inventándome la vida

viernes, noviembre 10, 2006

Me han nombrado becario


Una mujer, entrañable y querida, con la que me unen lazos familiares, que yo disimulo siempre, me ha nombrado su becario. Quiere que esté junto a ella, que le resuelva cuando me llame las cosas informáticas que no sabe y que yo sin saberlas, como dice su pareja, le echo mucha osadía para resolverlas. Más que osadía es que quiero fundamentar mi prestigio, ahora que ya se me ha hecho tarde para prestigiarme, en no saber volver atrás, tirar siempre hacia adelante, hasta en los automóviles se me dio siempre mal poner la marcha atrás.

Quiere que sea su becario, para explicarle bien lo que es en su ordenador su gestor de correo, eliminar del mismo la basura inexplicable que todos tenemos, descolgar sus teléfonos en las horas de descanso y que yo le cuente más despacio de los libros que estoy leyendo por qué me gustan a mí y por qué no les gustan a los demás. Me atreveré, sin que me vean, a formatearle el disco duro de su ordenador. Eso provoca la satisfacción y el descanso de un orgasmo bien llevado, tiene su precio de trabajo luego, pero el disco y hasta todos los alrededores de la mesa del despacho se quedan limpios, sin rastro incluso de la ceniza de los cigarrillos que no fumamos.

O en los ratos libres pasearé por su casa espaciosa y confortable, la de las puertas que llegan hasta el techo, yo no tengo problemas de altura ni ella tampoco, pero no vendrá mal hacerte a la idea que estás llegando al cielo al cruzar por ellas. Otros ratos, me quedaré en ese bello salón para estar sin que se note, con los tresillos de colores, los rincones donde no se ve la televisión aunque te empeñes, leeré, si por fin me proporciona ese libro de psicología que me tiene prometido para ver si de una vez se me van un poco casi todas neuras. Ella sabe mucho de quitarlas, yo de no creer en nada en quienes las quitan y eso proporciona una buena combinación que no debe tener arreglo.

Cuando llegue el verano, mi condición de becario me permitirá acudir a la Universidad de El Escorial. Su hermosa casa de descanso, es a la vez enseñanza y holganza. Recuperaré así el recuerdo de mis años universitarios, cambiaré aquellos bancos de piedra del claustro Luis Vives, los apuntes de Derecho Administrativo que comprábamos de los alumnos del curso pasado por unas pocas pesetas y eso provocaba las iras del catedrático que el primer día de clase preguntaba, ¿qué, me he aprendido la lección? O aquella religiosidad tan bien llevada del Rector sin que se notara que hacía de la Religión un Derecho Natural a su medida y semejanza. Cambiaré en su casa de El Escorial, el presente por la riqueza de la memoria.

Volveré a sentirme universitario allí, como becario de la vida y de quien me mira, me escucha y hasta a veces llega hasta tal extremo su sabiduría que es capaz de enseñarme una nueva forma de salud: la de depender de tu propia meta, de tus horizontes, de tus propios impulsos y errores que vienen luego, hasta de los fantasmas de tus enfermedades sin tener que curarlas con paracetamol al por mayor que cuesta menos y tiene más efecto.

Definitivamente he de darte las gracias, amiga -porque ya sabes que seguiré negando los lazos familiares- por nombrarme tu becario para quitarte cuatro virus de tu ordenador que te habré puesto yo mismo antes; poner en orden alfabético a todos tus pacientes porque no lo dudes, como soy de letras, me sé las letras del abecedario sin tener que repasarlas; maduraré mi pensamiento ocupado en el espacio de la propia madurez; ganaré con esta beca que me ofreces curar las enfermedades del ánimo y las del lenguaje. Y ésas en mi caso son mucho más difíciles.

Ya sabes que la lujuria del instante, la falacia del tiempo, la hondura de los verbos intransitivos va proporcionándome la obscenidad del sufrimiento, va ocupando y va restando mi espacio, pero siempre me quedará la soledad y la distancia de poder ser tu becario.