inventándome la vida

domingo, febrero 25, 2007

Ventanas abiertas

He notado que cada vez, cada mañana, abro las ventanas de mi propia expresión sin notar demasiado la fuerza del paso del tiempo, quizá lo compense con el esfuerzo para que no pase, o al menos se detenga, en una especie de vejez de la satisfacción, de la tranquilidad, sin desaliento alguno porque así puede ser que haya una forma de vida. Hasta dejo olvidado en la noche que ha quedado atrás, que estaba cansado de estar cansado.

Nada me va a redimir de nada, los efectos que tengo que causar ya los causé, no tienen plazo ni vencimiento porque tampoco tienen exigencia, es una manera de estar a gusto con tus propios modales, similares, parecidos a los de quienes no necesitan esforzarse para entenderte. Los modales son una conquista, un capital acumulado, un fruto del esfuerzo y la repetición, son como una energía propia, una salud que no sufre nunca ninguna enfermedad.

Ventanas abiertas a todos los efectos, ni más ni menos, un bucle a gusto del tiempo que vivo, cuando lo comparto y lo regalo a quienes saben entenderlo, el alma de todas mis cosas, de mis aficiones, sin prisas, sin proyectos que nunca debes plantearte ni que te los plantee nadie, eligiendo bellezas o renuncias, con el silencio de aliado, sabiendo que a veces es peor saber que ignorar. Ventanas abiertas a todos los lugares a donde logré ser feliz que morirán conmigo, hasta un gesto, un empeño, pero saboreando ese momento como una especie de retorno al impulso atávico del bien estar.

Así, mirando hacia fuera, sin arrebatos ni urgencias, con lo puesto, sin desengaños, bebiendo cada día del agua que nos dio la vida en una tarea que se va haciendo más lenta pero que va creando comarcas de placer. Es un símil, al mirar a la naturaleza, al conocer el cuerpo de una mujer que te han dicho como es, no hay prisa, hay placer cuando no necesitas placer, te estudias algún verso o te aprendes una lengua muerta. Volver cada día –porque tienen que ir viniendo los días- hacia donde saliste, allí debes volver, saber volver. El espacio es pequeño, una diminuta superficie pero suficiente para entender que desde allí saliste para poder ser hombre.

Cada mañana, pues, cualquier cosa es algo muy parecido al amor, tan parecido como diría Carmen Amoraga que cambia el argumento de una novela y una vida. Me cambia para estar bien, la exigencia propia de estar bien, el aprendizaje del esfuerzo, su valor, su alcance, su resultado; me cambia saber que tengo yo la llave de la felicidad en lugar del sufrimiento; me cambia cada pausa sin que me llamen, saber del ajuntamiento con un enorme cariño a la distancia; me cambia saber que las cosas dependen de uno mismo, nada más que de uno mismo; me cambia lo que ofrezco, las gracias que me dan sin tener que dármelas sólo por estar ahí y seguir viviendo como siempre viví.

Me cambia cada mañana ese respeto y me acerca a lo que puede estar lejos, estar dispuesto a no rendirme ya por nada, a disfrutar por luchar, más pequeña o más grande, frente a cualquier dificultad que me traiga una mañana la vida.

Me cambia saber que nunca daré marcha atrás, es algo no sé si parecido al amor, pero sí a la propia vida, a una forma de ser, a un carácter a unos modales que ya lo dije, son energía propia, que es necesario tenerlos y saber distinguirlos por allá por donde estemos.





2 Comments:

At 12:03 p. m., Anonymous Anónimo said...

Bello texto el tuyo que nos da una lección de lo que es la escuela dela vida bien aprendida y mucho mejor asumida y administrada.

Sin duda alguna la madurez tiene algo que no nos ofrece la pasión de la juventud y es la suficiente serenidad para recrearnos en esas ventanas abiertas por las que se cuela el oxígeno que alimenta nuestra permanencia.

Como siempre, leerte es un ejercicio de bienestar compartido.

Un beso.

 
At 2:30 p. m., Blogger inventandomelavida said...

Pero el oxígeno, bolboreta, hay que saber buscarlo, cultivarlo y guardarlo para respirar mejor en la vida entre los mejores, entre quienes me ayudan a respirar por las ventanas de la vida.

 

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