inventándome la vida

sábado, noviembre 11, 2006

"El talento para la vida"


El título de ésta imagen descargada de una página italiana es harto elocuente: “prima o poi mi metteranno un ascensore…” Pues no tengo nada claro que antes o después para ir subiendo por la vida, ésta nos ponga un ascensor. Habrá que subirla, creo que siempre, a golpe de esfuerzo, tendremos que poseer esa cualidad indeterminada, difícil de explicar, una especie ilimitada de sed de vida, “el talento para la vida” que llama una autora italiana también, la Mazzucco.

O a lo mejor sin ir más lejos como me contestaba ayer quien ha sido capaz de nombrarme becario suyo, un acomodarse al dolor de existir, que según ella, no tiene mejor modo ni manera que con un dolor de los llamados reales. Me añade para hacérmelo más llevadero, “tú tienes la mejor arma –la palabra- para entretener ese malestar común que nos aflige a todos los mortales por el hecho de Ser (en bastardilla).”

Pero pensándolo bien hasta puede, a la inversa, ser un grave inconveniente: me vence la palabra, no me entretiene, me ata, no me facilita ese necesario ascensor para ir escalando la vida en sus distintas etapas. Con el uso de la palabra ya muchas he explicado que asomarme a la red me sirvió -hace ya muchos años- de ascensor hacia el exterior al que no tenía acceso, al que las caderas de mi cuerpo para andar por el exterior de la vida me lo impedían.

Encontré maneras de subir –he de reconocerlo- muchas de ellas muy gratas, otras no tanto, pero fueron al menos ventanas hacia fuera, puertas hasta el cielo, desde donde asomarme a la vida de los demás, a esa comunicación que siempre necesitamos todos y que a mi se me negaba, se me quedaba reducida a los metros cuadrados de mi propia casa, al cariño impagable de los míos, pero corto, escaso para mis necesidades.

Sí, ya sé que los libros me ayudaron para luchar por una felicidad original que no tuve de niño. Los libros me enseñaron –es curioso- hasta a guardar silencio para que luego me vinieran las palabras ajenas más enriquecidas por mi manoseo; los libros hicieron de escalones para ir subiendo o al menos no quedarme tan abajo, pero ya lo dije, a pesar de su riqueza, de cómo me tiemblan ya en las manos de tanto tenerlos, de leerlos muy despacio, no me bastaron, me pesaba la vida, el dolor físico, real, que ayer me contaban.

No obstante, me vais a permitir todo el que sepa de mi, me lea o se me imagine, lo mismo que quien me deja vivo y latente el derecho de quejarme (cuando lo tiene quizá, mucho más que nadie, las muchas veces que sabe admirablemente contestarme) me vais a tolerar, digo, la tolerancia de esperar como reza el pie de la imagen que antes o después hago uso del ascensor de mi gesto, mi comunicación y mi palabra para subir todos los escalones que me queden. No lo tengo claro, os decía al principio, pero necesito tenerlo. De dosis de esfuerzo, ya sé algo.

2 Comments:

At 10:54 a. m., Anonymous Anónimo said...

Tiene razón quien te ha dicho, sabiamente, que tu tienes el ascensor de la palabra siempre dispuesto para tomarlo y que te lleve al piso que tu deseas. Pero tu eres libre de coger el ascensor o seguir por la escalera, que paralalemante suben hasta la azotea de nuestra casa. Allí, en el último piso es donde tu recreas y repasas la subida, el esfuerzo, las paradas que has tenido que hacer para llegar tan alto, las veces que casi te has tirado escaleras abajo, ante la impotencia de sentirte ajeno a tí mismo.

Tu tienes el derecho a la elección, y los has hecho. Seguir subiendo escaleras arriba, mirando de reojo el ascensor para decirle íntimamente: "de momento, sigo subiendo peldaño a peldaño, no me interesa llegar el primero, ni siquiera subir rápido".

Un beso.

 
At 5:17 p. m., Blogger inventandomelavida said...

De subir a base de esfuerzo, como he escrito, ya sé algo. Y no quiero que se tomen mis palabras como un regodeo en los malos o más duros momentos. Lo que ocurre es que no los callo. Pero tampoco callo la alegría de procurar la felicidad ajena con mi palabra y mi actitud.

Si no hubiera sido a base de esfuerzo mis pasos por la vida ni existirían, sólo la quietud, sentado, miraría a lo lejos o a la cercanía de algún libro.

Seguiré luchando como sé hacerlo, cuando tenga que quejarme me quejaré. Creo que se puede perdonar a un vencido y a un derrotado, que ha luchado y ha perdido, pero jamás a alguien que se rinde sin luchar.

 

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