcha de relevo para entregar a mucha gente.

“¿Todavía lo preguntas?” Juega fuerte, no pierdas el equilibro, ni una palabra a tu propio abismo ni una dirigida que te importe demasiado encontrarle hueco –me decían aquella noche frente a la mesa de la cena y me digo yo mismo-. Me quedaré con la verdad y la belleza de esos verbos que con cierto nivel de hondura y con determinada antigüedad son todos intransitivos.

Tengo ganado, el narcisismo de quererlo todo de nuevo cada día, cada vez pero me voy a imponer la comodidad de que mis desahogos tengan si hace falta o el hueco del silencio o la celebridad de mi propio poder. Me queda la sabiduría de la infancia, la sensualidad de cualquier cosa, su rendimiento en los sueños sin dormir y una clase propia que siempre me van a dejar las palabras, su celebridad, sus recursos. Es aunque no lo parezca, con esa convicción, una forma de desahogo en silencio.