inventándome la vida

viernes, diciembre 22, 2006

Los últimos libros de "La Máscara"

Cada seis meses Lluis, el único librero que queda en la ciudad, me manda una lista de los libros que él ha leído especialmente recomendables. Así sabes de sobra que sus dos o tres lecturas semanales serán buenas porque ya está dotado de la cualidad de leer únicamente de entre todo lo que se publica en nuestro país, aquello que más vale la pena leer. Con él hablo de libros, no le compro libros, me “llevo” algunas de esas lecturas suyas que no hayan pasado antes por mis manos.

Pero su despedida de ayer fue una triste forma de alejarse, me señaló el camino más corto hasta mi coche en aquel entramado centro comercial para evitar que caminase en exceso y me dijo casi sin mirarme, ¿sabes que lo dejo en enero? Quiere descansar, disfrutar del derecho de elección en sus horas al completo, a lo mejor hasta quiere leer y no contarnos lo que lee. Nuestras conversaciones son muy identificativas y eso que hablamos idiomas diferentes, él siempre valenciano y yo en castellano.

Ese derecho suyo, de elevar un muro de reposo para que lo esperemos ya vanamente, me trajo mis recuerdos más entrañables en mi vida, de los libros cuando yo fui como él librero y allí en mi casa con los versos de León Felipe en la entrada, “ser en la vida romero, sólo romero/que camina siempre por caminos nuevos” podía decirle a la gente que venía a verme: léete éste libro, es una delicia; preciosa novela, se lee de un tirón; libro de recuerdos muy bellos; sensible autor, demoledor; éste libro es un caos y cosas por el estilo, como él dice.

Lluis no vende los libros que se venden, prefiere que te enteres: “Por qué nos gustan las mujeres” según Mircea Cârtârescu; que me empape de la narrativa lírica, el diálogo corto de “No es país para viejos” y así me acuerde de Dostoievski, Hemingway y Faulkner ya que no los he vuelto a leer; o “las últimas notas de Thomas F. para la humanidad” que buscaba hace tiempo, ese representante literario de Robinson Crusoe que estamos abocados a ser cuando lleguemos a eso que la más reciente hipocresía llama la tercera edad.

Llegué hasta mi coche, con una señal de dolorosa despedida, acariciando más los libros de “La máscara”, sabiendo que sus puertas ya no existirán, que quizá detrás pongan cualquier tienda, o nada, un simple muro tras el que estuve las veces que le compré unos libros a un librero, con ternura y sabiduría casi obligándole a mirarme a los ojos mientras yo hacía eso mismo con los libros.

La vida tiene despedidas como ésta: un caos de palabras que ya no leeré porque nadie sabrá decirme que las lea para decíroslas luego después.