Ya no necesito hierro

Ayer yo traje a la mesa de mi doctora Mari Paz una especie de debilidad que expresaban unas cifras de mis hematíes, mis leucocitos y las plaquetas. Con la fluida belleza de su gesto me dijo que me iba a dar hierro. Yo ya pensé en la fuerza para intentarlo todo de nuevo, lo que no había sido capaz de hacer sin hierro, fuerte y poderoso ahora iba a derribar de una vez los inconvenientes de las cosas cuando vienen sin que sepas antes que vienen. Iba a adquirir y soportar la seguridad de los fuertes frente a los que puedan poner en entredicho mi fortaleza.
Seguimos la consulta para al final convencerme que todo depende de uno, de sus señas particulares. Me atreví a contarle que ya había conseguido otra vez dormir como un niño, libre y contento, con mi borreguito de peluche que sólo le presento a los seres más queridos; que la noche se ha vuelto otra vez para mi como una manera de estar sin moverme, un gesto perfumado en los bordes escasos de mi barba. Le fui contando y contando porque ella abandona siempre la prisa de la consulta en las consultas; ella no solo quiere que no se le muera la gente sino que permanezca en su edad jubilosa y despreocupada. Esa es la mejor forma de salud.
Me dio tiempo de contarle mis proyectos: un viaje a Sevilla –y me recomendó que bailara sevillanas aunque solo fuera con las manos-; la rutina de mis amistades de nunca se hacen viejas; las etiquetas que me pone en la farmacia Macarena, una cada doce horas o las rojas que dicen una cada 24; los libros que yo leo mientras la espero y cómo me miran los demás extrañados, hasta las viejas de medio tacón con sus ganas de no hacerse viejas.
Ir al médico para mí, ir a mi médica es para contarle si no tengo enfermedades, mis añoranzas de cuando era joven; las ventanas que inesperadamente se me han cerrado en la vida, la insistencia en olvidarme de las cosas que no debo olvidarme porque la memoria es una especie de relato que tiene su final y su derrota.
Pero ayer lo mejor estuvo cuando ya iba a marcharme. Igual que escribo para escucharme, para contarme y para decirme, me detuve, recogí mis recetas desperdigadas y abiertas y las de tratamiento crónico impresas con la impresora matricial anodina e incolora y tomé luego las manos de ella. Sentí con mucha claridad decirle, te quiero y su simple respuesta, yo a ti también.
Pero aún quedó un último gesto antes de marcharme, encadenado a mi secreto desvelado, no pude evitar decirle, ya no necesito hierro, tengo la fortaleza de este instante.
2 Comments:
!Qué grande eres!... Tu médica,también
Un beso
Es verdad que está descrita esta visita a mi médica con toda el alma, con la alegría que me proporcionó.
Pero no lo olvides que ese amor al hoy, esa fuerza nadie me la ha enseñado mejor que tú.
Un beso
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